- ¡Te dije que no quiero!– exclamó con rabia Ricardo. Ya no quería mas forcejeos, no deseaba entrar.
- ¡Pero si no te va a pasar nada!, nadie ha muerto por entrar hüeón– le recriminaba su amiga Fernanda, la cual solo quería que entrara para satisfacer su curiosidad.
- Mira, lo haré... pero solo porque estas de cumpleaños mañana, ¿ya?– le mencionó Ricardo, ya estaba cansado de discutir.
- Bueno, gracias, te quiero mucho, mierda– respondió Fernanda, con sus ojos llorosos.
La tensión y emoción en el aire se sentían. Por un lado Ricardo sentía temor de atravesar esta puerta, por otro, Fernanda estaba muy emocionada. Ella había soñado esto hace unos días y sabía que solo haciéndolo dejaría de pensar tanto en ello.
Dudando, pero haciéndolo, Ricardo abre las puertas y entra, dejando de lado todos sus temores.
Casi espontáneamente, flamas comienzan a aparecer en el cuerpo de Ricardo, luego, el humo. El aroma a carne y pelo quemado comenzó a inundar el lugar. Fernanda, en un brote psicótico, solo se reía mientras observaba con sus pupilas muy dilatadas como su amigo se quemaba vivo tan solo al atravesar dicha puerta.
En aquella noche, ya nadie estaba dentro ni tampoco en las cercanías. Los gritos de Ricardo no era oídos por su amiga pero si por las silenciosas paredes de aquel lugar, en donde retumbaban en ecos de desesperación. Así es, el lugar en cuestión era una iglesia. Cristo no amaba a Ricardo.