Fue lo último que mi padre escribió por el chat de la red social antes
de aparecer como inactivo, “Llevo el hacha”. Pasé más de 2 semanas pensando el
porqué de esta extraña reacción. A pesar de los incesantes llamados a su
celular y mails que le envié, no obtuve una respuesta.
Hoy arribaron a La Casa ambos, provistos de ningún equipaje salvo este, el hacha.
- Hola –hubo un incómodo silencio mientras pensaba en si abrir la reja o no– Em… ¿Les abro?
- Si, por favor –sus tonos de voz eran patéticamente falsos. ¿En verdad creían que caería en esa trampa?
- Ya pero, necesito saber algo antes de dejarles pasar –las llaves seguían en mis manos, sin intención verdadera de dejarles pasar.– ¿Por qué el hacha?
El viento que emergió sacudió sus cabellos y el mío, como si la naturaleza fuera el préambulo de la batalla.
- Si por favor, házlo hi… –la voz de mi impostora madre fue interrumpida por la de mi padre.
- ¡Sht! ¡Te equivocaste de línea, hüeón! –mi reacción no se hizo esperar, lanzando mi pokebola hacia fuera de La Casa e invocando a Bobo, el perro guardián que había capturado en el mismo infierno.
Bobo emergió de su gran letargo, conteniendo todo su poder hasta este día, el día en que necesitaría de sus fuerzas.
- Puta que eris’ pao’, Felipe culiao’ –las marionetas de mis padres se desplomaron al suelo, mientras detrás de ellos brincaban Felipe y Mauricio, ambos dispuestos a cobrar la venganza ya presupuestada de hace meses.
Bobo lanzó un ácido directo a sus pies, el que esquivaron con facilidad mientras yo me saltaba la reja para darles cara.
- ¡Si no hubiese sido por el error del Felipe culiao’ no me habría dado cuenta! –grité como si fuese el diálogo cinemático antes de la gran pelea. El ácido de Bobo expelía un olor nauseabundo mientras se carcomía todo el asfalto de la calle.
- ¡No tuvimos tiempo de practicar, Elliot! ¡Si es que ese es tu verdadero nombre, claro! –gritaba Mauricio, aún soltando los hilos que lo unían a la marioneta de mi padre.
- ¡Si po’, hüeón! ¡Mejor para tu hüebeo y dinos donde está el verdadero dueño de casa! –Felipe sostenía el hacha en sus manos con un notorio malestar, era evidente que sus desnutridos brazos le dificultaban la tarea.
- ¡Yo soy Elliot! ¡El verdadero dueño de casa! –les grité con total seguridad.– Ni idea a quién buscan ustedes… –miré de reojo a Bobo, quién ya estaba a su 100%, listo para destruir una ciudad completa con cualquiera de sus ataques.
- ¡Ya, culiao’! ¡Hoy mueres, hijoelaperra! –Mauricio fue el primero en atacar. El golpe dio de lleno en el suelo, el cual por pocos segundos eludí gracias a Bobo. El suelo se destruyó a tal punto que los autos enchulados que estaban estacionados, fueron succionados hacia el inframundo que se veía a mis pies, provocándome una gran sonrisa. Cuando me disponía a atacar a Felipe, este había desaparecido.
- ¡Mierda! –grité al darme cuenta que ya estaba detrás nuestro. Desconozco si fue por su poder oculto en aquellos ojos tan rojos característicos de él, pero pudo levantar el hacha como si pesase nada.
Cuando se disponía a atacarnos, Bobo le lanzó una patada directo a su quijada, de donde brotó un largo chorro de sangre y soltando el hacha que terminó cayendo en mis manos. El poder del hacha brotaba en mis venas como si fuese un vodka con energética. Ya nadie me podía detener, ni siquiera Baxter, el loco de la villa.
- ¡Paren su hüebeo, cabros culiaos’! –les grité mientras sostenía el hacha en alto– ¡Ya se acabó la pelea!
- Nunca…–Mauricio se empezó a ruborizar, mientras que sus ojos ardían– Subestimes… ¡El poder del pele! –Una ráfaga de viento nos mandó volando a Bobo y a mí hacia las casas aledañas, destruyendo un sinnúmero de hogares felices.
De la nada, el cielo se nubló, y su cosmos/ki/chacra/nen o como quieran llamarle, se veía hasta el cielo. Cuando me reincorporé, Mauricio seguía elevando su poder.
- Acaso crees… ¡¿Qué me quedaré quieto esperando a ver como subes tu poder como un típico ahüeonao de dibujos animados?! –cuando terminé la frase Bobo ya estaba detrás de él, dando su mejor mordisco directo al cráneo, mientras yo lancé el hacha a tal velocidad, que cortó 26 kilómetros de largo, dejando una enorme grieta en el planeta.
Mauricio quedó partido a la mitad, antes de que se esfumase. Era un maldito clon. Tampoco era el verdadero, al igual que Felipe, quién aún estaba inerte en el suelo con los ojos ardiendo y su boca abierta, como pidiendo ayuda, antes de que se desintegrará en una nube de humo.
El caos estaba desatado. Media villa yacía en ruinas. Me senté en la cuneta a esperar que llegaran las autoridades, hasta que una voz me despertó.
- Deja de tomar esa hüea –era Mauricio, quién estaba sentado en el sillón del living de La Casa. Entreabriendo mis ojos, pude ver a Felipe botado en el piso con la misma cara que en el sueño, mientras que mi mano sostenía una casi vacía botella de “Coñac, El Gaitero”.
- Si, hüeón –reventé la botella contra la pared más cercana.– Qué basura.
Tanteé detrás del sillón en que estaba desparramado, si es que aún estaba, y así fue. La filosa hacha estaba allí, esperando su siguiente víctima. “Es cosa de tiempo”, pensé.
Hoy arribaron a La Casa ambos, provistos de ningún equipaje salvo este, el hacha.
- Hola –hubo un incómodo silencio mientras pensaba en si abrir la reja o no– Em… ¿Les abro?
- Si, por favor –sus tonos de voz eran patéticamente falsos. ¿En verdad creían que caería en esa trampa?
- Ya pero, necesito saber algo antes de dejarles pasar –las llaves seguían en mis manos, sin intención verdadera de dejarles pasar.– ¿Por qué el hacha?
El viento que emergió sacudió sus cabellos y el mío, como si la naturaleza fuera el préambulo de la batalla.
- Si por favor, házlo hi… –la voz de mi impostora madre fue interrumpida por la de mi padre.
- ¡Sht! ¡Te equivocaste de línea, hüeón! –mi reacción no se hizo esperar, lanzando mi pokebola hacia fuera de La Casa e invocando a Bobo, el perro guardián que había capturado en el mismo infierno.
Bobo emergió de su gran letargo, conteniendo todo su poder hasta este día, el día en que necesitaría de sus fuerzas.
- Puta que eris’ pao’, Felipe culiao’ –las marionetas de mis padres se desplomaron al suelo, mientras detrás de ellos brincaban Felipe y Mauricio, ambos dispuestos a cobrar la venganza ya presupuestada de hace meses.
Bobo lanzó un ácido directo a sus pies, el que esquivaron con facilidad mientras yo me saltaba la reja para darles cara.
- ¡Si no hubiese sido por el error del Felipe culiao’ no me habría dado cuenta! –grité como si fuese el diálogo cinemático antes de la gran pelea. El ácido de Bobo expelía un olor nauseabundo mientras se carcomía todo el asfalto de la calle.
- ¡No tuvimos tiempo de practicar, Elliot! ¡Si es que ese es tu verdadero nombre, claro! –gritaba Mauricio, aún soltando los hilos que lo unían a la marioneta de mi padre.
- ¡Si po’, hüeón! ¡Mejor para tu hüebeo y dinos donde está el verdadero dueño de casa! –Felipe sostenía el hacha en sus manos con un notorio malestar, era evidente que sus desnutridos brazos le dificultaban la tarea.
- ¡Yo soy Elliot! ¡El verdadero dueño de casa! –les grité con total seguridad.– Ni idea a quién buscan ustedes… –miré de reojo a Bobo, quién ya estaba a su 100%, listo para destruir una ciudad completa con cualquiera de sus ataques.
- ¡Ya, culiao’! ¡Hoy mueres, hijoelaperra! –Mauricio fue el primero en atacar. El golpe dio de lleno en el suelo, el cual por pocos segundos eludí gracias a Bobo. El suelo se destruyó a tal punto que los autos enchulados que estaban estacionados, fueron succionados hacia el inframundo que se veía a mis pies, provocándome una gran sonrisa. Cuando me disponía a atacar a Felipe, este había desaparecido.
- ¡Mierda! –grité al darme cuenta que ya estaba detrás nuestro. Desconozco si fue por su poder oculto en aquellos ojos tan rojos característicos de él, pero pudo levantar el hacha como si pesase nada.
Cuando se disponía a atacarnos, Bobo le lanzó una patada directo a su quijada, de donde brotó un largo chorro de sangre y soltando el hacha que terminó cayendo en mis manos. El poder del hacha brotaba en mis venas como si fuese un vodka con energética. Ya nadie me podía detener, ni siquiera Baxter, el loco de la villa.
- ¡Paren su hüebeo, cabros culiaos’! –les grité mientras sostenía el hacha en alto– ¡Ya se acabó la pelea!
- Nunca…–Mauricio se empezó a ruborizar, mientras que sus ojos ardían– Subestimes… ¡El poder del pele! –Una ráfaga de viento nos mandó volando a Bobo y a mí hacia las casas aledañas, destruyendo un sinnúmero de hogares felices.
De la nada, el cielo se nubló, y su cosmos/ki/chacra/nen o como quieran llamarle, se veía hasta el cielo. Cuando me reincorporé, Mauricio seguía elevando su poder.
- Acaso crees… ¡¿Qué me quedaré quieto esperando a ver como subes tu poder como un típico ahüeonao de dibujos animados?! –cuando terminé la frase Bobo ya estaba detrás de él, dando su mejor mordisco directo al cráneo, mientras yo lancé el hacha a tal velocidad, que cortó 26 kilómetros de largo, dejando una enorme grieta en el planeta.
Mauricio quedó partido a la mitad, antes de que se esfumase. Era un maldito clon. Tampoco era el verdadero, al igual que Felipe, quién aún estaba inerte en el suelo con los ojos ardiendo y su boca abierta, como pidiendo ayuda, antes de que se desintegrará en una nube de humo.
El caos estaba desatado. Media villa yacía en ruinas. Me senté en la cuneta a esperar que llegaran las autoridades, hasta que una voz me despertó.
- Deja de tomar esa hüea –era Mauricio, quién estaba sentado en el sillón del living de La Casa. Entreabriendo mis ojos, pude ver a Felipe botado en el piso con la misma cara que en el sueño, mientras que mi mano sostenía una casi vacía botella de “Coñac, El Gaitero”.
- Si, hüeón –reventé la botella contra la pared más cercana.– Qué basura.
Tanteé detrás del sillón en que estaba desparramado, si es que aún estaba, y así fue. La filosa hacha estaba allí, esperando su siguiente víctima. “Es cosa de tiempo”, pensé.