Los sentidos no eran capaces de captar lo helado de la noche ni el frío de los escalones; los sentidos estaban ahogados en alcohol. Estos sentidos correspondían a tres amigos que se divertían durante la noche, los cuales decidieron descansar a un costado de la calle después de tanta jarana. Su ropa apestaba a humo, sus poleras mojadas por la cerveza, pero un objetivo seguía siendo claro... aun debían morir.
Uno de los presentes comenzó a tambalearse. Al consultarle si se encontraba bien, solo se obtenía de respuesta gruñidos etílicos propios de un borracho. Sin querer parecer un vagabundo de aquellos con su constante tono de piel rojo por el vino, prefirió vomitar en un recipiente que tenia a mano en vez de hacerlo en la calle; este correspondía a una cubeta que había en el lugar.
Su bilis mezclada con cerveza subía y bajaba para terminar de a poco en dicho recipiente, el cual se llenó un poco mas de la mitad. Ya exhausto, sus amigos solo reían de su proeza, mientras su amigo dejaba la cubeta a un costado, sintiéndose triunfador.
Al cabo de unos momentos, una amable persona que se dedica a limpiar los vidrios se acerca a buscar algo, percatándose del horror. La cubeta de esta persona trabajadora, herramienta para ganarse unos pesos en esas turbias noches, yacía repleta de vómito mezclada con el limpiavidrios barato que tanto había costado comprar.
A lo lejos, los amigos escuchaban unos reclamos, algunos insultos... hasta que notaron algo. El objetivo había sido cumplido... habían muerto.