En la oficina del Dr. Chañasus, todo podía pasar. Había atendido mujeres embarazadas, ninfómonas, homicidas, de la farándula, mujeres en importantes cargos políticos y mujeres normales, por supuesto.
El Dr. Chañasus era un importante ginecólogo de la ciudad, en donde la larga lista de clientas por desear atenderse con el era interminable. Día tras día abría un sinnumero de piernas para introducirse en el temeroso y profundo universo del cuerpo femenino. El doctor, si bien era reconocido por su buen trato, conducta intachable y además, ser muy bueno en su rubro, tenía una característica particular: le faltaban el dedo índice y el del medio de su mano izquierda. Su secretaria sabía solo un rumor de la historia, que un tal Elliot se los había cortado, pero nadie tenia certeza sobre esto.
Una tarde, Chañasus se sentía exhausto. Había sido un día agotador y solo le faltaba una clienta, la cual venía por vez primera a la consulta. Siempre había que ejercer un trato distinto con las primeras. Traspasar su miedo, convencerla de que es por su propio bien, que nadie mas verá lo que él verá, etc.
La puerta se abrió de par en par de una patada. La clienta estaba allí, con la cabeza de la secretaria sangrando aún, mientras de la boca de la alterada mujer brotaba una copiosa espuma.
- ¡Atiéndame, mierda!– descolocado, el Dr. Chañasus ordenó rápidamente la camilla, aún observando de reojo como la vieja dejaba caer el cráneo de la ayudante y caminaba hacia él.
- ¡No sé que hüeá tengo! ¡No sé! ¡Métame alguna hüeá ahí, ahora!– los gritos de la fea culiá' se hacían mas desagradables a cada rato.
- Ne... necesito que se recueste allí para examinarla mej...– la vieja dio un salto hacia la camilla, abriendo sus piernas hacia el doctor. El espectáculo era nefasto. La vagina tenía una extraña cicatriz que parecía ser una sonrisa, los lunares con pelos simulaban los ojos y su hedor le recordaba al puerto, como si estuviese a centímetros de un barco pesquero.
Sin perder jamás su sentido de vocación, el Dr. Chañasus se adentró con el espéculo y la espátula al horrible sexo de la vieja; deseaba tener una muestra de aquel ejemplar.
Pasadas unas horas, el doctor despertó en el suelo. Luego de reincorporarse, sentía un profundo dolor en su cabeza. La oficina seguía con la puerta abierta y no había ni rastro de su secretaria. Confundido, fue a mojarse la cara al espejo. Giro su mano derecha una y otra vez, aun impactado. Sus dedos de aquella mano también habían desaparecido. La enorme vagina le comió los dos últimos dedos que le quedaban para gatillar mujeres.
- ¡No, Dios! ¡Porqué!– nunca mas se vió al gran ginecólogo de la ciudad. Los rumores dicen que ahora tiene dedos de salchicha. Pero bueno, todos sabemos que los rumores a veces, son pura mierda.
El Dr. Chañasus era un importante ginecólogo de la ciudad, en donde la larga lista de clientas por desear atenderse con el era interminable. Día tras día abría un sinnumero de piernas para introducirse en el temeroso y profundo universo del cuerpo femenino. El doctor, si bien era reconocido por su buen trato, conducta intachable y además, ser muy bueno en su rubro, tenía una característica particular: le faltaban el dedo índice y el del medio de su mano izquierda. Su secretaria sabía solo un rumor de la historia, que un tal Elliot se los había cortado, pero nadie tenia certeza sobre esto.
Una tarde, Chañasus se sentía exhausto. Había sido un día agotador y solo le faltaba una clienta, la cual venía por vez primera a la consulta. Siempre había que ejercer un trato distinto con las primeras. Traspasar su miedo, convencerla de que es por su propio bien, que nadie mas verá lo que él verá, etc.
La puerta se abrió de par en par de una patada. La clienta estaba allí, con la cabeza de la secretaria sangrando aún, mientras de la boca de la alterada mujer brotaba una copiosa espuma.
- ¡Atiéndame, mierda!– descolocado, el Dr. Chañasus ordenó rápidamente la camilla, aún observando de reojo como la vieja dejaba caer el cráneo de la ayudante y caminaba hacia él.
- ¡No sé que hüeá tengo! ¡No sé! ¡Métame alguna hüeá ahí, ahora!– los gritos de la fea culiá' se hacían mas desagradables a cada rato.
- Ne... necesito que se recueste allí para examinarla mej...– la vieja dio un salto hacia la camilla, abriendo sus piernas hacia el doctor. El espectáculo era nefasto. La vagina tenía una extraña cicatriz que parecía ser una sonrisa, los lunares con pelos simulaban los ojos y su hedor le recordaba al puerto, como si estuviese a centímetros de un barco pesquero.
Sin perder jamás su sentido de vocación, el Dr. Chañasus se adentró con el espéculo y la espátula al horrible sexo de la vieja; deseaba tener una muestra de aquel ejemplar.
Pasadas unas horas, el doctor despertó en el suelo. Luego de reincorporarse, sentía un profundo dolor en su cabeza. La oficina seguía con la puerta abierta y no había ni rastro de su secretaria. Confundido, fue a mojarse la cara al espejo. Giro su mano derecha una y otra vez, aun impactado. Sus dedos de aquella mano también habían desaparecido. La enorme vagina le comió los dos últimos dedos que le quedaban para gatillar mujeres.
- ¡No, Dios! ¡Porqué!– nunca mas se vió al gran ginecólogo de la ciudad. Los rumores dicen que ahora tiene dedos de salchicha. Pero bueno, todos sabemos que los rumores a veces, son pura mierda.