Ya no aguantaba más, debía irme. Estaba borracho, drogado y con frío. El suelo se me movía y mi billetera tenia 2 míseras lucas para volver a mi hogar. ¡Ni siquiera estaba en la misma ciudad!. Abordé el primer colectivo, que para mi suerte estaba totalmente desocupado. Me senté en el asiento delantero porque odiaba que se pusiera algún borracho al lado mío, siempre fui consecuente con eso.
No había ni empezado a andar y escucho unas minas gritando. El chófer detiene el auto y abren la puerta; para mi sorpresa habían 3 bellas mujeres un tanto ebrias. Con el colectivo lleno, el auto partió. Las mujeres hablaban sobre a quienes se habían pinchado aquella noche, luego comenzaron a hablar con el conductor, echar la talla etílica y demases. Por otro lado, yo estaba absorto en mis pensamientos. Solo quería llegar al water de mi casa, vomitar y dormir (no necesariamente en ese orden).
Lo peor no fue ver como yo era el único silencioso del colectivo, ¡en verdad quería hablar!, para por lo menos sacarle el whatsapp a alguna de ellas, sino que fue cuando topamos con una bajada que hay fuera de la ciudad, seguido de un lomo de toro. Mi estómago sintió el golpe y mi garganta era un volcán lleno de bilis listo para explotar. Las carcajadas seguían y yo no podía más.
El vómito surgió como un geyser, en donde yo decidía la vida o la muerte. En un acto heroico, apreté mi mandíbula como si me estuviesen clavando los testículos, impidiendo totalmente que saliera cualquier gota de ese putrefacto líquido. El líquido cremoso inundó mis encías, dientes, caries y lengua, a su vez, sintiendo como se alojaba en toda mi esófago y úvula. El tibio espesor de la porquería era nauseabundo, temía que se dieran cuenta porque... no lo sé, por un momento pensé que desprendía ese horrible hedor hasta por mis orejas. Una de estás la apreté mientras que con mi otra mano libre, cerré mis fosas nasales para dar comienzo al fatídico proceso de tragar. Como una aspiradora, tragué y tragué todo el vómito hasta que no quedará nada visible, salvó por un par de trozos de mortadela picada que comí antes de salir.
Triunfante, salí del auto, dándole las gracias al chófer una vez llegado a mi destino. Les lancé una última mirada matadora a las chiquillas, quiénes me miraban horrorizadas sin saber porqué lo hacían. Metros mas allá, el chófer salió y me lanzaba insultos seguidos de, "¡Límpiame el auto mono conchadetumadre!". Había salvado mi honra y la comodidad de las pasajeras en esta gran noche.