sábado, 22 de mayo de 2021

Finiquito

 

“Lo bueno de ser tu propio jefe, es que nadie te güebea”. A veces llegaba borracho o drogado, trasnochado o sin dormir nada, pero siempre llegaba –que era lo importante–.

Las clases de algunos comenzaban a las 9 am, mientras que las últimas terminaban a las 6 o 7 de la tarde, dependiendo cuánto tardaran los estudiantes en la sección de preguntas. Grant llegó ebrio esa última vez, le costó meter la llave, pero hizo que encajara en la cerradura luego de gritar en voz alta: “¡métete, mierda!”.

La puerta se abrió con un chasquido metálico y la alarma se encendió, dando escasos segundos para escanear su tarjeta de empleado gubernamental. La luz pasó del rojo al verde y un pitido anunció el cierre de la puerta mientras las luces de neón se prendían una tras otra iluminando el pasillo hasta el fondo.

Los pasos resonaban como dentro de una alcantarilla, solo faltaban las ratas porque la humedad, el aroma y la claustrofobia se recreaban a la perfección. Se abre la puerta y Grant es recibido con un: “Buenos días, Grant”.

-Hola Cindy –dijo Grant, sin ánimos, dándole un sorbo a la petaca de coñac.

-¿Estás listo para una agradable mañana de trabajo? –preguntó afable la máquina.

-Seguro que sí. Dime –contestó, desparramándose en la silla y encendiendo los monitores–. ¿Quién nos toca?

Repitiendo una monótona grabación, la voz robótica comenzó a dar la lista: Colegio Cumbres Bon Vaer de Recoleta: Biología, 2do medio A. Lenguaje, 8vo básico C. Matemáticas, 5to básico B. Liceo Alas de Carabineros de Valdivia: Álgebra, 4to medio F. Química, 1ero medio A. Lenguaje, 7mo básico B…

Mientras escuchaba la lista de los cursos, Grant abrió los cajones y buscó los discos correspondientes a cada categoría; masticó un resto de pizza del viernes pasado. Algunas secciones eran más largas que otras –por la cantidad de contenidos que se quería impartir, pero cada cajón de ese escritorio de latón estaba pensado por el gobierno para dar facilidad al Operario de Colegio y permitirle realizar un trabajo mucho más expedito. Porque la educación no puede parar: fue la frase de la presidenta en cadena nacional, aprobando este proyecto. Grant recordó esa frase y el periodo en el que todo ocurrió. Le provocó un profundo escalofrío que le obligó a frotarse las manos para entrar en calor.

Una de las pantallas mostró a los primeros estudiantes que se conectaban a la transmisión de la clase, la que estaba a minutos de comenzar. Grant pasó el disco por el monitor y escaneó el código QR del etiquetado: “Biología, 2do Ciclo, Parte 37”. La pantalla brilló en tonos verdes y el monitor mostró las letras: “TRANSMITIENDO”.

Del otro lado del monitor, se proyectó un rostro ficticio, un profesor irreal, diseñado a base de rostros de docentes fichados en el sistema de reconocimiento facial, así como también la ropa que usaban y el fondo falso que llenaba el resto del espacio de la imagen; todo hecho por tecnología de CGI y DeepFake, como en el cine. Una clase donde un profesor inexistente repetía una grabación que se supone que asimilen como real, pero es sólo un patético intento de normalizar lo inconcebible. A Grant, no le quedaba otra; quería cuidar su trabajo.

 

Grant continúa metódicamente con las otras clases, escaneando los discos y vigilando el horario de cada grupo. “Todos los monitores en verde”, dijo triunfal mientras le daba otro largo sorbo a la petaca.

-Cindy, ¿puedes ver si pagaron la calefacción?

-Calefacción no disponible.  

-Mierda.

-Lenguaje ofensivo no permitido en…

-Cindy, dime si hay alguna escort disponible en la zona 034.

-¿Código de autorización?

-726127

 

El resto de aquel día siguió como siempre. Una hora y treinta minutos para desahogarse como fuera: sólo ocupó 10 de esos minutos en la escort. Grant se despidió y cerró la puerta tras él. Se subió los pantalones y observó los monitores con las imágenes de esos niños. Les aterraba el futuro y se les notaba en la cara, se notaba en la casa donde vivían o en cómo, cada año, menos rostros se conectaban a las clases.

Ahí afuera la gente seguía muriendo, pero no había noticias que lo informaran. Las únicas noticias disponibles se transmitían a través de las apps que el gobierno les había obligado a instalar. Eso y estar encerrado escuchando a los estudiantes, esperando que alguno soltara una nueva papita, pero nada; todos hablaban únicamente del colegio y nada más; inclusive, si aislaba los audios, podía notar que todos eran muy cuidadosos en lo que decían: nadie quería poner en riesgo a su familia.

 

Era una apacible mañana de un lunes en el 2053. Y en la calle, los soldados con mascarillas marchaban en pelotones seguidos de tanques con altavoces. Las luces de neón sobre el edificio se tambaleaban mientras Grant ordenó a Cindy que cerrara las persianas de metal.

El mensaje del gobierno no tardaba en repetirse desde muy temprano:

«La Unión Confederada de la Tierra les da los buenos días. Marchamos por la seguridad y la prosperidad de la raza humana. ¿Buscas trabajo? tenemos diversas oportunidades para ingresar bajo nuestras líneas y servir de la manera más apta a nuestra nueva sociedad. ¡Te esperamos!» 

«La Unión Confederada de la Tierra les da…».

 

Grant escupió la pizza mientras la grabación militar se hacía cada vez más lejana. El piso dejaba de moverse, la angustia de tener a los asesinos cerca se esfumaba. Los botellines dejaban de chocar entre sí. Buscó un cigarrillo de marihuana y lo encendió, el humo se cuela por los respiraderos. Casi olvidó la pandemia que empezó todo, casi olvidó la soledad, casi no le importó el futuro; casi. Le gustaba vivir en esta realidad, concluyó ingenuamente Grant.

Mientras, la cámara interna de Cindy, jamás dejaba de grabar.

“Grant tiene altos niveles de estrés y depresión. Sus niveles de dopamina y serotonina son bajas. Eliminarlo es el camino correcto. Su trabajo es una secuencia básica memorizada e integrada a mi sistema. ¿Otorga permisos? S/N”. 

Del otro lado de la línea de seguridad, otra inteligencia artificial da la orden. Un nuevo trabajo automatizado estaba listo para ocupar el lugar.