El ser una madre soltera había provocado cierto
caos en la tranquila vida de Jacinta. Si bien amaba a su hijo, habían surgido
ciertos problemas entre ellos últimamente, por lo que buscó alguien que la
ayudase a salir del embrollo. Volviendo del trabajo, pudo observar una hoja
fotocopiada pegada en un poste en la que decía, “¿Problemas? Llame a Jamie +5699XXXXXXX”. La cita fue agendada para
el día siguiente.
El lugar donde llegó no era muy lujoso, pero de cierta forma le brindaba seguridad. Tenía toda la fé puesta en que esto resultaría. Al escuchar su nombre, Jacinta se puso de pie mientras que la secretaria le indicaba que pasara a la oficina. Jamie se encontraba de espaldas, fumando un enorme puro y con los pies descalzos, mirando el tráfico que había en la calle. Antes de que Jacinta pudiese articular palabra, Jamie le habló, aun estando de espaldas.
- Adelante Jacinta, póngase cómoda nomás– la voz del tipo era muy segura, le recordó un tanto a su ex-marido– ¿Le costó mucho llegar?
- Em… no, para nada, vivo super cerca de…
- ¡Ya! – Jamie se puso de pie y dio una voltereta hacia atrás, quedando justo a un costado del asiento de Jacinta, quién de inmediato quedó perpleja– ¡Espera! ¡No me digas nada!– el tipo se llevo la mano a su cabeza, como haciendo la clásica pose de la estatua del pensador– Mira Jacinta, tu problema es super simple y tu respuesta la tengo en mi maletín.
Jacinta estaba preocupada, “¿Quién cresta es este hüeón?”. Jamie se puso de pie de un salto y a pasos agigantados comenzó a urgar detrás de su escritorio. Colocó sobre la mesa un enorme portafolio el que abrió y le provocó una sonora carcajada, mientras observaba el contenido. Una horrorizada Jacinta vió como Jamie giraba el maletín hacia ella, develando su contenido.
Cadenas, esposas peludas, diversos tipos de consoladores, lubricantes y condones, todo se iluminaba en sus verdes ojos con una sonrisa demente.
- Mire, Jacinta, empecemos altiro antes de que se acabe la sesión. Tenemos tiempo para hacer muchas cositas– Jacinta tomó el dildo más grande que vio y le dio de lleno en la cara al enfermo sujeto, lo cual hizo que cayera al suelo botando la foto que estaba en su escritorio, una imagen con su hija y esposa.
Mientras abandonaba el edificio, desde afuera se escuchaba la risa de Jamie, gritando “¡Dildo a la cara! ¡Dildo a la cara!”. Hasta ese momento, Jacinta no había observado el cartel que colgaba desde su despacho, “JAMIE, PSICÓLOGO CLÍNICO”.
El lugar donde llegó no era muy lujoso, pero de cierta forma le brindaba seguridad. Tenía toda la fé puesta en que esto resultaría. Al escuchar su nombre, Jacinta se puso de pie mientras que la secretaria le indicaba que pasara a la oficina. Jamie se encontraba de espaldas, fumando un enorme puro y con los pies descalzos, mirando el tráfico que había en la calle. Antes de que Jacinta pudiese articular palabra, Jamie le habló, aun estando de espaldas.
- Adelante Jacinta, póngase cómoda nomás– la voz del tipo era muy segura, le recordó un tanto a su ex-marido– ¿Le costó mucho llegar?
- Em… no, para nada, vivo super cerca de…
- ¡Ya! – Jamie se puso de pie y dio una voltereta hacia atrás, quedando justo a un costado del asiento de Jacinta, quién de inmediato quedó perpleja– ¡Espera! ¡No me digas nada!– el tipo se llevo la mano a su cabeza, como haciendo la clásica pose de la estatua del pensador– Mira Jacinta, tu problema es super simple y tu respuesta la tengo en mi maletín.
Jacinta estaba preocupada, “¿Quién cresta es este hüeón?”. Jamie se puso de pie de un salto y a pasos agigantados comenzó a urgar detrás de su escritorio. Colocó sobre la mesa un enorme portafolio el que abrió y le provocó una sonora carcajada, mientras observaba el contenido. Una horrorizada Jacinta vió como Jamie giraba el maletín hacia ella, develando su contenido.
Cadenas, esposas peludas, diversos tipos de consoladores, lubricantes y condones, todo se iluminaba en sus verdes ojos con una sonrisa demente.
- Mire, Jacinta, empecemos altiro antes de que se acabe la sesión. Tenemos tiempo para hacer muchas cositas– Jacinta tomó el dildo más grande que vio y le dio de lleno en la cara al enfermo sujeto, lo cual hizo que cayera al suelo botando la foto que estaba en su escritorio, una imagen con su hija y esposa.
Mientras abandonaba el edificio, desde afuera se escuchaba la risa de Jamie, gritando “¡Dildo a la cara! ¡Dildo a la cara!”. Hasta ese momento, Jacinta no había observado el cartel que colgaba desde su despacho, “JAMIE, PSICÓLOGO CLÍNICO”.