Cuando huele a vino y tabaco, pienso en la
incertidumbre del mañana y en el anhelo del ayer. Me aterran las próximas
elecciones presidenciales; recuerdo las mascotas que enterré y me cuestiono
¿por qué “enterrar” es la única manera más normalizada de despedirse de alguien
querido?
Veo las imágenes del
Amazonas incendiándose; imagino a Islandia llorando por los glaciares que se
derriten en la tierra de Björk; recuerdo a los Selknam que fueron secuestrados
y exhibidos como atracciones de circo en Europa; se me vienen a la mente los
Rockefeller, el MK-Ultra, el grupo Billberg; recuerdo a Salfate siendo
enjuiciado por jalero.
Cuando huele a vino y
tabaco, escucho al francés diciendo lo insalubre que es el vino en caja; me
desespero por la futura guerra del agua que nadie parece ver; no puedo evitar
pensar en Marte como la futura colonia del cáncer llamado humanidad, a su vez,
no puedo sacar de mi cabeza el podcast de “Tierra 2”, quizá, porque vivimos en
ella.
Cuando huele a vino y
tabaco, me embriaga la nostalgia de los recuerdos que nunca tuve, porque mi
mente ya se entumece por la tos y la enfermedad silenciosa.
Me pregunto cómo chucha
vamos a salvar a este mundo de las inminentes catástrofes. ¿Habrá algún futuro
cercano donde encuentren estos datos y digan ¿Ellos sabían que se acabaría?
No siento temor por la
muerte, porque la salud publica me hará el favor de enviarme al más allá
rápidamente, junto a toda su burocracia e incompetencia. No me olvido de rezar
por las lluvias que faltan en mi seca ciudad; la misma que si no desaparece por
un tsunami, lo hará por el calentamiento global.
Cuando huele a vino y
tabaco, reflexiono que la idea del reciclaje es una ayuda pero ni cagando una
solución a la imbecilidad humana.
Tengo recuerdos vagos de la
niñez que parecen sombras clavadas al techo, con uñas y garras, las que me
apuntan con el dedo; mismas sombras que vuelven en la adultez, apareciendo, al
mirarme en el espejo, mientras estoy en un viaje alucinógeno.
Cuando huele a vino y
tabaco, vuelvo a llenar el vaso y vuelvo a prender otro, para que el aroma me
atonte y, el día de mañana, estar aún más consciente de lo que significa el
final y la mejor forma de enfrentarlo.
Sin miedo. Sin palabras.
Cara a cara.