Su familia le dijo que se midiera. Sus amigos le comentaron que debia estar tranquilo. Su hermano le rogó que se calmara. Aun así, hizo caso omiso de las advertencias y salió de todas formas. La noche era muy helada, casi tanto como en el antiguo país en donde residía y trabajaba, pero era el momento de hacer uso de su día libre.
Invitó a su esposa, la cuál no sabia la razón exacta de la salida pero que de todas formas accedió a acompañarlo. Ella estaba despampanante, como siempre. Él, por otro lado, le abrió la puerta en pijamas, el cuál aún expelía ese aroma a paredes anales derretidas.
Sin sacarse las pantuflas, comenzó a manejar a altas horas de la noche. Se había lavado los dientes y se fumó un cigarro, pero sabía que la botella de mezcal que se tomó, junto con una línea de la mas exclusiva cocaína antes de despertar a su esposa, era una gran error.
Su esposa aborrecía sus gases, por lo que cuando ella lo acompañara, estaba totalmente prohibido que expulsara cualquier gas. Ebrio y drogado, entendía ello, por lo que se aguantó. Su gas se acomodó en su estómago, subió a su esófago y también bajó hasta su ano pero no encontraba escapatoria. Tomó un torrente sanguíneo, el cuál pasó por el corazón y allí se alojó. Este, desesperado y latiendo muy rápido, comenzó a abrir una boca llena de dientes, que terminó por eruptar.
Arturo, apretándose su pecho, no pudo controlar el automóvil. Sumado a su condición actual, el gas lo atacó con una profunda punzada, colisionando dramáticamente con otro vehículo.
Arturo está arrepentido de sus acciones, al parecer.