Como quién lanza unas piedras a un pozo sin fondo, sin esperar que este te las devuelva, fue esta querida persona, quién sin preámbulos dejó caer dos monedas de 10 y una de 50 pesos sobre la caja en vez de depositarlas en mi mano (como lo haría cualquier ser humano con un poco de cultura). Estas rodaron hasta detenerse, en donde solo atiné a decirle, "Hasta luego, que le vaya bien". La querida persona en cuestión no escatimó en despedirse, sino que mas bien me dejó el tan temido "visto". Acto seguido, comencé a vomitar copiosamente sobre sus monedas. La fila de mis compañeros se detuvo, quienes observaban como el diluvio amarillo expelía un fuerte olor a bronce derretido (o por lo menos eso parecía el vapor que emanaba). La querida persona se detuvo y observó horrorizado la escena, gritándome: "¡Te le voy a ponerte un reclamo sapo culiao'!".
Digno de parecerse a uno de esos profesores que te odian en el colegio, un párrafo escrito con lapicera roja de mas de 10 líneas yacía en el libro de reclamos, apuntando específicamente al hecho de que, de alguna forma, le falté el respeto al caballero.
Han pasado meses desde aquel incidente. Nadie pescó al viejo.