Ambas botellas de pisco miraban con sufrimiento como su contenido se acababa, era cosa de minutos para que sus vidas terminaran en el lugar que mas temían, la fábrica de reciclaje. Los recuerdos de un sinúmero de botellas yacían en sus transparentes pieles, que resistían constantemente los embates de asquerosos tentáculos pegajosos de seres horribles. Rezaban, eran lo único que podían hacer.
Una de las botellas no soportó la presión y saltó al vacío, pero desconocía la rapidez de un ser borracho como ellos, él cual la atrapó en el aire y acercó a su especie de hocico nauseabundo el cerebro de una de las botellas, succionando su contenido. La otra botella lloraba y lamentaba la pérdida de su gran amigo; llanto que se transformó en terror al saber que era su turno.
El cadáver de su amigo yacía en las manos de esa sucia bola de olores el cual, por razones desconocidas para la botella, fue reventado contra una mesa y que luego fue usado por el ser repugnante para, al parecer, asesinar al otro monstruo.
El cadáver de su amigo yacía en las manos de esa sucia bola de olores el cual, por razones desconocidas para la botella, fue reventado contra una mesa y que luego fue usado por el ser repugnante para, al parecer, asesinar al otro monstruo.
La escena era repulsiva. Su amigo medio muerto era insertado en aquella carne infectada, mientras que un líquido rojo ensuciaba todo a su alrededor. La botella no soportó esto, desmayándose.
Para su suerte, renació. La botella había sido procesada en la planta de reciclaje para ser vuelta a usar. La botella se sentía bien, contenta, no recordaba nada y ya era libre. Su celebración no duró mucho cuando apreció su reflejo en la vitrina. Decía claramente en su etiqueta, "Pisco La Serena".
- ¡Nooooooooooooooooooooooooo!– exclamó la nueva botella.