Tenía una resaca horrible. Mi cerebro palpitaba como si este retumbara en un pozo lleno de alcohol. Me levanto hacia el baño para mirarme al espejo. Abro la pegajosa boca que desprende un horrible aliento. Orino pensando en lo que sucedió ayer, sin éxito. El sonido del pichí cayendo en el agua de la taza me provoca dolor hasta el hipotálamo.
Bajo al primer piso y me encuentro con un desastre. Hombres y mujeres durmiendo en el suelo; algunos abrazados a animales, otros sobre velas derretidas. Cientos de colillas de cigarros, botellas y latas por doquier, todo sumaba al momento de sentir el hedor en el ambiente.
Me acerqué a tomar agua a la cocina, cuando escucho desde el patio alguien quejándose. Una mujer desconocida estaba con una polera mía, en rodillas y sollozaba, "me duele... me duele". Me acerco a ella mientras bebo un vaso de agua. Ella levanta la mirada hacía mi y balbucea.
- ¿Me lo sacas?... Porfa... –la mujer tenía la cara pálida, sus pupilas dilatadas y los labios secos. Estaba a punto de desmayarse.
- ¿Qué cosa? –pregunté en un falso tono de preocupación, bebiendo otro poco de agua.
- La... sardina... –dijo jalando la basta de mis pantalones.
- ¿Qué? –veo como se da vuelta y me lo muestra. En su vagina tenía alojada una de esas latas ovaladas de sardinas en tomate, la cual estaba atascada allí, dentro de su panocha.
- ¿Qué? –veo como se da vuelta y me lo muestra. En su vagina tenía alojada una de esas latas ovaladas de sardinas en tomate, la cual estaba atascada allí, dentro de su panocha.
Dos horas después de haberle quitado la lata de sardinas con un alicate, la mujer dormía en mi cama. Habíamos hecho el amor, o así ella lo sintió. Buscando unos cigarros en el velador, observo que en el interior del cajón hay otro montón de latas de sardinas en tomate. Las observo un largo rato para luego cerrar el cajón. El cigarro hoy tenia otro sabor.