lunes, 5 de septiembre de 2022

Detrás de la rueda

Esperar el final del día. Esperar el fin de semana, el fin de mes y el fin de año.

    A veces estás con tu familia, otras con tus amigos, también que estés lejos de casa, haciendo el turno nocturno, con la tele apagada, vomitando, en medio de un terremoto, haciendo el amor o con un violador metiéndose a tu cama. Las posibilidades son infinitas.

    Las velas de la torta son de las que vuelven a prenderse. Su mecha queda encendida largo rato; me obsesiona su fuego, sus chispas, su incandescencia.
Las manos me arden. Me extraen de ahí. Con pinzas me ponen en otro lugar. Otro regalo, otra sonrisa, más abrazos, fotos para instagram, videos para tiktok. La realidad vibra en mi bolsillo: me llaman de la pega.
"Ignacio, ¿cómo estás? Te llamo para desearte en nombre de la empresa un muy buen feliz cum...", dejo de escucharlo. Pido que los presentes hagan ruido para excusarme de cortarle la llamada. Excusas, excusas, excusas... NO. Salgo al balcón. Cierro la ventana.

- Oiga, jefe -le interrumpo.- ¿Sabe? Ustedes venden una imagen al exterior pero yo sé el veneno que corroe a su empresa. Y lo peor es que usted sólo aparece para sonreír en las fotos, para amenazar con golpes a los perros, burlarse a escondidas de mi apellido y a llenarse los bolsillos de dinero destruyendo lo poco que queda de este planeta. Casado y con cuatro hijos, joteas a cuál mujer pasa, volteas a mirarles el culo y después llegas a besar a tu esposa como si nada. Yo no tengo tanta personalidad como tú; en el fondo, le admiro. Pero más en el fondo, me da asco. ¿Sabe, jefe? Es mi cumpleaños y mi regalo será que a contar de ahora, dejarás de ser "mi" jefe. Sus mentiras y tú, pueden irse a la soberana punta del cerro de caca del cuál saliste.

Modo avión y vuelvo al cumpleaños.

    ¡Maldita mierda! ¿Porqué tengo que estar aguantando y tolerando tantas güeás? ¿Acaso no tengo derecho al puto control de lo que me pasa? ¿Es todo una ilusión de libertad? ¿Hasta donde tengo el libre albedrío de elegir? Esta carne, esta piel... ¿Hay algo más? ¡¿No hay nada más?!

    Aunque la gloria tiña este mes, no dejo de estar en un permanente estado de alerta y decepción, como la enfermedad crónica que me carcome por dentro. Así como la constante confusión amorosa, el ir y venir de esta, junto al incierto futuro que me provoca bailar y gritar a solas, el pan de cada día y noche.
En el cielo veo a todos esos pares de ojos, los conozco a todos. Parpadean para lubricarse y seguir observándome. No hay arrepentimientos: YO MARTILLIÉ MIS PROPIOS CLAVOS.


    Envuelto de llamas y humo: no saben lo cerca que estuve. Por segundos fui una briqueta. Me transformé en papel de diario. La bufanda mojada evitó que me desmayara. Hace rato que no sentía miedo; me sentí vivo otra vez. El crepitar de la naturaleza erigiéndose sobre ti, sin remordimientos. Huí del infierno y salí ileso.

    Se me acaban los sentimientos pero aún conservo mi imbatible espíritu. Veo mis mordidas de llantos y placer, las que se maximizan al oír a mis amigos más cercanos. Sufren como yo y callan como todos. Pero no es ayuda lo que buscan. Es el llamado de atención para uno mismo. Tu propia catarsis, tu propio insight, tu propia epifanía.
En el fondo todos sabemos la respuesta, sólo que nos encanta lo difícil y la desobediencia.

Pido un deseo. Pido varios. Nunca son para mí. ¿Para qué?
Soplo las velas.
Corto la torta.
El manjar se desparrama sobre el plato de vidrio.
La cuchara entra rompiendo la cobertura de chocolate blanco; emite un crujido perfecto.
Sonrío.
Abro mi boca.
Mastico.
Trago.