Alberto llevaba bastante tiempo sentado en el colectivo. Con sus nalgas entumecidas, presionado junto a la puerta y sin audífonos, solo podía escuchar la conversación de la señora a su lado, la cual estaba acompañada de su hija. Ella hablaba con una amiga, quién preguntaba en donde estaba y cuando llegaba, a lo que le responde en susurros"estaba... en... las flores de bach...". Alberto, extrañado, decide interrumpir la conversación.
- Disculpe señora, pero no tiene porque tener miedo de decir "Flores de Bach" en voz alta. Es un maravilloso tratamiento y, ¿usted se avergüenza disminuyendo su voz? Porfavor, no sea ridícula– le increpa Alberto en un tono muy serio.
La mujer, con un sospechoso rojizo en sus ojos, tan solo observaba a Alberto, sin articular palabra.Al llegar a destino, este le da la pasada a la señora, la cual le responde.
- Disculpe, pero lo que yo diga o no diga, no es de su incumbencia, ¡sapo culiao! ¡yo quiero a mi hija! ¿¡Me escuchó!?– le responde la mujer totalmente enojada y con su rostro evidentemente rojo.
Cuando se baja su hija, este se encuentra fuera de si y en silencio. La mujer, desviando la mirada, le dice "vamos". Es cuando Alberto ve con claridad, como ella acaricia las nalgas de su hija en plena vía pública y esboza una sonrisa digna de un pedófilo, saboreándose sus labios al hacerlo.
Alberto en un acto de ira, llama a carabineros, a la prensa y a todos sus vecinos contándoles sobre la asquerosa mujer que acababa de ver. Esa misma noche, Alberto es asesinado en su casa.
El único que no sabia de la red de pedofilia en su comuna era él, Alberto siempre fue solitario. Debería haber llevando sus audífonos aquel día.