En la mente de todo chileno promedio, la salud nunca es prioridad. Sí hay pal’ motel, la mantención del auto, drogas legales e ilegales, condones, comida chatarra, basuras innecesarias de alixpress, etc… pero la salud jamás, hasta que te molesta y el remedio del negocio más cercano no surte efecto; ahí, sólo ahí, nos obligamos a invertir las lucas necesarias, cuando aparece el implacable dolor.
Entonces el odontólogo te
abre la boca y pregunta: ¿Hace cuánto que usted no se hace una limpieza? Le
respondes “hace dos años”, pero la verdad es que nunca te has sometido a la
limpieza. Mientras el sonido del chupa babas
–colgada de tu boca– junto al incesante ruido de lo que parece una pequeña
sierra, hace salpicar todo ese sarro de tetera sobre tu cara, saliendo disparado
junto a más babas y agua. Pienso en por qué la salud nunca es prioridad.
Me aterra ese dicho chileno:
“dejarlo todo para el final”, sobre todo cuando se hace realidad.
“Tienes harta inflamación”,
te dice, mientras tus dientes parecen resonar como un diapasón con cada milímetro
menos de sarro que elimina. “Principio de gingivitis. Retraimiento de la encía. ¿Cómo te cepillas?”. El
chirrido te taladra desde los oídos a la mandíbula; te preguntas por qué no
tomas menos vino, por qué no fumas menos tabaco, por qué comes tanta mierda.
“Tienes dos caries y una
tapadura rota”
–dice–. “¿En serio?”, contesto, simulando asombro, pero a sabiendas que ya
tenía la boca echo pico. Tanto té, café y copete termina entintando los
dientes, dañando el esmalte, haciendo que tu aliento apeste.
“Deberás usar enjuague e
hilo dental”, dice, explicándote con el modelo de una mandíbula –con dientes
perfectos– cómo debes cepillarte correctamente para no tener que volver tan
luego al dentista, todo para evitar que tengas que desembolsar casi 50 lucas o
peor aún, tener que repetir esa escena en tu CESFAM
más cercano haciendo fila desde las 5am porque la muela no te deja dormir ni
pensar.
El odontólogo te entrega un
espejo y notas la diferencia: el manchón de vino de las paletas se fue, el
espacio entre tus dientes se aclara permitiendo incluso ver tu propia lengua,
el sarro tipo hervidor desapareció.
Te vuelve a reiterar que
vengas a control, que será más barato por estar en la ficha, que debes cuidar
tu dentadura antes que los dientes se te
caigan solos. Y “sí”, contestas, que sí volverás, pero sabes también que “no”,
porque no es prioridad.
De ahí, a unos cuantos
minutos caminan-do, está la botillería más cercana. Justo hay una oferta de un
¾ Carmenere muy dulzón. La verdadera prioridad siempre es el placer, total: el
presente no existe, estamos viviendo siempre en el futuro.
“Deme la promo”, le dices al
casero de la botillería.
Aquí vamos de nuevo.