En una lejana ciudad al norte del país, existía un místico huevo de origen desconocido. Tenía el alto de una persona normal y un diámetro considerable. Durante generaciones, muchas personas se tomaron fotos con este huevo, poniéndose encima de él simulando que lo empollaban y/ó esperando adquirir su energía mágica que decían que contenía.
El huevo en cuestión pertenecía a una antigua tribu de seres pequeños, los cuáles no poseían piernas en lo absoluto, sino que vivían solo de arar la tierra con sus potentes muñecas.
Esta misteriosa roca fue puesta por Jyoti, la reina por aquel entonces de esta tribu, la cual fue fecundada por un extraño ser revoltoso e inquieto quién fastidiaba a mujeres y hombres por igual. Este ser, luego de fecundar a Jyoti, desapareció sin dejar rastro, mientras que Jyoti asumió su rol de madre, empollando el preciado huevo y que logró sacar de su vientre, a pesar de que las leyes físicas actuales dirían que es imposible ya que su cuerpo reventaría tratando de hacerlo.
El mito se convirtió en leyenda. Jyoti pereció empollando toda su vida el huevo, el cuál nunca eclosionó. La tribu posteriormente cambió de lugar y el huevo quedó intacto por siglos... hasta ahora.
10 de Septiembre/19XX
- ¡Cacha hüeona!–le gritaba la mujer a su novia, ambas alcoholizadas producto de una tarde sin deberes ni tareas–¡El manso huevo!.
- ¡Amiga! ¡Qué bacán!–le respondía a su polola mientras sacaba de su mochila una cámara fotográfica–Parece que todavía me quedan fotos en el rollo.
- ¡Ya! ¡Sácamela!–decía la mujer mientras se subía dificultosamente al huevo. La roca estaba repleta de musgos, telarañas y ramas de otros árboles ya rodeándolo producto del paso del tiempo.
Aquella misma mañana, Banina había tenido un frustrado intento de sexo con su polola; no había apagado la alarma que contenía una sonora cumbia villera la cuál le forzaba a despertarse, esta sonó con tal fuerza que mató la pasión de la mañanera, forzándolas a anular cualquier intento sexual. Su objetivo de esta tarde era claro, follar con su novia en ese huevo hasta el anochecer.
Su calentura era tal, que por alguna extraña razón, el huevo reaccionó a su calor comenzando a trizarse. Justo después de tomada la foto, Banina saltó de inmediato, sacándose la chucha junto con su novia cayendo ambas al suelo.
Una luz cegadora salió del huevo, la cuál solo pudo captar la novia de Banina en ese preciso instante. Su cámara tomó las dos últimas fotos antes de su muerte, la cuál se desintegró con el fulgor de la luz. Banina gritaba desconsolada por ayuda, pero era demasiado tarde. El bebé en cuestión era diminuto, pero ya estaba de pie. Banina, olvidando todo temor, se acercó al infante, el cuál tenía dos ramas de un árbol en su manos simulando que tocaba una batería, mientras su pequeño pene se movía con él. "¡Es un niñito!", pensó la mujer mientras le hablaba cariñosamente.
- ¿Hola?... ¿También te gusta tocar batería cosita?–mientras tomaba al niño en sus brazos–Eres hermoso y tienes los mismos ojos míos. ¡Ya sé!–la curadera de Banina había desaparecido, era una mujer nueva– Te llamaré... ¡Rafael!.