Por lo general acostumbro beber solo, sentado o de pie; alimento al gato –que lleva una lámpara de la vergüenza–, mientras el vino me embota los sentidos: esta situación es algo inusual. Los gatos son independientes y ariscos, prefieren estar solos, cuando ven a gente desconocida se van. Me caen bien, digamos que si fuera humano, bebería con él. Me desagrada darle remedios: antibióticos, antiinflamatorios. Aún es una cría, tres años de pelo. Lloraré cuando muera, es un hecho; agradecería morir antes. Ya he enterrado muchas mascotas.
Limpio el desastre y me
meto al celular. En las calles, el agua tóxica de los guanacos hace lo suyo.
Cientos y miles siguen peleando contra los pacos. En la tele, el presidente,
dice que se viene un bono (plata que llaman “bono Covid navideño”). Tintes pintorescos,
una burla para todos.
La siguiente publicación
es la de Fabiola, mujer que ha sido cegada –de por vida– por una lacrimógena en
la cara. La prensa habla de la muerte de Maradona, pero no del presidente, el
que tiene ingresos gigantescos en una afp que él mismo financió: un empresario,
obvio. ¿Votaron por él porque iba a mejorar el país?
La gente es estúpida, yo
no soy la excepción. Las pupilas del gato se dilatan, me cuestiona con la
cabeza gacha, me interroga. ¿Qué hay tras nuestra vida? No hay espacio para el
dolor a este ritmo acelerado. Vivo de las migajas, gano migajas. No se trata
de buscar más; se trata de no buscar. Se trata de estar cansado, de no querer
más. El gato lo sabe. No te llevaré conmigo, le digo, alguien te necesita más a
su lado que yo.
Un nuevo ocaso se va.
Fuera de casa y, aun con el cono puesto, el gato mueve la cola. Yo prendo un
tabaco. Afuera del pasaje los autos pasan. Las nubes se esconden. El gato trata
de colarse por una reja, pero no puede –el cono se lo impide–, se frustra, vuelve
a sentarse. El tabaco ya va a la mitad. En las calles la gente sigue peleando
por algo. Mejor hacer algo que hacer nada, dicen ellos. La incipiente
revolución me hastió, no hay solución para la corrupción humana. El gato me vuelve
a mirar. ¿Quieres comer? –le pregunto sin esperar respuesta–. No, le digo, no
hay escape para ti ni para mí.
La gente se asusta por los
pensamientos que catalogan de pesimistas. Te silencian, te bloquean, te
evaden. Las dobles lecturas a flor de piel. Los prejuicios arden, yo me quemo
solo; siempre. El tabaco se acaba. Le digo al gato que volvamos, no me hace
caso: ansía la libertad, pero no existe –solo en la mente–.
Tener hijos, drogarse, trabajar: pequeños atisbos de libertad. El dinero es la
recompensa. El compartir, los amigos, la familia, conocer, viajar, la vacación;
esto es el premio, nuestra libertad. ¿Lo es?
El meta-problema es otro.
La existencia per sé. No, no. No
creas que morir es la solución. Eso es demasiado fácil, me gustan los retos y
el sufrimiento. Son lo que más te amarra los pies sobre la tierra; tampoco los
busco (no soy un masoquista). No soy un político. No soy un humano. A ojos de
los demás soy muchas cosas: un eco de frustración, un depresivo, un mentiroso, un borracho. Las imágenes siempre juegan en contra. Las decisiones,
las acciones, los dichos son un currículum de la vida. Anhelo la muerte, pero
no la busco; da lo mismo, nos encontrará igual.
Ese es el problema de
leer: el precio de hacerlo es entender lo mal que está todo. La desesperanza.
Mejor no reflexionar sobre las cosas, encapuchado o no, te das cuenta. Sólo una
muerte súbita de todos los malditos nos traería un nuevo comienzo… no será así.
Un milagro, pero no creo en esos; incluso me cuesta creer en mí. ¿Las rayas en
los votos harán algo? ¿la molotov contra el blindado de la yuta servirá? Así
como nosotros ¿cuántos no han muerto intentándolo?
El núcleo está podrido: de
nosotros, del planeta. La protocolonia Marte que nos espera, la aniquilación
total, pero sé que ahí estará la humanidad, expandiéndose como la peor pesadilla
de ciencia ficción –de esas que nunca terminan bien–. Tratamos de darle un
sentido simple a la vida que se nos da. Siendo corrupto o no, siendo violado o
no, siendo político o no, siendo pobre o no.
El gato maúlla. La colilla
sigue entre mis dedos. Pésimo momento para reflexionar. No hay un final triste
esta vez, eso está implícito desde el comienzo. La gente me odia, está bien:
también los odio. El gato camina a mi lado de manera extraña. El cono lo tenemos
todos. Los ojos se me humedecen, se me erizan los pelos. Somos un paso fugaz
pensando en perpetuar algo. La obra, el hijo, el legado ¿para qué? el iluso
sueño de la satisfacción.
Piensa lo que quieras;
cree lo que quieras; muere por tu ideal donde sea, ante quien sea: es lo único.
El libre albedrío de poder imaginar lo que gustes. Eso somos: un sueño banal de
sangre y carne. Vive y disfruta, sé positivo y sonríe mucho. No sigas mi
ejemplo, no te gustará.
La ignorancia es nuestro
mejor consuelo.