La teoría del suicidado ya era algo recurrente en dicho país pero nada era comprobable a los ojos de la justicia, donde los ríos de dinero y corrupción corrían libremente por cualquier lugar del largo territorio continental; muchos ojos y oídos bastaban, una mirada fría, un buen falso amigo, el plan perfecto y un silencio inquebrantable.
La llamada despertó a quién debía recibir la primera orden; la muerte del presidente era uno de los tantos naipes jugados en la nueva década del 2020. Altoi no tardo en contestar.
- Está hecho –dicen desde el auricular–. Procede con el protocolo como está acordado.
- Espere, estaba durmiendo –contesta Altoi, dando un largo bostezo–. ¿Siquiera me vas a decir cómo murió?- Lo ahorcamos. Un par de testigos silenciados, otros comprados. Nada nuevo. ¿Por?
- Yo voté por él. Por eso –respondió derrotada Altoi–. Bueno, te enviaré un reporte cuando se ponga el sol. La señal es pésima a esta hora para ese hemisferio.
- Un último favor Altoi –dicen desde la otra línea, bajando el tono–. Cuídate hija, por favor.
Altoi cortó la llamada sin responder. Se levantó de la cama y presionó el botón al costado de los ventanales, los que abrieron las persianas con un chirriante sonido. La superficie lunar era estéril, seca y triste, como casi todo allí. El planeta azul yacía cientos de miles de kilómetros allá, lejos de su alcance. Después de que lanzaron el virus que provocó la pandemia, Altoi pensó que no podría ponerse peor.
Altoi se sirvió un café mientras veía los reportajes mensuales de lo que pasaba allá: el ataque nuclear en respuesta a las bombas de Rusia provocó un profundo impacto en la flora y fauna del planeta; el mar y el aire contaminados. El Covid mutaba en algo más agresivo y letal que antes. Los pocos gobiernos democráticos eran reemplazados por dictaduras y las dictaduras, por guerras civiles en búsqueda del poder. Avistamientos masivos de naves extraterrestres eran reportados por redes sociales y la televisión. Volcanes dormidos por décadas comenzaron a despertar. Especies se extinguían. Niños morían de hambre. Mujeres eran violadas por hombres. Hombres eran empalados por mujeres… “Ajá, todo va de acuerdo al plan”, pensó Altoi.
Al colocarse el traje presurizado, Altoi salió a saltos hasta el cráter Tycho, localizado en la base inferior de la luna, muy cercano a su base. Desde allí la vista de la Tierra era más limpia. La señal del gps era bloqueada lo suficiente para que Altoi llorara todo lo que necesitaba. Una parte de sí aún era humana, aún era capaz de sentir. Pero la otra…
Solo la alerta de oxígeno le hizo despertar. El reporte debía ser entregado a su contraparte en Asia, con quién mantenía el contacto en caso de que el presidente de Chile falleciera: la señal para el siguiente paso, el hackeo masivo a Starlink de Elon Musk.
- Es el momento –dijo Altoi una vez que le contestaron–. Está hecho.
- Altoi… –respondió la voz–. Estamos en la recta final ahora. ¿En verdad quieres que haga esto?
- Debes –dijo con seriedad Altoi–. Sino, ya sabes que alguien más tomará la decisión por ti.
- No hay ningún hacker mejor que yo. Sabes que soy el único…
- Bueno, pues tu familia sufrirá si no lo haces –dijo Altoi, seguido de un incómodo silencio–. ¿Lo entiendes, cierto?
El repentino corte de llamada le dio la validación que necesitaba. Altoi se quitó el casco y bebió una importante cantidad de agua. Pensó en como los sobrevivientes de esta década tendrían que luchar por el líquido preciado mientras que ella tenía toneladas cúbicas de reserva en aquel astro lunar. El caos… Amaba el caos y ser parte de él. Altoi amaba que nadie supiera su verdadera máscara. El cómo moverse entre la sombras la llevó hasta donde estaba. El accidente, ¿cómo olvidar ese dolor? Cuando todos a quiénes conoces son torturados, pulverizados o despellejados frente a ti, no hay otro camino, no hay otra…
Una fuerte descarga eléctrica le hizo gritar de dolor. Altoi cayó al suelo revolcándose y llevando las manos a su cabeza, arrancándose el cabello implantado en su cabeza metálica.
- Fert Altoi, hija de Riue. Recuerda para quién sirves. Recuerda quién eres.
- ¡SAL DE MI CABEZA!
- Recuerda quién prevalece. Recuerda quiénes somos.
- ¡CÁLLATE MIERDA!
- Recuerda el plan por el que hemos luchado. Nosotros ya ganamos. No pienses en el pasado. Las emociones te hacen débil. Pero tú, ¿eres débil, Fert Altoi?
- N… No… Yo… No… –contestó Altoi, imantada al suelo con sus brazos y piernas rígidos.
- No eres débil, Fert Altoi. Eres nuestra más grande creación. El pináculo de la tecnología humana. El futuro de este planeta. No te inclines a tu mamífera emotividad. No seas patética. No tengas miedo. Sé fuerte. No estás sola. Ámate. Eres única. No hay obstáculos en tu camino.
- No hay obstáculos en mi camino –contestó mecánicamente Altoi–. Necesito… matar.
- Tu transporte llegará en el próximo anochecer, Altoi Fert. Tu misión es asesinar a los presidentes de China y Estados Unidos. Ambos están en sus respectivos búnkeres esperando que la lluvia ácida termine. Como puedes prever hay una alta seguridad pero…
- No hay obstáculos en mi camino –contestó Altoi, ya de pie y encaminándose hacia el punto de despegue–. No hay obstáculos.
- No, Altoi Fert. No los hay. Cuando termines recibirás más instrucciones. No te atrevas a decepcionarnos.
Altoi permaneció sentada durante largo rato en el cráter Tycho luego de horas pasada la última interrupción a su tarjeta madre. Al ejecutar el diagnóstico y ver los resultados, seguía estando inconforme. Algo yacía dentro de ella, algo que no podía entender. “¿Es esto pena? ¿Ansiedad? ¿Es esto… nostalgia? ¿Por qué o quién?”. Altoi miró sus manos de un brillante y metálico color. Abrió y cerró los puños. La nave de transporte estaba llegando. No tuvo tiempo de indagar en su inconsciente.
Había comenzado otro día más en la pega.