No podía creer lo que el doctor me decía. De
todas las imbecilidades que podría haber vaticinado como la causa de la hinchazón
en mis testículos, jamás pensé que podía ser algo tan imbécil como esto: “Me parece un extraño caso de Eyaculación tardía”, fue lo último que
escuché mientras el Doc seguía hablando. Un golpe en la mesa me hizo volver a la realidad.
- ¡Le estoy diciendo enserio, Señor Elliot! ¡Tiene que tener cuidado la próxima vez que se mande una cacha!
Esa misma noche, tenía una cita. No la podía aplazar, a pesar de que en mi inconsciente se repetía la advertencia del doctor, “¡Tiene que tener cuidado!”, por lo que compré los resistentes profilácticos del doctor Simi y emprendí el vuelo hacia la junta.
Ella me esperaba contenta, emocionada por la noche que se venía. La hice pasar al umbral de la casa y, antes de cruzar la puerta de mi pieza, ya la hice mía. Jalé su pelo, la tomé de la cintura y le susurré al oído lo mucho que la deseaba. Ella, excitada, jamás me dio la negativa; nos fundimos en besos y abrazos semi desnudos, mientras yo de reojo observaba como chucha abrir el condón sin cortar la pasión.
Nos dimos duro, toda la maldita noche. “¡Tiene que tener cuidado!”, el Doctor aparecía como un ángel en el techo de la pieza, apuntando con el dedo a mi sexo. Como dice esa estrofa del príncipe del rap, “No le di importancia y lo abordé, y me dije a mi mismo: ¡Casi estas en Bel-Air!”.Y así fue; sin importar las advertencias, me fuí dentro de ella. En este punto de la velada, todo se volvió extraño.
La eyaculación tardía hizo lo suyo y el torque que ejercieron mis túbulos seminíferos fue tan explosivo, que a pesar de estar con un doble profiláctico, implosionaron sin remedio.
El blanco espectáculo repletó toda la cama, la pieza y toda la condenada Casa, que terminó por inundarse por culpa del puto líquido blanquecino.
“¡Tiene que tener cuidado!”, la frase ya había perdido el sentido, hasta que vi a mi cita en la cama, tosiendo un poco de ese enorme tsunami genético. Le besé la frente de la manera más tierna posible, antes de irme a dormir a la pieza de al lado; mi hinchazón había disminuido y mi escroto ya estaba aliviado. ¡Gracias Doctor!
- ¡Le estoy diciendo enserio, Señor Elliot! ¡Tiene que tener cuidado la próxima vez que se mande una cacha!
Esa misma noche, tenía una cita. No la podía aplazar, a pesar de que en mi inconsciente se repetía la advertencia del doctor, “¡Tiene que tener cuidado!”, por lo que compré los resistentes profilácticos del doctor Simi y emprendí el vuelo hacia la junta.
Ella me esperaba contenta, emocionada por la noche que se venía. La hice pasar al umbral de la casa y, antes de cruzar la puerta de mi pieza, ya la hice mía. Jalé su pelo, la tomé de la cintura y le susurré al oído lo mucho que la deseaba. Ella, excitada, jamás me dio la negativa; nos fundimos en besos y abrazos semi desnudos, mientras yo de reojo observaba como chucha abrir el condón sin cortar la pasión.
Nos dimos duro, toda la maldita noche. “¡Tiene que tener cuidado!”, el Doctor aparecía como un ángel en el techo de la pieza, apuntando con el dedo a mi sexo. Como dice esa estrofa del príncipe del rap, “No le di importancia y lo abordé, y me dije a mi mismo: ¡Casi estas en Bel-Air!”.Y así fue; sin importar las advertencias, me fuí dentro de ella. En este punto de la velada, todo se volvió extraño.
La eyaculación tardía hizo lo suyo y el torque que ejercieron mis túbulos seminíferos fue tan explosivo, que a pesar de estar con un doble profiláctico, implosionaron sin remedio.
El blanco espectáculo repletó toda la cama, la pieza y toda la condenada Casa, que terminó por inundarse por culpa del puto líquido blanquecino.
“¡Tiene que tener cuidado!”, la frase ya había perdido el sentido, hasta que vi a mi cita en la cama, tosiendo un poco de ese enorme tsunami genético. Le besé la frente de la manera más tierna posible, antes de irme a dormir a la pieza de al lado; mi hinchazón había disminuido y mi escroto ya estaba aliviado. ¡Gracias Doctor!