martes, 30 de agosto de 2016

@Micro 98, "Viviendo"


Llevaban más de 60 años juntos. Todos sus momentos compartidos abundaban en cada una de las redes sociales más populares. Habían estado en programas de televisión juntos como la pareja más exitosa de las últimas décadas. Viajaron por todo el mundo repartiendo esperanza y sonrisas. Tenían una banda de rock que había llegado hasta el máximo estrellato de la música.  Descubrieron la cura para varias enfermedades terminales que se veían imposibles de encontrar. Crearon varias organizaciones para ayudar a la pobreza, los huérfanos y el maltrato. Establecieron leyes de protección animal por toda la tierra. Unieron religiones que eran impensadas verse juntas. Detuvieron guerras, dieron charlas, impartieron cursos, crearon tecnología y con esta, hicieron lo único que les faltaba: vivir en otro planeta. La gravedad era muy parecida a la de la luna y el clima no distaba mucho al de la tierra, pero este planeta (que también descubrieron ellos), parecía el lugar perfecto para pasar sus últimos años y, la mejor parte, era que nadie allí abajo sabía dónde estaban.
El planeta fue plenamente estudiado antes de llegar: su rotación era de 22 horas y su traslación de 350 días, tenía la suficiente cantidad de oxígeno para vivir, el sol abrigaba unos cálidos 20º en invierno y subía a unos leves 22º en verano, pero quizá lo más relevante de ello era que no estaban solos: allí existía una civilización, quiénes le dieron todas las facilidades para que viviesen, sin intervenirlos, sin fastidiarlos.
- Te has puesto a pensar en todo lo que hemos hecho, David –decía la mujer, sin dejar de mirar las incontables estrellas que se veían en pleno día. El vapor del té que había preparado se perdía en el espacio.– ¿Te has puesto a pensar en si todo aquello nos hizo verdaderamente felices?
- ¿A qué te refieres, Cat? –respondió su esposo, también observando el cielo. Su taza de té ya iba a la mitad, igual que la de su esposa.
- Digo que, no lo sé, ¿Te parece que es correcto lo que hicimos? Digo, ¿Está bien? ¿Cierto?
- Depende del punto de vista.
- ¿Y cuál es el tuyo?
- Alguien podría pensar de que, si me estás preguntando esto sobre la superficie de un planeta que ningún otro humano allá en la tierra conoce, y que eso es gracias a lo que hicimos allá y el respeto y fortuna que nos ganamos limpiamente, bueno, esa persona te dirá que sí, eso los debe hacer felices y se lo tienen merecido.
- Mmh… –Catherine giro su cabeza hacia su marido, quién limpiaba sus lentes de gruesos vidrios sin mirarlos. Seguía absorto en el amplio cielo.– ¿Y el otro punto de vista?
- Bueno, el otro es el nuestro. Verás, si volvieras a nacer, ¿Volverías a cometer los mismos errores para darle la alegría a todas esas personas? ¿O elegirías un camino distinto solo para ver qué es lo que pasa, a sabiendas de que quizá, no seas nunca tan feliz como ahora?
“Mira Cat, ¿Ves esa estrella fugaz? Pues a años luz de ella está esa, y esa, y esa, y esa otra. Todas avanzan en distintas direcciones, tienen distintos desenlaces, tienen orígenes distintos, pero todas y cada una de ellas tienen algo en común: todas son hermosas junto con cada uno de sus posibles destinos. Tu y yo no somos nadie para juzgarlas ni ellas a nosotros, pero, al final, cada una de ellas brilla por sí misma, sin importar cuanto la miren.
Sé que envenenaste el té. Sé que querías terminarlo todo y que, a pesar de lo que hicimos, jamás pude hacerte cambiar de parecer. Nunca supe cómo. Es por eso que los cambié. Para que vivas como una estrella. Para que ilumines como siempre lo has hecho siendo que ni tu así lo consideras. Yo brillé junto a ti y mi vida ya terminaba, pero verte morir… ¿En mis brazos?... ¿En otro planeta?... ¿Lejos del primer lugar en que nos besamos?...Yo… Eso… No podía…”

Catherine sostuvo el frío e inerte cuerpo del ser que amó el suficiente tiempo, hasta que sintió el ardor de sus lagrimales ya secos, junto con sus mejillas empapadas de tristeza y desconsuelo. El veneno hacía notar cada una de las venas de su marido, quién a pesar de estar muerto, no dejó de darle una última lección en ese lejano lugar. Lloró por él hasta el último de sus días: viviendo, como se lo prometió sobre su ataúd.

lunes, 29 de agosto de 2016

@Micro 97, "Con uno de esos"


Había comenzado a llover cuando encendí la pequeña estufa. Quedaban los últimos troncos secos de la semana pero serían suficientes para esta noche por lo menos. Al estar la cocina y el pequeño living juntos, abrigaba lo justo y necesario mientras yo calentaba un poco de agua antes de ponerme a escribir.
Tres golpes en la puerta me parecieron muy extraños, sobretodo a esta hora en donde ya todos los vecinos se refugiaban por culpa de estas incesantes lluvias. Cuando fui a abrir, una muchacha estaba en los escalones, con las blancas manos en el suelo y sollozando.

- Qué… ¿Disculpe? –la observé mientras la levantaba por los brazos, estaba empapada y expelía un fuerte aroma de que no se duchaba en semanas.– ¡¿Camila?!
- Por fin… –levantó su mirada hacía mí, tomándome por los hombros y mostrando su desnutrida e irreconocible cara.– Te encontré.
La hice pasar de inmediato a un costado de la estufa. Ella temblaba cuando le pasé todas las toallas, le dije que se diera una ducha caliente, que no había problema. Le deje un poco de mi ropa y que cuando estuviera lista, se tomara un café conmigo.
Escuché el agua del baño correr, mientras le daba nerviosos sorbos a mi humeante tazón. “Camila…” su nombre me traía un montón de recuerdos, cuando ni siquiera vivía en esta ciudad. Habíamos estado juntos varios años, pero por diversas razones nos tuvimos que separar. Ella nunca lo quiso así y jamás me perdonó por ello, pero había decidido esfumarme de su vida por mi bien… Por nuestro bien. Ahora ella estaba aquí otra vez y todo vuelve a ser confuso y extraño una vez más.

- Gracias –levanté la mirada hacia ella, quién estaba bajo el umbral de la cocina, secándose el pelo y con una de mis poleras que tan ancha le quedaba.– De verdad.
- No es nada, Cami –le serví una taza hirviendo de café.– Eso te hará bien.
- Gracias –ella se sentó en silencio y le dio unos cuantos sorbos antes de que volvieran los tonos rojos a sus mejillas– Está muy rico.
- Cami… –no podía evitar sentir mi corazón palpitar. Quería abrazarla y no dejarla que se fuera más de mi vista, como lo habíamos prometido hace años.– ¿Cómo me encontraste?
- De verdad, discúlpame –bebió un poco más de café antes de seguir.– Sé que no querías que te siguiera. Que no me querías ver más. Pero yo… Yo no te puedo olvidar… –Camila se puso a sollozar con las manos tapándose la cara, mientras que yo seguía haciendo el papel del idiota frío y sin sentimientos, estando lo más lejos posible de consolarla.– No quiero a ningún otro más que a ti… Siempre fue así.
- Cami… –el café lo sentía frío en mis labios, ¿O eran mis preocupaciones por ella lo que nublaban mis sentidos?.– Ha pasado ya mucho tiempo. Me da mucho gusto verte… Pero no así. No con esa ropa destrozada ni con tu apariencia tan desnutrida… ¿Qué pasó, Cami?
- Dejé todo para buscarte… Todo. Dejé a mi madre, a mis hermanos, mis amigos, el trabajo… Todo –Camila comenzó a llorar sin ocultarlo, haciéndome notar cada una de sus palabras como reales.– Te he extrañado tanto…

Esa noche, subimos a mi pieza a dormir. La casa era pequeña por lo que el único lugar para descansar era mi cama. No quería dormir con ella, no tan pronto ni menos después de tanto tiempo. Tendí el saco de dormir a un costado mientras le decía que no se preocupara, que ella podía dormir en mi cama. Pasó media hora hasta que me volvió a hablar desde allí, envuelta en mis sábanas.
- Duerme conmigo –dijo ella.
- No debo, Cami –respondí, con las manos en mi nuca, evitando aflorar mis sentimientos por ella una vez más.
- Me saqué la mierda para encontrarte. Sacrifiqué todo… ¡Todo! Sé que me odias… Por todo. Lo único que quiero es estar contigo… Lo único…

La interrumpí con un beso, con uno de esos que no daba hace tiempo, con uno de esos que ruborizaban hasta el último cabello de mi cuerpo, hasta la última célula de mi piel. Con uno de esos besos que daba cuando amaba. La abracé por la cintura y la apreté contra mí.  “Yo también te extrañé”, le dije antes de dormir.
Afuera, la lluvia seguía y ojalá, no dejara de caer.

lunes, 22 de agosto de 2016

@Micro 96, "Aliviado pero Adolorido"


No había camas, así que en el hospital me dijeron que tenía que pasar este día en camilla. Llegó la medianoche y mis ganas de orinar eran insoportables. Los puntos de la apendicitis parecían como si fueran a estallar producto de mi hinchada vejiga, y yo no estaba en condiciones de ponerme de pie por mí mismo aún; la operación me había dejado en 1 de HP.
En ese turno nocturno habían dos bellas enfermeras en práctica, quiénes se encargaban del cuidado de los pacientes que estaban en esas incómodas camillas, incluido yo.
-     - Señorita… –dije con mi tono de voz apagándose.– ¿Puede venir?
-     - Dígame –respondió con una hermosa sonrisa.– ¿Qué le pasó?
-     - Es que sabe… –hice una pausa antes de sincerarme con ella.– Estoy que me meo’.
-     - ¡Ah! Pero no se preocupe –la enfermera llamó a su amiga, quién se puso al costado de mi camilla, también sonriente y contenta.– Nosotros lo ayudamos.
Puede que haya sido por los analgésicos, la reciente operación o los puntos, pero en mi cerebro concebí por un instante de que mi fantasía sexual se hiciera realidad allí mismo, en ese frío y lúgubre lugar bajo el hospital, donde ambas enfermeras me succionarían como quién saca gasolina de un automóvil, todo por el bien del paciente.
Una de ellas tomó un largo tubo transparente y comenzó a lubricarlo, mientras que la otra me agarró el cabeza de Darth Vader y lo dejó al descubierto, con la boquilla de pez abierta para recibir… Para recibir… “¡Conchatumare!”, fue poco el tiempo que tuve para darme cuenta de la horrible verdad: el reluciente y largo tubo de plástico entró por el cabeza de haba como una estocada directo a mi corazón.
La agudez del dolor era tal, que parecía dejar muy atrás el sufrimiento que sentí cuando me dio apendicitis, y lo peor no era eso. A pesar de tener a dos preciosuras “corriéndome mano”, el sagrado no se inmutó: permaneció en modo tortuga en todo momento hasta que sentí el común y terrenal alivio después de orinar. La “chata” donde caía la orina era oscura y eterna, donde comenzó a llenarse hasta el tope y las enfermeras seguían sonriéndome, como si todo estuviera bien.
-    - Estabai’ llenito parece, ¿ah? –ambas rieron sin perder los ojos de vista del procedimiento, quitando lenta y tranquilamente el extenso tubo que cruzó todo mi cuerpo hasta el fondo de la vejiga.
-     - Gra… Gracias –respondí, aliviado pero adolorido.