domingo, 13 de junio de 2021

The more we know, the less we show

Curiosa sensación es la de estar resfriado, por no decir una mierda. Los músculos se atrofian. La guata se llena de agua. Los medicamentos naturales o no, te emboban. Todo con tal de hacer la estancia un poco más cómoda. Pero la verdad es que no hay cura contra la flojera y el embotamiento inevitable de los sentidos. A la larga, te llenas de promesas así como de sueños con tal de decir, sí lo haré, pero la verdad es que no puedes hacer nada. Ni siquiera se te para ante los mensajes de quién no puedes siquiera besar o abrazar. No tenemos más que quejarnos, rezongar, murmurar insultos contra la pared, el techo, el gato. Pierdes noción del tiempo, en que estás mirando por la ventana y el viento con la lluvia se transforma en calor y sudor. Ves otra ventana distinta y te pierdes en fechas antiguas. Una canción que ya no escuchabas vuelve a sonar. Destapas una cerveza. Ni siquiera resfriado podría contaminarla con limón. ¿Por qué la gente hace eso? 

Un tapsin caliente noche me mira. Pero yo no a él. Sé que me lo tomaré igual, pero los maullidos del gato por querer la libertad me despertarán de igual manera. Ni siquiera la música es capaz de animarme. Quizá la solución sea el café, el trasnochar. Pero soy pésimo para dormir siestas. Muy bueno para tener el sueño liviano. Lo odio. Me gustaría ser como esos que duermen y roncan sin importar qué pase a su alrededor. ¿Se habrán hecho los dormidos alguna vez? Las notificaciones del celular llegan pero las ignoro. No hay deseos de nada. El libro que quiero y debo leer me sigue mirando. No puedo concentrarme así. Por un instante, la música me hace tararear unas cuantas estrofas. Hasta ahí llega mi energía. Sólo 29 días para que se acabe este año de mierda. Tres cumpleaños importantes antes del final. Pienso en pegarme en la pera el último día. Pienso que la pandemia tendrá un rebrote gigantesco. Ya me veo solo en algún peladero viendo las estrellas, sintiendo el impacto de los fuegos. Me encantaría, pero me aterra la idea de estar solo. Me veo en la obligación de acompañar a mi madre en esa fecha, de compartir en familia. Anhelo la soledad otra vez. Pero sin plata, no baila el humano, dicen. La pega, otra más. Mi integridad física por las lucas. Bueno, es el camino que elegí. Sino, sería mi integridad mental por las lucas; mucho peor. 

El otro año será mejor. El otro año será mejor. El otro año será mejor. Como un tatuaje que no puedo quitarme de la cabeza ni aunque quiera. Desde el borde del profundo y verde mar, las preguntas y los sueños se despedazan. Todo lo que quiero está en mis manos, en mi decisión. Desaparecer. La existencia duele. Pero queda tanto por hacer. Es la eterna encrucijada que solo aparece en estas circunstancias. Tengo un flash forward del funeral de mi madre. Tengo un flash forward de estar sentado en la camilla. Tengo un flashback de otra camilla, de otro funeral. Sostengo a mi perro frío y tieso, antes de taparlo con tierra. Años después, sostengo a otro igual. La cal impide que la fetidez de la muerte llegue a nuestras fosas nasales. Veo sus caras por última vez. Lagrimales secos. Ah, sí, el resfriado. Sigue acá, claro. Un basurero lleno de papeles con mocos. Un cenicero lleno de tapas de cerveza y vino. Agua fresca que no bebo. Audífonos nuevos que no uso. Una billetera que sé que perderé. El alcohol gel recordándome la actualidad. La música sonando. La ventana abierta colando al diablo tras de mí. 

El gato duerme, pronto despertará. Me tendré que abrigar para que salga a mear o cagar. No lo hará. Recuerdo el sueño de la noche anterior, pero me fuerzo a olvidarlo; no será escrito aquí. Me gustaría juntarme con muchos amigos y amigas, pero muchos me ignoran. Supongo que así es, siempre será así. El destino que eliges no cambia. Tengo un último flash forward. Me miro en un espejo y este se quiebra. Sangre por todas partes. O ninguna gota ni nadie que reflejar. Podría ser cualquiera. Solo, dejado, acabado. Algunos me han sugerido ingenuamente que vaya al psicólogo. Que me medique. No saben que estudié esa carrera para justamente no tener que hacerlo. Le piden consejos a un ignorante. Siempre hablo la mitad de lo que sé. Las personas se incomodan cuando le das una dosis de sinceridad. Se asustan cuando abres tu corazón. ¿Por qué pagarle a alguien para que me ayude? Respira. Mantiene el aire. Exhala. Repite tres veces. Cada bocanada e inhalada hasta el final. Pulmones llenos. Exhala lentamente. No sirve. Nariz tapada. Mocos cayéndose. Se acaban los pañuelos. La toalla nova te hace pedazos la nariz. Está bien, no importa, puedo contener el dolor y encapsularlo, usarlo para mi beneficio. Estoy lleno de heridas, de esas que no se ven.

Tu opinión me la bebo con dos hielos y pisco la serena: arde la garganta, pero no pasa de eso. Si me importara, no estaría escribiendo esto. Estaría aun peor, te lo aseguro.  Me prometiste que el final sería claro, pero así no es. Acuchíllame en la oscuridad, déjame reaparecer en mí. Me canso de todo, de todos. Lo confirmo cuando voy al centro de la ciudad. Las filas por doquier. Gente idiota fumando con la mascarilla bajo su mentón como un pañal. Me dan ganas de golpearlos, pero soy igual de inconsecuente o más, que ellos. Me quiero alimentar de las mentiras de los demás. Respirar fuego. Contenerme las ganas de llorar, de gritar. Al borde del viento lo hago, me desahogo. Podría contar con los dedos las veces que he sido contenido en esos momentos más lúgubres de mi corazón. Temo por todos. Esta vez no es solamente por la muerte. La perpetuidad del dolor, del cansancio. Matando el tiempo en una era donde lo menos que hay es comunidad, amor, ternura, pasión. 

Respiramos la muerte cada día. Cada frase, acción, escena no hace más que cultivar mis deseos de perderme en la abismante realidad. Quizá no sea imposible que me hagan cambiar de parecer, pero no veo cómo. He consolidado una personalidad hecha de metal, cables y carne. Me siento solo en un mundo en que no lo estoy. En que parece que si existe gente a la que verdad importo. Gente que sé que estará cuando ya no esté. Heredero o herederos de un legado que no vale ni un peso. El fútil paso de las fotos que en cien años más serán polvo. Temor a no ser recordado como nada ni nadie. Temor a ser un esclavo del cartón que jamás quise sacar. Los prejuicios, las dobles lecturas, las caras, los cuestionamientos. Por las noches me tiro el cabello y me lo arranco. Los dedos marcan letras pero en mi mente solo hay oscuridad, no de la mala ni la depresiva, más bien un enmarañado de porquerías innecesarias. Soy el mejor/peor crítico de mí mismo. Vivir es mucho más simple cuando eres pequeño, cuando solo te debes preocupar de limpiar bien el culo. De sonreír, de cuidar tu mochila, de sacar las notas, salir del colegio. Aparentar estar bien. Aparentar, aparentar, aparentar. Abrir la boca ante una inesperada lluvia. La brisa nocturna rozándote la cara. Un sencillo orgasmo bajo los árboles. No es tan fácil ahora. Estamos amarrados de manos, bajo paredes, bajo modelos repetidos de casas. Viviendo lo que quieren que vivamos. La única verdadera libertad está en la muerte; no hay más. Esta es la única solución a olvidar el malestar del resfriado y los dolores que implican. 

Sé que el siguiente café me hará daño. Mi estómago no lo soportará; ya no soporta nada. La edad y el tiempo hacen inservible el cuerpo. Es un milagro que se me ponga dura aún. Ser inservible, ser despreciado, ser rechazado. Una gran pena eterna. Una gran alegría pasajera. La literatura me salvó, pero también creó una profunda obstinación. Cada segundo que pasa me acerca más al final; la silenciosa enfermedad. Ya no me importa la pandemia, ya no me importa la corrupta política de este país envenenado, ya no me importan las marchas contra unos bastardos protegidos por la ley creada por otros bastardos aún peores, ya no me importa la lucha insignificante que no cambiará nada, ya no me importa el vivir, ya no me importa el morir, ya no me importa la canción que cantaba con pasión. No me importa nada. Pero lo haré, de igual forma, como todos. Asintiendo, obedeciendo, pagando, sufriendo, despertando, sacrificando. No hay nada más. No hay otra manera, no hay más formas de obtener el placer que nos hace movernos. La abismante realidad, la abismante realidad, la abismante realidad. 

Mientras más crecemos, más viejos nos volvemos. Mientras más sabemos, menos demostramos.

sábado, 12 de junio de 2021

Coliseo Romano

 

No era “Romano” ni mucho menos un “Coliseo”. De hecho, cualquier forma de tratar de darle un sentido al nombre de ese programa de televisión era inverosímil.

Venía de despertar de una terrible caña del día anterior, muy lejano a mi casa. Para solventar el dolor, me gustaba tomar un jugo de frutas de los venezolanos (esenciales vitaminas después de tanto vino) y sentarme en una de las bancas de la plaza principal de la ciudad.

La vida reflejada en las caras de las personas me permitía barajar una gama de posibilidades que pudiesen estar cargando sobre sus hombros. Las miradas, las expresiones, el tono de voz, la postura, la rapidez con que caminan, sus silencios. Todo era interpretable bajo la mirada de ese tosco personaje de oscuras ropas que los miraba indirectamente desde una de las bancas.

Como siempre, pasar desapercibido era mi especialidad. Observar y analizar, lo único que se me daba bien.

Quizás por lo absorto que estaba en mis propios pensamientos, no había visto una fila que comenzaba a crecer en las afueras, del ya extinto, teatro centenario (otra de esas edificaciones culturales tan hermosas y tan antiguas, que nadie quiere licitar).

El último tipo en la fila nota mi curiosidad.

-          -    ¡Están pagando cinco lucas, hermanito!

-          -    ¿Cinco lucas pa’ qué?

-          ¡Van a grabar un capítulo de Coliseo Romano! –grita el pobre tipo, con una notoria exaltación que no logro comprender.

El aroma a butacas, polvo, humedad y poco uso, solo era opacado por el sudor de las decenas de personas que se atestaban por un buen puesto ante tamaña oportunidad de ser público en un capítulo de un programa de la t.v.

Obviamente, a mí me importaba una mierda; me senté lo más atrás que pude, antes que uno de los productores empezara a dar órdenes de dónde y cómo teníamos que reaccionar.

-          -    ¡Ya! ¿Me escuchan? –preguntó sin micrófono el productor. El eco del teatro se mantenía impecable–. Vamos a grabar unos minutitos de sólo risas, ¡¿ya?! Así que acérquense todos los que están atrás. Eso… Así… Y ríanse fuerte y bien ruidosos noma’. ¿Tamos’ listos?

La idea de estar riéndonos falsamente fue patética. Pero más allá de la grabación, el propósito era buscar a las personas que se sentaran al frente, el verdadero público que mostrarían mientras el resto no era iluminado; solo sombras en el fondo. Las más blancas, los más rubios, los más expresivos y de dentaduras radiantes eran sacados de los asientos y reacomodados, bajo los escrutinosos ojos del staff del programa que daban vueltas, mirando fila por fila a los publicitariamente indicados.

-          -     Ya, ¡Paremos un poco, por favor! –gritó el productor–. Ahora necesito que pifien lo más fuerte que puedan. Sin insultar eso si, ¿ya? ¿Tamos’ listos? Tres, dos, uno...

A medida que fui creciendo, me fue desagradando cada vez más la televisión. Pero luego de esto, era difícil siquiera pensar en darle una oportunidad. Sentí vergüenza de ser parte de tamaña mierda.

Otro productor sube al podio del “Jurado”, lo acompaña Álvaro Salas, humorista deudor de pensión alimenticia. Saluda alegre, desabrochando los botones de su terno y se sienta mientras alguien se saca una foto con él.

A los minutos, que parecían horas, aparece Kike Morandé. También lo hacen mis preguntas, “¿Qué clase de jurado es este?”, “¿Qué hago aquí sentado por cinco lucas?”. Su sonrisa es falsa, al igual que su tono de voz. Saluda a Álvaro como buenos compadres pos’ oye. Hace una especie de monólogo al público. Nos mira en menos a todos.

Muchos minutos después, aparece Rocío Marengo. Al verla, en verdad no sabía que pensar. Era la primera vez que veía a alguien de la tele tan de cerca y se notaba que era un tanto irreal. Tenía un desplante y una belleza que jamás tomé en consideración hasta ese día. A unos metros de mí, parecía una mujer irreal; simplemente era moldeada por la plástica perfección estética de la televisión.

Ninguno de los participantes en la siguiente hora y media me hizo reír. Y no solo a mi apatía, sino que a todos por igual: una muerta audiencia que permaneció en silencio por la vergüenza ajena. No hay mucho que agregar en eso, ya lo eliminé de mi mente.

Al terminar, una horda de personas se subió a sacarse fotos, en orden de popularidad, con Rocío, Kike y Álvaro. El cuarto jurado, el productor, se va sin ser tomado en consideración por nadie. Lo veo ir tras el equipo de producción y conversar. Sus bocas se mueven lo suficiente para entender lo que dicen. “Puta el público culiao’ malo, no les paguemos ni una cagá”.

Pasada media hora de insultar y discutir al equipo de Mega por los cinco mil pesos, decidí largarme: el hambre me había ganado.

Ese tiempo, esas horas, jamás volverán. Y el recuerdo de un programa de televisión, plantó los cimientos de una creencia que se convirtió en mi verdad: la televisión abierta, es una mierda.

viernes, 11 de junio de 2021

Cuando huele


Cuando huele a vino y tabaco, pienso en la incertidumbre del mañana y en el anhelo del ayer. Me aterran las próximas elecciones presidenciales; recuerdo las mascotas que enterré y me cuestiono ¿por qué “enterrar” es la única manera más normalizada de despedirse de alguien querido?

Veo las imágenes del Amazonas incendiándose; imagino a Islandia llorando por los glaciares que se derriten en la tierra de Björk; recuerdo a los Selknam que fueron secuestrados y exhibidos como atracciones de circo en Europa; se me vienen a la mente los Rockefeller, el MK-Ultra, el grupo Billberg; recuerdo a Salfate siendo enjuiciado por jalero.

Cuando huele a vino y tabaco, escucho al francés diciendo lo insalubre que es el vino en caja; me desespero por la futura guerra del agua que nadie parece ver; no puedo evitar pensar en Marte como la futura colonia del cáncer llamado humanidad, a su vez, no puedo sacar de mi cabeza el podcast de “Tierra 2”, quizá, porque vivimos en ella.

Cuando huele a vino y tabaco, me embriaga la nostalgia de los recuerdos que nunca tuve, porque mi mente ya se entumece por la tos y la enfermedad silenciosa.

Me pregunto cómo chucha vamos a salvar a este mundo de las inminentes catástrofes. ¿Habrá algún futuro cercano donde encuentren estos datos y digan ¿Ellos sabían que se acabaría?

No siento temor por la muerte, porque la salud publica me hará el favor de enviarme al más allá rápidamente, junto a toda su burocracia e incompetencia. No me olvido de rezar por las lluvias que faltan en mi seca ciudad; la misma que si no desaparece por un tsunami, lo hará por el calentamiento global.

Cuando huele a vino y tabaco, reflexiono que la idea del reciclaje es una ayuda pero ni cagando una solución a la imbecilidad humana.

Tengo recuerdos vagos de la niñez que parecen sombras clavadas al techo, con uñas y garras, las que me apuntan con el dedo; mismas sombras que vuelven en la adultez, apareciendo, al mirarme en el espejo, mientras estoy en un viaje alucinógeno.

Cuando huele a vino y tabaco, vuelvo a llenar el vaso y vuelvo a prender otro, para que el aroma me atonte y, el día de mañana, estar aún más consciente de lo que significa el final y la mejor forma de enfrentarlo.

Sin miedo. Sin palabras. Cara a cara.