El Último
Capitulo 1: Medianoche
Ya era medianoche y mis ojos se cerraban. Mi cómoda cama ya estaba atrofiada por el uso pero, a pesar de ello, aún me provocaba un sueño aturdidor de inmediato. Siempre fue efectiva en ese sentido y en muchos otros. Por lo mismo me es difícil despertar durante la noche, sobretodo si tengo sueño como aquel día. Es por esto que me pareció extraño despertarme. Ruido...ladridos y aullidos a lo lejos. He vivido mas de tres años en este barrio a sabiendas de que existe una gran cantidad de perros pero no había escuchado un alboroto así jamás. Somnoliento y abriendo tan solo un ojo, me acerco a mi velador a ver la hora en mi celular... no eran mas de las 4 de la mañana. Doy un gran bostezo y me doy vuelta nuevamente para seguir durmiendo. ¡Volví a despertar diez minutos después!. Ahora eran gritos... gritos de ayuda, de dolor. Ahora si me sentía preocupado. "¿Qué hüeá pasa?", me preguntaba mientras me sentaba en la orilla de la cama a refregarme los ojos para obligarme a despertar. Mis chalas estaban heladas pero no me importó, por lo que me las puse para ver lo que pasaba desde la ventana que daba a la calle.
Bajo el departamento había una gran avenida que se extendía hasta perder la vista, siempre frecuentaban las peleas de borrachos o los choques a medianoche... bueno, era lo único que podía costear por aquel entonces. Ahora el escenario era distinto, ninguna sola persona pero si habían perros... muchos. Algunos raspando puertas, otros ladrando a ventanas y otros... otros se devoraban a las personas. Ajustando mi vista un poco mas producto del sueño, me empiezo a dar cuenta de que no era una ilusión, en verdad se estaban comiendo a esa gente. Treinta ó quizá cuarenta perros de distintas razas, tamaños y colores se alimentaban de lo que parecía ser la señora Juana, quién vivía en la pensión del frente y me había arrendado gratis por unos meses cuando recién había llegado... el único precio que pagué por ello fueron constantes chupones y dolor en mis testículos... "Te comieron los perros al final... sucia perra".
Tomé una silla y la acerqué a la ventana, la cuál abrí solo un poco para dejar salir el humo del último cigarro que me quedaba, "Mierda... debí haber comprado ayer", pensaba mientras me percataba de que nadie iba a ayudar a la pobre vieja. Me reí pero en ese momento no cuestioné aquello... ojalá hubiese sido un poco mas sensato esa noche.
Ya acabado el cigarro, la cantidad de perros era enorme. Entre ellos no se hacían nada, ni siquiera se olían el trasero como lo hacen siempre, sino que todos miraban a lo que hacía el que parecía ser el líder de la manada, un pequeño chihuahua de color negro que le arrancaba el cuero cabelludo a un motociclista, o lo que quedaba de él.
De pronto, el chihuahua ya no estaba. Su cabeza había volado en mil pedazos y toda la manada paró sus orejas en dirección hacía donde venía el disparo... en dirección a mi edificio. "¡¿Quieren mas quiltros re' culiaos'?! ¡Suban po' feos culiaos'!", se escuchó desde la azotea. "¡No no! ¡Viejo conchadetumadre!", grité a la nada mientras me fui corriendo a la pieza a ponerme ropa y buscar un cuchillo. Ese había sido el viejo de mierda del conserje, ese viejo que me fastidiaba cada vez que llegaba borracho al departamento, ese viejo que lo contrataron a pesar de tener una inestabilidad emocional, ese viejo que lo pillaron tocándose en el ascensor... ese viejo... ese viejo de mierda.
Cerré la puerta con llave y subí corriendo a la escalera de emergencia, la cuál ya estaba abierta y el frío se colaba por la compuerta. A pesar de todo, el viejo podía entrar en razón si le hablaban de manera pausada y tranquila, por lo que no todo estaba perdido para él... aunque por mí, mejor lo lanzaba a los perros.
Caían pequeñas gotas pero nada de que preocuparse, mientras que los ladridos y los aullidos eran bastante mas fuertes que antes. El viejo estaba en la esquina, en su clásica bata de Mickey Mouse y con un rifle con mira que jamás se lo había visto.
- ¡Don Eustaquio! Oiga, ¡Don Eustaquio!– no tenía idea si me escuchaba, habían sonidos de sirenas por todos lados y varios focos de humo a lo lejos.
- ¡Suban po' perros culiaos'! ¡Acá los espero! ¡Jajajajajaja!– gritaba el viejo fuera de sí y disparando todos sus cartuchos hacia los animales.Me acerqué lentamente con tal de que me viera, no tenía intención de que se asustara y me pegara un tiro.
- ¡Para, hüeoncito! ¡Quédate ahí noma! ¡¿Que hüeá queris'?!– el viejo me apuntaba con su clásico pulso horripilante, ese pulso con el cúal nunca escribió bien mi nombre.
- Don Eustaquio, ¡Qué chucha le pasa! ¿No vé que se puede sacar la mierda desde acá?.
- Aaaah– mientras bajaba su rifle– ¡El borrachito del A10! Jajajaja, ¡Me vino a ayudar a matar a la locura me imagino!.
- Don Eustaquio hay que bajar... Se va a poner a llover y uste' anda con bata.
- No no mijito... ¡no sea weón! ¿o acaso no ha visto la tele?... nosotros no volvemos a bajar– El viejo alejó la mirada de mí y apuntó a los perros otra vez– ¡Eso! ¡Trabajo en equipo! ¡Entren nomas' quiltros de mierda!.
Corrí hacia la orilla de la azotea para ver lo que decía el viejo. Los perros se lanzaban uno tras otro contra el vidrio de la entrada principal. Uno a uno caían al costado con temblores en sus cuerpos, esos no se volverían a parar. Lo peor era que la jauría había aumentado. Desconozco cuantos eran, pero le eché unos 200 perros allí abajo. La señora Juana ya no existía.
El estallido del vidrio me despertó y, a pesar de estar recién roto, los perros entraron rasgándose o no las patas al edificio... todos, todos ellos.
- Ve mijito... ¡Ahora se pone bueno! ¡Le dije que se comprara una tele!.
Mientras el viejo corría a pies descalzos sobre el húmedo techo a tapiar la entrada por la que subí, me reía para mis adentros..."Debería haberme comprado la radio aunque sea". Corrí tras el viejo a ayudarlo... Ya no era medianoche.