Me picaba la garganta. La bufanda ya no servía de nada y el día anterior no me había abrigado bien.
Ahora, ya eran las 9am otra vez y debía ir a trabajar. Cerré la puerta y coloqué mi vista sobre la calle; la niebla espesa y helada se cernía sobre el asfalto, la cuál solo me dejaba ver como dos metros mas allá, por lo que inicié mi camino de manera precavida.
Mientras pensaba en si me había puesto suficientes calcetines, escucho un accidente a metros de mi. No sabía que dirección tomar, por lo que me adentré un poco más en la niebla. Me picaba aun mas la garganta.
Seguí avanzando, teniendo cuidado de no tropezarme con algo, hasta que observé la escena. Un auto había colisionado con un furgón escolar. No oía gritos ni bocinazos, la niebla silenciaba todo, tuve miedo. Mis ojos miraron hacia atrás, o lo que parecía ser "mi atrás". La niebla me cegaba, todo era blanco y el frió se intensificaba, estaba desorientada. La garganta me está molestando demasiado.
Escuché un masticar y mi cuerpo se erizó. La niebla se disipó un poco ante mis ojos, los que observaban como los ocupantes de ambos vehículos se mordían, mascaban y comían entre ellos. Uno de ellos que parecía ser un niño me observa. Veo que me olfatea con lo que parecía ser el resto de nariz que le quedaba. Su ropa rasgada con sangre y sus ojos blancos no hicieron otra cosa que paralizarme aún más. Grita muy fuerte antes de lanzarse contra mi. Mi garganta me duele.
Antes de siquiera atinar a cubrirme, el niño se hace pedazos en el aire, desintegrándose en una nube de sangre seca y huesos carcomidos. Me quedó mirando sorprendida como cada uno de los que parecían ser humanos, se deshacen en restos grotescos de carne.
Tapándome la cara con mi antebrazo, me acerco a un parabrisas de uno de los autos para ver si alguien sobrevivió. Pero tan solo vi a una persona. Me devolvía la mirada con unos ojos blancos penetrantes. Un pelo largo que no se lavaba hace días. Una mochila vacía y roñosa. Y una garganta... rascada a tal punto que se veía su interior, seco y coaguloso.
Desplomada en el suelo, sentí los primeros rayos del sol que me daban calor. A pesar de ello, la niebla seguía allí abajo, seguía bajo el sol.
La garganta ya no me picaba.