La idea lo obsesionaba. "Estoy seguro de que es un androide...".
Pedro observaba cada tarde al caballero que vendía queques, el cuál decía constantemente "a los buenos queques", con el mismo tono y timbre de voz. La repetición de esta frase lo abrumaba profundamente y lo único que deseaba saber era la verdad.
Aquel día, Pedro estaba decidido a averiguarlo. Se acercó sigilosamente por detrás y, con una fuerza sobrehumana, la espalda del señor de los queques fue abierta usando solo sus manos. Se escuchó un sonoro "crack" y su caja toráxica explotó. Sangre brotaba y gritos salían pero para Pedro no era suficiente evidencia, "¡Ahí deberían estar los circuitos!", pensaba Pedro mientras seguía buscando.
A pesar de que un sinumero de personas lo golpeaban al mismo tiempo a punta de patadas, puñetazos y diversos objetos contundentes con tal de detenerlo, Pedro siguió hurgando en el cuerpo ya muerto del señor de los queques; dentro de su garganta, en el ano, estómago e intestinos.
Al cabo de un tiempo, Pedro se encontraba solo, en una celda fría y oscura. Las paredes totalmente blancas y una camisa de fuerza lo mantenía más aprisionado aún.
Acostado en el suelo en posición fetal y mirando a la nada, Pedro mantenía su obsesión, "Estoy seguro de que era un androide...".