miércoles, 27 de octubre de 2021

No ves con tus ojos, percibes con tu mente

El humo sobre mi cabeza danzaba al ritmo de la música, la que escuchaba pero no podía oír. Se transformaba en formas y deshacía en hilos grises, los que se perdían en el techo del lugar: una casa de modelos repetidos promedio.

Mis brazos, al igual que mis piernas, estaban dormidos y no respondían a ningún estímulo que pudiese darles. Ni siquiera el ver mi vaso vacío permitía que mi cuerpo reaccionara; mi cuerpo estaba en paz.

El inconsciente, al contrario, se movía junto al humo y la música. Mis ideas se amontonaban y enredaban como los audífonos, en un enmarañado de cuestionamientos, temores, dudas e insignificancias, las que a ojos de los demás presentes en la casa, les era totalmente ajeno; sonreía de pura e inocente alegría.

La silueta se materializa antes que mis ojos pueda despegarse de lo que sea que mi mente entendía. Al inclinarse a un costado del sillón, siento sus pechos posarse levemente sobre mi hombro izquierdo, mientras sus manos le sirven de apoyo sobre el sillón. A medida que su cara se acerca a mi oído, y sin usar perfume, siento su esencia, su aroma, su grito en mi olfato; sé quién es.

Nueve consonantes. Siete vocales. Dos signos de interrogación. Ninguna tilde. Una retórica que me calla cualquier pensamiento, como un relámpago en el medio de la noche: la luz que asesina a la pálida.

“¿Vamos a acostarnos?”.

No lo podía creer.

Por primera vez en mi vida, me sentí deseado.

sábado, 23 de octubre de 2021

Envidia

Desde la ventana del vehículo de la pega, veo a plena luz del día a un hombre tumbado en el suelo, bajo un árbol, al lado de su bicicleta, tomando un vino en caja.

        El semáforo da luz verde y continuamos el recorrido. Lo pierdo de vista cuando vuelve a darle otro largo sorbo al tetrapack.

        La envidia me consume, como un nefasto conjuro.

viernes, 15 de octubre de 2021

Dejarte vivir, en pesadillas.

Ni descansando descanso de la falsa sonrisa. Como una cerveza desvanecida, como un té con azúcar, como mal sexo: asco.

Anhelo el tiempo que permite olvidar cómo desperdicié tanto en alguien que se enamora, como quién se cambia calcetines.

Uno más en la vacía fila. Nunca fui nada especial. ¿Porqué ignoro mis corazonadas? Nunca debí cruzar. Nada especial, nada. 

Detrás de la sonrisa, siempre yace la enfermedad.

jueves, 7 de octubre de 2021

Mientras esté yo; mientras estés tu.

 ¿Cuál es el verdadero valor del amor?

¿Aquél que dura 30 años y solo es separado por la muerte junto a un último “te amo”?

¿O es igual de válido que el “amor” que comienza un mes después de haber tenido otro “amor”?

¿No es el tiempo la medida idónea para la intensidad de nuestros sentimientos?

¿No son las emociones válidas por muy superfluas que sean?

¿No te cansa amar a diestra y siniestra para luego ver tus manos vacías?

¿Qué es un hipotético corazón roto al lado de una tangible alma seca?

¿Hay un deseo real si se deshace y nace como si nada?

 No hay un verdadero valor.

Escupe al suelo. Maldice unos garabatos. Quítate el polvo. Sécate las lágrimas. Aprieta el puño. Súbele a la música. Ajusta tus audífonos. Grita al horizonte. Escúchate…

Y lo bebes, tal cual ese botellón de 2.500 que acabaste por ti mismo en tres horas, sentado en la línea del tren.




Continúas.

jueves, 23 de septiembre de 2021

Yerro Craso

Ya casi terminando de morder su copa 34 B, mi mente me traicionó, como siempre, en el momento menos oportuno.

        Recuerdos de la canción de Wendy Sulca, “La Tetita” y el “violador de Reñaca” entrevistado por Carlos Pinto, “loh pesho” bastaron para que la carcajada estallara en mi mente. “Perdón pero tengo que ir al baño. La hago mega corta enserio”, dije a su decepcionada cara. 

        Llené el lavamanos lo suficiente. Hundí mi cara bajo el agua y reí a carcajadas en un ataque de risa explosivo y burbujeante. Quería hacerlo pero sin que ella lo notara; no funcionó.  Creí haberme demorado poco pero al salir del baño, ella ya no estaba.

        Abrí las cortinas. El centro de la ciudad con sus departamentos, autos, bocinazos y gama de colores grises era justo lo que necesitaba. Acerqué una silla al diminuto balcón y me puse a fumar los cigarros que había comprado por ella; 18 cigarros quedaban.

        Me senté con la pierna cruzada sobre la derecha. Mi parte íntima se apretujaba por la presión y el pegoteado sudor. La nicotina tenía un ácido sabor esa mañana de lunes. Las cenizas caían sobre mi desnudo cuerpo sedentario.

Era otro lunes en solitario. Cesante. Cansado.

Augurio para una semana perfecta.



































































































...


“¿Siquiera hubo una mujer en esta cama?”, pensó el protagonista, silenciándose a sí mismo de que su pensamiento fuera solo escuchado por él. Pero conmigo, nada a está a salvo. “¿Quién estaba aquí ayer?”“¿Quién… soy?”.

El protagonista no soportó la caída del octavo piso.

domingo, 19 de septiembre de 2021

Violeta Violencia

 Para Karla.

La fragilidad del paso del tiempo; como caen todos menos los poderosos, los malignos.

        Mientras, el resto de nosotros peleamos por las sobras de un sistema que nos protege de todo, menos del sistema en sí. ¿De qué sirvió tu sacrificio hacia el constante y duro trabajo sino era para obtener el dinero que permitía mantener la viva ilusión de un futuro que jamás te cobijó? Se te cortó la respiración y los pensamientos, secos. La culminación del objetivo no cumplido y las dudas que solo se esclarecen más allá de la carne.

        Repugnante es el calvario de la solead. El dolor de la incertidumbre. La paz que no existe. La mente atiborrada de mentiras y dudas. Recuerdos que ya quisieras fugaces. Las pastillas. El maltrato. Éxtasis. Clímax…Una sonrisa momentánea. La mordida a un chocolate derretido. Incipiente nieve. Sequía del  bosque. Olas sobre oscura arena. Erosión prehistórica.  Luces tenues camuflando la introversión del sentimiento.

        Los insectos se vuelven lentos en el alero de la muerte. El lepidóptero se posa una última vez sobre el polen. Mueve sus antenas. Apaga sus luces. Breve noche de breve momento.

        No hay abrazo sincero que lo arregle. Tragar, digerir, respirar. Más cenizas donde la conciencia siga despierta, donde también lo haga la violeta violencia.

miércoles, 8 de septiembre de 2021

La espantosa risa de la pálida ciudad

¡Sonrisa, Sonrisa! ¡Sonrisas bailarinas! Perfección perfecta. Colores rosas y azules. ¡Hermoso día! Mágicas yemas, falange y dedos. Movimiento sincronizado, nubes esponjosas, ¡un cielo azulado! 

        Maravillosx al mirar mi espejo, quién sonrié también, ¡Perfecto se ven los zapatos! Un vestido precioso, un peinado magnífico; ¡brilla! ¡Camina y brilla! Otra sonrisa perfecta, otra risa perfecta. ¡Animalitos de colores! 

        Soy demasiadx perfectx... ¡Ya me amé de nuevo! Las balas me rebotan, literal... Lo intenté... ¡Mentira, todo es feliz! ¡Mas selfies que subir! 

        Por favor, qué ocurrencia... ¿Cómo osas creerte más inteligente? No se trata de inteligencia, ¡ámate! Yo puedo, puedo y puedo. Pero tu no... porque claro, ¡Aquí soy perfectx yo! Ay, no puedo parar de reírme... de burlarme... de asquearme de ustedes... Los miro y los miro pero no los encuentro... ¡Qué lástima! ¡Más colores perfectos para todos! 

        Abro la puerta de mi casa de chocolate, ¡la mesa llena! Mi cónyuge envenenado, ¡las moscas le brotan de la boca! Le pasó por encima, ¡No me ensucies los zapatos! El espejo me mira otra vez, no esta muy contento... ¡Pero yo sí!  ¡Sí! ¡Sí! 


¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! Exhausto es el final, recíproco a la ciega respiración de un desechable recipiente ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! 

domingo, 13 de junio de 2021

The more we know, the less we show

Curiosa sensación es la de estar resfriado, por no decir una mierda. Los músculos se atrofian. La guata se llena de agua. Los medicamentos naturales o no, te emboban. Todo con tal de hacer la estancia un poco más cómoda. Pero la verdad es que no hay cura contra la flojera y el embotamiento inevitable de los sentidos. A la larga, te llenas de promesas así como de sueños con tal de decir, sí lo haré, pero la verdad es que no puedes hacer nada. Ni siquiera se te para ante los mensajes de quién no puedes siquiera besar o abrazar. No tenemos más que quejarnos, rezongar, murmurar insultos contra la pared, el techo, el gato. Pierdes noción del tiempo, en que estás mirando por la ventana y el viento con la lluvia se transforma en calor y sudor. Ves otra ventana distinta y te pierdes en fechas antiguas. Una canción que ya no escuchabas vuelve a sonar. Destapas una cerveza. Ni siquiera resfriado podría contaminarla con limón. ¿Por qué la gente hace eso? 

Un tapsin caliente noche me mira. Pero yo no a él. Sé que me lo tomaré igual, pero los maullidos del gato por querer la libertad me despertarán de igual manera. Ni siquiera la música es capaz de animarme. Quizá la solución sea el café, el trasnochar. Pero soy pésimo para dormir siestas. Muy bueno para tener el sueño liviano. Lo odio. Me gustaría ser como esos que duermen y roncan sin importar qué pase a su alrededor. ¿Se habrán hecho los dormidos alguna vez? Las notificaciones del celular llegan pero las ignoro. No hay deseos de nada. El libro que quiero y debo leer me sigue mirando. No puedo concentrarme así. Por un instante, la música me hace tararear unas cuantas estrofas. Hasta ahí llega mi energía. Sólo 29 días para que se acabe este año de mierda. Tres cumpleaños importantes antes del final. Pienso en pegarme en la pera el último día. Pienso que la pandemia tendrá un rebrote gigantesco. Ya me veo solo en algún peladero viendo las estrellas, sintiendo el impacto de los fuegos. Me encantaría, pero me aterra la idea de estar solo. Me veo en la obligación de acompañar a mi madre en esa fecha, de compartir en familia. Anhelo la soledad otra vez. Pero sin plata, no baila el humano, dicen. La pega, otra más. Mi integridad física por las lucas. Bueno, es el camino que elegí. Sino, sería mi integridad mental por las lucas; mucho peor. 

El otro año será mejor. El otro año será mejor. El otro año será mejor. Como un tatuaje que no puedo quitarme de la cabeza ni aunque quiera. Desde el borde del profundo y verde mar, las preguntas y los sueños se despedazan. Todo lo que quiero está en mis manos, en mi decisión. Desaparecer. La existencia duele. Pero queda tanto por hacer. Es la eterna encrucijada que solo aparece en estas circunstancias. Tengo un flash forward del funeral de mi madre. Tengo un flash forward de estar sentado en la camilla. Tengo un flashback de otra camilla, de otro funeral. Sostengo a mi perro frío y tieso, antes de taparlo con tierra. Años después, sostengo a otro igual. La cal impide que la fetidez de la muerte llegue a nuestras fosas nasales. Veo sus caras por última vez. Lagrimales secos. Ah, sí, el resfriado. Sigue acá, claro. Un basurero lleno de papeles con mocos. Un cenicero lleno de tapas de cerveza y vino. Agua fresca que no bebo. Audífonos nuevos que no uso. Una billetera que sé que perderé. El alcohol gel recordándome la actualidad. La música sonando. La ventana abierta colando al diablo tras de mí. 

El gato duerme, pronto despertará. Me tendré que abrigar para que salga a mear o cagar. No lo hará. Recuerdo el sueño de la noche anterior, pero me fuerzo a olvidarlo; no será escrito aquí. Me gustaría juntarme con muchos amigos y amigas, pero muchos me ignoran. Supongo que así es, siempre será así. El destino que eliges no cambia. Tengo un último flash forward. Me miro en un espejo y este se quiebra. Sangre por todas partes. O ninguna gota ni nadie que reflejar. Podría ser cualquiera. Solo, dejado, acabado. Algunos me han sugerido ingenuamente que vaya al psicólogo. Que me medique. No saben que estudié esa carrera para justamente no tener que hacerlo. Le piden consejos a un ignorante. Siempre hablo la mitad de lo que sé. Las personas se incomodan cuando le das una dosis de sinceridad. Se asustan cuando abres tu corazón. ¿Por qué pagarle a alguien para que me ayude? Respira. Mantiene el aire. Exhala. Repite tres veces. Cada bocanada e inhalada hasta el final. Pulmones llenos. Exhala lentamente. No sirve. Nariz tapada. Mocos cayéndose. Se acaban los pañuelos. La toalla nova te hace pedazos la nariz. Está bien, no importa, puedo contener el dolor y encapsularlo, usarlo para mi beneficio. Estoy lleno de heridas, de esas que no se ven.

Tu opinión me la bebo con dos hielos y pisco la serena: arde la garganta, pero no pasa de eso. Si me importara, no estaría escribiendo esto. Estaría aun peor, te lo aseguro.  Me prometiste que el final sería claro, pero así no es. Acuchíllame en la oscuridad, déjame reaparecer en mí. Me canso de todo, de todos. Lo confirmo cuando voy al centro de la ciudad. Las filas por doquier. Gente idiota fumando con la mascarilla bajo su mentón como un pañal. Me dan ganas de golpearlos, pero soy igual de inconsecuente o más, que ellos. Me quiero alimentar de las mentiras de los demás. Respirar fuego. Contenerme las ganas de llorar, de gritar. Al borde del viento lo hago, me desahogo. Podría contar con los dedos las veces que he sido contenido en esos momentos más lúgubres de mi corazón. Temo por todos. Esta vez no es solamente por la muerte. La perpetuidad del dolor, del cansancio. Matando el tiempo en una era donde lo menos que hay es comunidad, amor, ternura, pasión. 

Respiramos la muerte cada día. Cada frase, acción, escena no hace más que cultivar mis deseos de perderme en la abismante realidad. Quizá no sea imposible que me hagan cambiar de parecer, pero no veo cómo. He consolidado una personalidad hecha de metal, cables y carne. Me siento solo en un mundo en que no lo estoy. En que parece que si existe gente a la que verdad importo. Gente que sé que estará cuando ya no esté. Heredero o herederos de un legado que no vale ni un peso. El fútil paso de las fotos que en cien años más serán polvo. Temor a no ser recordado como nada ni nadie. Temor a ser un esclavo del cartón que jamás quise sacar. Los prejuicios, las dobles lecturas, las caras, los cuestionamientos. Por las noches me tiro el cabello y me lo arranco. Los dedos marcan letras pero en mi mente solo hay oscuridad, no de la mala ni la depresiva, más bien un enmarañado de porquerías innecesarias. Soy el mejor/peor crítico de mí mismo. Vivir es mucho más simple cuando eres pequeño, cuando solo te debes preocupar de limpiar bien el culo. De sonreír, de cuidar tu mochila, de sacar las notas, salir del colegio. Aparentar estar bien. Aparentar, aparentar, aparentar. Abrir la boca ante una inesperada lluvia. La brisa nocturna rozándote la cara. Un sencillo orgasmo bajo los árboles. No es tan fácil ahora. Estamos amarrados de manos, bajo paredes, bajo modelos repetidos de casas. Viviendo lo que quieren que vivamos. La única verdadera libertad está en la muerte; no hay más. Esta es la única solución a olvidar el malestar del resfriado y los dolores que implican. 

Sé que el siguiente café me hará daño. Mi estómago no lo soportará; ya no soporta nada. La edad y el tiempo hacen inservible el cuerpo. Es un milagro que se me ponga dura aún. Ser inservible, ser despreciado, ser rechazado. Una gran pena eterna. Una gran alegría pasajera. La literatura me salvó, pero también creó una profunda obstinación. Cada segundo que pasa me acerca más al final; la silenciosa enfermedad. Ya no me importa la pandemia, ya no me importa la corrupta política de este país envenenado, ya no me importan las marchas contra unos bastardos protegidos por la ley creada por otros bastardos aún peores, ya no me importa la lucha insignificante que no cambiará nada, ya no me importa el vivir, ya no me importa el morir, ya no me importa la canción que cantaba con pasión. No me importa nada. Pero lo haré, de igual forma, como todos. Asintiendo, obedeciendo, pagando, sufriendo, despertando, sacrificando. No hay nada más. No hay otra manera, no hay más formas de obtener el placer que nos hace movernos. La abismante realidad, la abismante realidad, la abismante realidad. 

Mientras más crecemos, más viejos nos volvemos. Mientras más sabemos, menos demostramos.

sábado, 12 de junio de 2021

Coliseo Romano

 

No era “Romano” ni mucho menos un “Coliseo”. De hecho, cualquier forma de tratar de darle un sentido al nombre de ese programa de televisión era inverosímil.

Venía de despertar de una terrible caña del día anterior, muy lejano a mi casa. Para solventar el dolor, me gustaba tomar un jugo de frutas de los venezolanos (esenciales vitaminas después de tanto vino) y sentarme en una de las bancas de la plaza principal de la ciudad.

La vida reflejada en las caras de las personas me permitía barajar una gama de posibilidades que pudiesen estar cargando sobre sus hombros. Las miradas, las expresiones, el tono de voz, la postura, la rapidez con que caminan, sus silencios. Todo era interpretable bajo la mirada de ese tosco personaje de oscuras ropas que los miraba indirectamente desde una de las bancas.

Como siempre, pasar desapercibido era mi especialidad. Observar y analizar, lo único que se me daba bien.

Quizás por lo absorto que estaba en mis propios pensamientos, no había visto una fila que comenzaba a crecer en las afueras, del ya extinto, teatro centenario (otra de esas edificaciones culturales tan hermosas y tan antiguas, que nadie quiere licitar).

El último tipo en la fila nota mi curiosidad.

-          -    ¡Están pagando cinco lucas, hermanito!

-          -    ¿Cinco lucas pa’ qué?

-          ¡Van a grabar un capítulo de Coliseo Romano! –grita el pobre tipo, con una notoria exaltación que no logro comprender.

El aroma a butacas, polvo, humedad y poco uso, solo era opacado por el sudor de las decenas de personas que se atestaban por un buen puesto ante tamaña oportunidad de ser público en un capítulo de un programa de la t.v.

Obviamente, a mí me importaba una mierda; me senté lo más atrás que pude, antes que uno de los productores empezara a dar órdenes de dónde y cómo teníamos que reaccionar.

-          -    ¡Ya! ¿Me escuchan? –preguntó sin micrófono el productor. El eco del teatro se mantenía impecable–. Vamos a grabar unos minutitos de sólo risas, ¡¿ya?! Así que acérquense todos los que están atrás. Eso… Así… Y ríanse fuerte y bien ruidosos noma’. ¿Tamos’ listos?

La idea de estar riéndonos falsamente fue patética. Pero más allá de la grabación, el propósito era buscar a las personas que se sentaran al frente, el verdadero público que mostrarían mientras el resto no era iluminado; solo sombras en el fondo. Las más blancas, los más rubios, los más expresivos y de dentaduras radiantes eran sacados de los asientos y reacomodados, bajo los escrutinosos ojos del staff del programa que daban vueltas, mirando fila por fila a los publicitariamente indicados.

-          -     Ya, ¡Paremos un poco, por favor! –gritó el productor–. Ahora necesito que pifien lo más fuerte que puedan. Sin insultar eso si, ¿ya? ¿Tamos’ listos? Tres, dos, uno...

A medida que fui creciendo, me fue desagradando cada vez más la televisión. Pero luego de esto, era difícil siquiera pensar en darle una oportunidad. Sentí vergüenza de ser parte de tamaña mierda.

Otro productor sube al podio del “Jurado”, lo acompaña Álvaro Salas, humorista deudor de pensión alimenticia. Saluda alegre, desabrochando los botones de su terno y se sienta mientras alguien se saca una foto con él.

A los minutos, que parecían horas, aparece Kike Morandé. También lo hacen mis preguntas, “¿Qué clase de jurado es este?”, “¿Qué hago aquí sentado por cinco lucas?”. Su sonrisa es falsa, al igual que su tono de voz. Saluda a Álvaro como buenos compadres pos’ oye. Hace una especie de monólogo al público. Nos mira en menos a todos.

Muchos minutos después, aparece Rocío Marengo. Al verla, en verdad no sabía que pensar. Era la primera vez que veía a alguien de la tele tan de cerca y se notaba que era un tanto irreal. Tenía un desplante y una belleza que jamás tomé en consideración hasta ese día. A unos metros de mí, parecía una mujer irreal; simplemente era moldeada por la plástica perfección estética de la televisión.

Ninguno de los participantes en la siguiente hora y media me hizo reír. Y no solo a mi apatía, sino que a todos por igual: una muerta audiencia que permaneció en silencio por la vergüenza ajena. No hay mucho que agregar en eso, ya lo eliminé de mi mente.

Al terminar, una horda de personas se subió a sacarse fotos, en orden de popularidad, con Rocío, Kike y Álvaro. El cuarto jurado, el productor, se va sin ser tomado en consideración por nadie. Lo veo ir tras el equipo de producción y conversar. Sus bocas se mueven lo suficiente para entender lo que dicen. “Puta el público culiao’ malo, no les paguemos ni una cagá”.

Pasada media hora de insultar y discutir al equipo de Mega por los cinco mil pesos, decidí largarme: el hambre me había ganado.

Ese tiempo, esas horas, jamás volverán. Y el recuerdo de un programa de televisión, plantó los cimientos de una creencia que se convirtió en mi verdad: la televisión abierta, es una mierda.

viernes, 11 de junio de 2021

Cuando huele


Cuando huele a vino y tabaco, pienso en la incertidumbre del mañana y en el anhelo del ayer. Me aterran las próximas elecciones presidenciales; recuerdo las mascotas que enterré y me cuestiono ¿por qué “enterrar” es la única manera más normalizada de despedirse de alguien querido?

Veo las imágenes del Amazonas incendiándose; imagino a Islandia llorando por los glaciares que se derriten en la tierra de Björk; recuerdo a los Selknam que fueron secuestrados y exhibidos como atracciones de circo en Europa; se me vienen a la mente los Rockefeller, el MK-Ultra, el grupo Billberg; recuerdo a Salfate siendo enjuiciado por jalero.

Cuando huele a vino y tabaco, escucho al francés diciendo lo insalubre que es el vino en caja; me desespero por la futura guerra del agua que nadie parece ver; no puedo evitar pensar en Marte como la futura colonia del cáncer llamado humanidad, a su vez, no puedo sacar de mi cabeza el podcast de “Tierra 2”, quizá, porque vivimos en ella.

Cuando huele a vino y tabaco, me embriaga la nostalgia de los recuerdos que nunca tuve, porque mi mente ya se entumece por la tos y la enfermedad silenciosa.

Me pregunto cómo chucha vamos a salvar a este mundo de las inminentes catástrofes. ¿Habrá algún futuro cercano donde encuentren estos datos y digan ¿Ellos sabían que se acabaría?

No siento temor por la muerte, porque la salud publica me hará el favor de enviarme al más allá rápidamente, junto a toda su burocracia e incompetencia. No me olvido de rezar por las lluvias que faltan en mi seca ciudad; la misma que si no desaparece por un tsunami, lo hará por el calentamiento global.

Cuando huele a vino y tabaco, reflexiono que la idea del reciclaje es una ayuda pero ni cagando una solución a la imbecilidad humana.

Tengo recuerdos vagos de la niñez que parecen sombras clavadas al techo, con uñas y garras, las que me apuntan con el dedo; mismas sombras que vuelven en la adultez, apareciendo, al mirarme en el espejo, mientras estoy en un viaje alucinógeno.

Cuando huele a vino y tabaco, vuelvo a llenar el vaso y vuelvo a prender otro, para que el aroma me atonte y, el día de mañana, estar aún más consciente de lo que significa el final y la mejor forma de enfrentarlo.

Sin miedo. Sin palabras. Cara a cara.

sábado, 29 de mayo de 2021

Última palabra

 

El clima se había vuelto estéril. Las lluvias eran una anestesia barata. No tenía ninguna respuesta clara. El cité poco a poco se iba vaciando y yo era de las últimas en pie. Con el estallido ya había cambiado bastante mi clientela. Muchos viajes a la periferia, en donde ni el toque de queda ni las lacrimógenas llegaban, pero las lucas eran pocas. Me obligué a gastar menos con tal que no me echaran a la calle. Iba repuntando, pero el 3 de marzo empezaron los verdaderos problemas.

El virus había infectado a varios clientes que conocía. Algunos no volvieron a hablarme, otros mandaban pantallazos de los exámenes con los “positivo” y los rechazaba; pero algunos… como todos, mentían descaradamente, lo que terminaba en puteadas mutuas y yo corriendo por subirme al Uber. ¿con quién los iba a denunciar? Nadie protegería a una puta.

Miré la cajetilla y ahí estaba, el último Pall Mall azul; la cerré. Miré por la ventana y vi a unos médicos con overoles, mascarillas y antiparras; sacaban en camilla a alguien del 408, justo frente al mío –pero cruzando el patio–, tapado con una sábana blanca. No tardó en timbrar el teléfono del casero y él sonaba más preocupado de lo normal: “Creo que nos van a clausurar, señorita Elly”. El comienzo del fin, mientras escuchaba los rociadores con desinfectante por todo el patio y el aroma colándose a mi pequeña pieza.

“¿Señorita Elly?”, escuché por el auricular, pero no pude responder. Sentí un nudo de desesperación y rabia, vaticinando los posibles futuros que se acercaban. ¿A dónde mierda podría arrancarme de esto? Durante la mañana, otros inquilinos empezaron a abandonar, por cuenta propia, el cité. Algunos de ellos conversaban entre lágrimas, mientras la mascarilla les tapaba las muecas de preocupación; iban y sacaban los muebles de quiénes se mudaban. El casero no me llamó más, suponiendo que estaba al mismo nivel de preocupación. Salí al balcón a fumarme el último cigarro.

Del 412 salió el mudo, nadie sabía su nombre. Con un gesto me pidió unas quemadas, mi cigarro iba a menos de la mitad, se lo regalé. Baboseaba bastante la boquilla. Se puso a metros de mí, con los brazos apoyados en la baranda. Día soleado, pero el sol no abrigaba; sentía poco o nada de calor desde hacía semanas. El mudo sacó su celular, escribió y me lo mostró: ¿Que vai’ a hacer con la pega? Si hay un hombre a quién podía contarle cosas, era uno que no me podría responder nunca. Hice un gesto de no tener idea, levantando mis hombros; el mudo esbozó una sonrisa.

Esa noche me costó conciliar el sueño. La incertidumbre me hacía sudar. Gemidos de dolor ahogado, sollozos entre las sábanas, la otra mitad congelada de la cama. Era la soledad que siempre quise, pero no de esta manera.

El casero me dio la noticia a la mañana siguiente, mientras mirábamos a los tipos con traje de astronauta volver a entrar. “El mudo se mató”. Cuando lo sacaban en la camilla, escuché a los tipos decir “positivo” mientras rápidamente inundaban el lugar con sus aerosoles. “Sólo queda usté”, continuó, mientras se me arrancaba la esperanza de entre los dedos. “Tendré que cerrar mañana, no puedo seguir pagando los gastos comunes por mi cuenta… Lo siento tanto señorita Elly, pero usté sabe cómo…”. Lo sabía, no era necesario que me repitieran lo que había escuchado en tantos lados y de tanta boca. Bocas llena de asquerosa lascivia y whisky barato. Vi al mudo perderse fuera del portón del cité. “¿Me contagió?”, pero me había liberado de las garras de enfermedades peores en situaciones de contacto mucho más íntimo.

Me quedaba  una opción, la más baja. Esa última mañana me duché y arreglé como si me fuera a tocar el cliente más caro. La mejor ropa que tenía: semiformal en modo pega, lista y dispuesta. El casero solo me podría decir que sí, el trueque más antiguo. No podía quedarme en la calle, no podía.

Sus dos hijos pequeños revoloteaban cerca de la caseta de entrada. Su esposa estaba con la camioneta atiborrada de muebles y mercadería, abrazándolo entre lágrimas. Los contagiados habían superado el millón a nivel nacional, me decía ella. Y el primer día que supe, recién iba en 1. Me encantaría que me abrazaran como ella a él. Me encantaría volver a ser una niña despreocupada o, al menos, a cualquier edad antes de la primera regla. Me encantaría haber tomado otras decisiones. Me encantaría.

           Para mi sorpresa, la camioneta se va sin el casero. Él los despide con lágrimas de cocodrilo. Sola en el patio del cité, lo veo cerrar el portón una vez más. El casero me mira como nunca antes lo había hecho. Su semblante había cambiado. El tipo se baja los pantalones y se asoma una diminuta erección.  Estoy listo, señorita Elly

–dice– ya no importa nada, si total ellos jamás la conocerán a usté. Quedo paralizada. Aun desnudo de la cintura para abajo, saca el celular y lo escucho llamar: “Vengan, estamos listos”.

El viejo me ahorra el trabajo de acercarme a él. Viene como una estampida hacía mí. El gas pimienta lo paraliza de inmediato, mientras me insulta como lo han hecho otros hombres. Le doy una patada donde duele, en lo que debería ser un pene. Pese a sus patadas, logro echarle gas pimienta allí mismo. El viejo grita de dolor, le lanzo toda la carga en los ojos mientras agito el aerosol con desesperación. Me voy corriendo a buscar las pilchas. Lo que sea. Una maleta aunque fuera. Todavía tenía que quitarle la llave. “¡Me tragué la llave, puta!”, lo escucho gritar desde el patio, “¡no vai’ a salir de acá, maraca culiá!”. Me desespero. Bajo al patio con un tenedor mientras aún se retuerce en el patio. Inhalo profundo antes de lograr calmarme y decir: Entonces, te la voy a tener que sacar.

Han pasado un par de horas desde el forcejeo inicial. Muchas veces había estado manchada de sangre, pero no como ahora; el tibio rojo sobre el suelo me hipnotizaba. Era un pegajoso éxtasis. Siempre quise matar algún cliente, algún ex, algún hombre. Mis manos temblaban sobre su piel pálida y rostro frío, acariciándolo. “¿Estás listo para mí?”, susurro cerca de su cabeza y frotando mi mejilla como una gata; la muerte me ponía muy coqueta. Claro, no fue fácil con un tenedor, pensé mientras apretujaba con fuerza su cabeza entre mis piernas. Algo se trizó en el interior. La sangre brota como el jugo de un tomate podrido. Sí, la llave. Sigue allí, la lancé lejos. No quería irme aún, quería disfrutar. Su celular suena. El que llamaba era un “Sargento Contreras”.

Me levanté corriendo a la caseta del viejo de mierda. Busco entre su desorden, quiero ese baúl que él siempre usaba como taburete, ese que contenía TODOS sus secretos. No tardé en entender que era un militar con ya dos décadas de retiro. Mientras estoy allí, veo por las cámaras de vigilancia los camiones con milicos estacionándose en las afueras. Me confié. ¡Estúpida! ¡Como tan Güeona!, grité desconsolada en el eco de un cité sangriento y solitario.

Los milicos golpean con las culatas, llamando por el “Coronel Oñate”. El celular sigue en silencio boca abajo. Estoy en la última habitación. El casero Oñate está separado en tres bolsas de basura. Las botas de guerra, los motores y las amenazas retumban por fuera. La puerta es arrancada con sus camiones. No podía dejar que me atraparan. No podía. Más que al virus, a esos sí que les tenía miedo.

Las servilletas con mis últimos pensamientos se acumulan en un rincón. Un rojo beso sella la última consigna sobre el papel. Los milicos apuntan a alguien gritando desde el fondo del cité, en el segundo piso. No esperan a que termine su consigna. La acribillan a balazos cuando empieza a correr hacia ellos. Elly está tendida sobre el abdomen. Está en el límite del umbral del dolor que puede aguantar consciente. La sangre tibia recorre su espalda, estómago, garganta y pulmones. Respira un oxígeno que no tiene a donde llegar.

Las botas de guerras resuenan por el cité. Algunos se acercan con cautela empuñando los rifles. Uno de ellos levanta la mano, cierra el puño y dejan de avanzar. Le clava el arma bajo el brazo y hace palanca. La mujer queda boca arriba.  Eliana Castillo estaba muerta.

Soy una conmigo.

Por fin tengo la última palabra.

lunes, 24 de mayo de 2021

El día del completo

 

Hace algunos años se instauró El día del completo, fecha donde se conmemora la deliciosa existencia de dicha comida; una suerte de hotdog versión chilena que lleva tomate y palta encima de la vienesa (embutido de restos de puerco) al que puedes condimentar con mayonesa, kétchup, etc. Por lo general, su precio era de mil pesos; casi un dólar y medio.

Ese año, una cadena de comida rápida decide lanzar una promoción sin precedentes: completos a 200 pesos. Era una baratija. ¡Con la misma plata podías comer cinco completos! Claro, era su propia versión del completo: un pan –más bien pequeño que te daba pena mirar, pero esponjadito y delicado–, palta mezclada con agua y el tomate más insípido que pudieras imaginar.

El día anterior planeé ir a comer varios, por lo que me acosté con hambre. Al despertar, saboreé cada uno de esos completos con distintas salsas siendo devorados uno tras otro, en una oda innecesaria a la gula. Mientras bajaba de la micro, las tripas me sonaron como un motor de auto que no quiere partir: mi desayuno fue un cigarro. El local más cercano de esta cadena estaba en un tercer piso de un horrible edificio de retail (de esos que me gustaría ver arder).

Eran las 9:30 de la mañana y llegué segundos antes de que aparecieran unos veinte hambrientos más. La cortina metálica se elevó a eso de las 10:00, mientras el rostro de los guardias, entre risa y espanto, se apostaban tras las puertas de vidrio temiendo que lo peor pudiera pasar. Detrás de mí, la muchedumbre era de casi cien personas, las que veía reflejada en el vidrio sobre el que me presionaban cada vez más: alguien estaba pellizcando culos.

Uno de los guardias mira la hora. Levanta su cabeza hacia otro compañero, quien asiente en aprobación y continúan una seguidilla de asentamientos de cabeza. Una guardia apretaba con preocupación la manilla de la gran puerta que se desbloquearía automáticamente con la alarma. Y los minutos se acababan y los segundos también; el momento había llegado, con un pitido se desbloquearían los seguros.

Nada ocurrió, pero a la masa eso le importa una mierda. Enormes rajaduras aparecieron en la entrada y los ventanales aledaños. Me aplasté los testículos con mis propios muslos por la presión. Con el ojo que no tenía pegado al vidrio, vi a los guardias retrocediendo varios metros y llamando por la radio. Después la llamaron “La masacre del completo”.

Las trizaduras se abrieron como las raíces de un árbol haciendo estallar el vidrio, con trozos pequeños y medianos, como una granizada de confeti puntiagudo; otros trozos largos, de varios metros, caían sobre algunas personas con la punta más filosa sobre ellos.

          De un momento a otro, el día del completo se había vuelto rojo. Todos los que me empujaron para entrar, siendo que yo estaba de los primeros, fueron acribillados por los vidrios rotos. Incluso bajo todo el alboroto, podía escuchar a mi guata rugir por el hambre: mi primera necesidad era comer, ayudarme a no morir de inanición. Veinte horas sin comer, salvo un puto cigarro.

Aproveché la ventaja y corrí hasta la escalera mecánica, dando zancadas largas como las que jamás pude dar en educación física. Al lado mío, otro tipo va a la par. Subiendo los escalones de la escalera mecánica de tres en tres. El bastardo me agarra de la mochila, jalándome hacia atrás porque lo había pasado. Giré mi cuerpo para empujarlo con la izquierda, pero mi codo derecho llega antes a su cara. Sin querer, el tipo que estaba más cerca de pasarme, bota un hilillo de sangre por la nariz, pierde el equilibrio y cae sobre los demás que venían subiendo. Algunos caen hacia el vacío –directo al primer piso–, otros ruedan como una bola de nieve hasta el segundo.

Seguí corriendo. Mi guata produce un dolor agudo. Mi respiración entrecortada, me falta el aire. Alcanzaba a llevar aire a la nariz y boca, pero no podía contener lo inhalado, el oxígeno no llega a ningún lugar. El enfriamiento recorría desde mi frente hasta mis manos pálidas. Los trabajadores apostados como en una trinchera tras el mesón, sin saber muy bien del caos que ocurría en los pisos inferiores. Desde ahí, el eco de los gritos era peor. Nuevos comensales subían desesperados por las escaleras, se alcanzaban a oír los alaridos extasiados.

Apenas logré llegar al mesón. “Buenos… días…”. Tratando de no perder el aliento le pedí 15 completos. 10 para llevar, 5 para comer. No se puede, me dice ella con temor de la masa que se aproxima, son 5 máximos por persona. No tengo aire para discutir. Le pagué con un billete que aún conservaba la forma de un cilindro. No pude diferenciar si le da asco el billete o yo. Me senté en una de las mesas más cercanas, mientras otros pobres hambrientos universitarios se apretujan para estar en la fila única, como hienas que jamás han comido salchicha en un pan. Son terribles… estos… humanos, reflexioné exhausto. Doy mis últimos pasos hacia el baño, pensé en refrescar mi cara, tomar algo de agua, vomitarla…

El cuidador de los baños me mira con preocupación, pero no logro entender por qué su cara está sobre la mía. En mi puño apretado tengo las monedas para entrar. Dos cabezas flotantes aparecen a su lado. Alguien me da un té, otro me compra un chocolate. Me reincorporan hasta llevarme a un asiento. El desmayo fue tan repentino que apenas sentí el golpe. Mi bandeja con completos me esperaba. Los altavoces del retail suenan con claridad.

«Estimados clientes, lamentamos informar el cierre de la tienda debido a un procedimiento policial. Se les pide retirarse inmediatamente y así facilitar el…».

Como era el único idiota desmayado por los completos, permiten que me quedara media hora más. Tengo que llenar un papeleo de prevención de riesgos: el protocolo del imbécil que se desmaya por comer basura barata.

Me asomé desde el tercer piso, mascando la vienesa con mostaza, viendo a los pacos sacar fotos y tapando cuerpos; ni siquiera estaban tan buenos como los imaginaba. ¿Cómo chucha aparecieron esos güeones tan rápido en una escena del crimen? Habían muerto unas diez personas, no tardarían en verse a través de las cámaras. Varios de los que cayeron fueron por mi culpa.

Seguí comiendo. Así empecé mi cumpleaños.