Todos se divertían en la pieza de Bastián. Ya era tarde y se habían pegado los últimos disparos que los mandarían a las tierras de los sueños, sumado a esto, su habitación contenía una densa niebla que generaba una que otra incontrolable tos. Justo antes de irse a sus respectivas casas, Mauricio se da cuenta de algo.
- Loco, no tengo mis llaves –todos se tocaron los bolsillos y observaban en los rincones de la habitación si es que aparecían. Por un momento Mauricio se rindió y creía que debería pasar otra noche en la casa de Bastián, hasta que se le ocurrió mover la cama.
- ¿Movámos la cama? Quizá esté por ahí... –al escuchar esto, Bastián tuvo que actuar rápido. Debajo de la cama se encontraba una de las tantas entradas al salón de tortura que le habían heredado sus padres. La sangre debajo de la entrada aun estaba fresca, de la noche anterior. Algunos de los seres aun podían hacer el suficiente ruido para que lo delatasen, a pesar de estar vendados y sin ninguno de sus dientes.
Los peldaños que seguían bajo la entrada oculta, llevaban a una de las primeras habitaciones provistas de camillas, donde Bastián ejercía "el arte del despellejamiento humano", como él le llamaba. Siempre existió la posibilidad de que entre tanto ajetreo en su pieza, alguien pudiese mover la cama, por lo que instaló una aplicación en su nuevo celular que le permitía camuflar la entrada de inmediato, gracias al bluetooth incorporado que traía.
- ¡Ahí están! –señaló Mauricio victorioso hacia las llaves. Bastián observaba en silencio, al parecer, todo había funcionado a la perfección.
- Loco, no tengo mis llaves –todos se tocaron los bolsillos y observaban en los rincones de la habitación si es que aparecían. Por un momento Mauricio se rindió y creía que debería pasar otra noche en la casa de Bastián, hasta que se le ocurrió mover la cama.
- ¿Movámos la cama? Quizá esté por ahí... –al escuchar esto, Bastián tuvo que actuar rápido. Debajo de la cama se encontraba una de las tantas entradas al salón de tortura que le habían heredado sus padres. La sangre debajo de la entrada aun estaba fresca, de la noche anterior. Algunos de los seres aun podían hacer el suficiente ruido para que lo delatasen, a pesar de estar vendados y sin ninguno de sus dientes.
Los peldaños que seguían bajo la entrada oculta, llevaban a una de las primeras habitaciones provistas de camillas, donde Bastián ejercía "el arte del despellejamiento humano", como él le llamaba. Siempre existió la posibilidad de que entre tanto ajetreo en su pieza, alguien pudiese mover la cama, por lo que instaló una aplicación en su nuevo celular que le permitía camuflar la entrada de inmediato, gracias al bluetooth incorporado que traía.
- ¡Ahí están! –señaló Mauricio victorioso hacia las llaves. Bastián observaba en silencio, al parecer, todo había funcionado a la perfección.
- Te imaginai' –dice entre risas uno de los amigos, Felipe.– que hubiesen habido unos cuerpos muertes debajo y hüeá.
- ¡Si, los cuerpos de los papás! –todos se reían de las bromas respecto a lo que hubiese debajo de la cama. Bastián, sentado en la silla de su computador, tan solo esbozaba una leve sonrisa con su celular en la mano.
- ¿Vamos? –dijo mientras todos dejaban la habitación, apagaba la luz y cerraba la puerta.
- ¿Vamos? –dijo mientras todos dejaban la habitación, apagaba la luz y cerraba la puerta.