miércoles, 27 de octubre de 2021

No ves con tus ojos, percibes con tu mente

El humo sobre mi cabeza danzaba al ritmo de la música, la que escuchaba pero no podía oír. Se transformaba en formas y deshacía en hilos grises, los que se perdían en el techo del lugar: una casa de modelos repetidos promedio.

Mis brazos, al igual que mis piernas, estaban dormidos y no respondían a ningún estímulo que pudiese darles. Ni siquiera el ver mi vaso vacío permitía que mi cuerpo reaccionara; mi cuerpo estaba en paz.

El inconsciente, al contrario, se movía junto al humo y la música. Mis ideas se amontonaban y enredaban como los audífonos, en un enmarañado de cuestionamientos, temores, dudas e insignificancias, las que a ojos de los demás presentes en la casa, les era totalmente ajeno; sonreía de pura e inocente alegría.

La silueta se materializa antes que mis ojos pueda despegarse de lo que sea que mi mente entendía. Al inclinarse a un costado del sillón, siento sus pechos posarse levemente sobre mi hombro izquierdo, mientras sus manos le sirven de apoyo sobre el sillón. A medida que su cara se acerca a mi oído, y sin usar perfume, siento su esencia, su aroma, su grito en mi olfato; sé quién es.

Nueve consonantes. Siete vocales. Dos signos de interrogación. Ninguna tilde. Una retórica que me calla cualquier pensamiento, como un relámpago en el medio de la noche: la luz que asesina a la pálida.

“¿Vamos a acostarnos?”.

No lo podía creer.

Por primera vez en mi vida, me sentí deseado.