viernes, 11 de junio de 2021

Cuando huele


Cuando huele a vino y tabaco, pienso en la incertidumbre del mañana y en el anhelo del ayer. Me aterran las próximas elecciones presidenciales; recuerdo las mascotas que enterré y me cuestiono ¿por qué “enterrar” es la única manera más normalizada de despedirse de alguien querido?

Veo las imágenes del Amazonas incendiándose; imagino a Islandia llorando por los glaciares que se derriten en la tierra de Björk; recuerdo a los Selknam que fueron secuestrados y exhibidos como atracciones de circo en Europa; se me vienen a la mente los Rockefeller, el MK-Ultra, el grupo Billberg; recuerdo a Salfate siendo enjuiciado por jalero.

Cuando huele a vino y tabaco, escucho al francés diciendo lo insalubre que es el vino en caja; me desespero por la futura guerra del agua que nadie parece ver; no puedo evitar pensar en Marte como la futura colonia del cáncer llamado humanidad, a su vez, no puedo sacar de mi cabeza el podcast de “Tierra 2”, quizá, porque vivimos en ella.

Cuando huele a vino y tabaco, me embriaga la nostalgia de los recuerdos que nunca tuve, porque mi mente ya se entumece por la tos y la enfermedad silenciosa.

Me pregunto cómo chucha vamos a salvar a este mundo de las inminentes catástrofes. ¿Habrá algún futuro cercano donde encuentren estos datos y digan ¿Ellos sabían que se acabaría?

No siento temor por la muerte, porque la salud publica me hará el favor de enviarme al más allá rápidamente, junto a toda su burocracia e incompetencia. No me olvido de rezar por las lluvias que faltan en mi seca ciudad; la misma que si no desaparece por un tsunami, lo hará por el calentamiento global.

Cuando huele a vino y tabaco, reflexiono que la idea del reciclaje es una ayuda pero ni cagando una solución a la imbecilidad humana.

Tengo recuerdos vagos de la niñez que parecen sombras clavadas al techo, con uñas y garras, las que me apuntan con el dedo; mismas sombras que vuelven en la adultez, apareciendo, al mirarme en el espejo, mientras estoy en un viaje alucinógeno.

Cuando huele a vino y tabaco, vuelvo a llenar el vaso y vuelvo a prender otro, para que el aroma me atonte y, el día de mañana, estar aún más consciente de lo que significa el final y la mejor forma de enfrentarlo.

Sin miedo. Sin palabras. Cara a cara.