El Último
Capitulo 2: Búsqueda
Capitulo 2: Búsqueda
Los primeros chubascos comenzaron a aparecer justo cuando alcancé al viejo por la espalda. Las maderas estaban empezando a humedecerse por lo que debíamos actuar rápido. Cuando ya íbamos por la sexta tabla, los perros ya estaban en el último piso. Gruñendo y ladrando, se amontonaban sobre otros para alcanzar la escalera.
De pronto, el viejo empezó a gritar. Me dí vuelta para ver como cuatro gordos gatos le atacaban la cara. El viejo perdió el equilibrio y se fue de espaldas contra el suelo, forcejeando. Tomé el martillo y le rompí el cráneo a dos gatos enrabiados, los cuáles a pesar de estar muertos, seguían aferrados a la cara del viejo. Uno de estos me atacó, pero me lo quité de encima lanzándolo al vacío. El último que quedaba había tomado distancia, aún gruñéndonos.
- Le hicieron cagar la cara– le decía al viejo mientras le ayudaba a pararse– Hay que tener cuidao' con...
- ¡Gato conchadetumadre!– gritaba el viejo mientras agarraba su rifle y le apuntaba directamente al felino, con un pulso tembloroso y su cara sangrando. El disparo rezonó en todo el techo, destrozando al poseído animal quién murió al instante. Temiendo que este fuese contagioso, pateamos el cadáver del gato hasta la orilla del edificio, el cuál cayó hasta estrellarse con uno de los autos que se incendiaban en la calle.
- Le hicieron cagar la cara– le decía al viejo mientras le ayudaba a pararse– Hay que tener cuidao' con...
- ¡Gato conchadetumadre!– gritaba el viejo mientras agarraba su rifle y le apuntaba directamente al felino, con un pulso tembloroso y su cara sangrando. El disparo rezonó en todo el techo, destrozando al poseído animal quién murió al instante. Temiendo que este fuese contagioso, pateamos el cadáver del gato hasta la orilla del edificio, el cuál cayó hasta estrellarse con uno de los autos que se incendiaban en la calle.
- Tenemos que curarle la cara– la lluvia ya se había desatado, y no teníamos nada para escondernos.
- Mijo, ¿y donde cresta me voy a arreglar esto? Fué nomás mijo... hay que sobrevivir.
- Ya pero, no aquí po' Don Eustaquio. Tenemos que movernos. Esos palos no van a detener a esos perros mucho rato– los ladridos ya eran mucho mas fuertes y aún se escuchaban algunos balazos y gritos de las personas que quedaban del edificio.
- Mire mijo. Ahí nos salvamos– me decía el viejo apuntando hacia la calle principal. A lo lejos, se observaba un pelotón del ejército marchando con un tanque al frente, el cual repetía el mensaje una y otra vez por los parlantes adosados a la máquina, "Evacúen la zona, evacúen la zona. En menos de media hora será zona de cuarentena. Evacúen la zona"– ¿Cuarentena? ¿Y estos hüeones a que se refieren con cuarentena?– le pregunté al viejo.
- Que vienen a salvarnos po' mijo, no sea hüeón– el viejo me seguía apuntando a los militares, como si eso me pudiese tranquilizar.
Empecé a buscar por la orilla del edificio alguna forma de descender. "¡Tiene que haber alguna hüeá abierta para bajar!", pensaba mientras el viejo aleteaba los brazos para que los militares lo vieran. Cuando estos ya habían llegado casi al frente del edificio, se detuvieron. El mensaje dejó de sonar y estos se desplegaron detrás y por encima del tanque, avanzando lentamente. No había ningún ladrido, nadie gritaba, a excepción del viejo, "¡Está lleno de perros culiaos' y gatos acá!... ¡Acá arriba!".
Eran muchos animales, muchos. Las balas llovían y lo último que alcancé a ver fue al viejo echarse al suelo, junto con gatos y perros saltando desde las ventanas hacia los militares. La ráfaga de balas sonó varios minutos hasta que cesó. Me levanté mientras el viejo seguía en el suelo como esperando mi confirmación para levantarme. El ataque de los animales no había sido efectivo. La mayoría se reventó contra el suelo y se veían pocos heridos... hasta que comenzaron los aullidos.
De los edificios salieron cientos, cientos de gatos y perros. Como una horda, engulleron todo a su paso. El tanque quedó cubierto de estos mientras las balas eran ahogadas por los gritos de los militares. No hubo nada que hacer, y pude observar como se comían hasta el último de ellos. El viejo observó derrotado la escena, sentándose en la cornisa antes de empezar a llorar. "Evacúen la zona, evacúen la zona", se escuchaba en el aire. Ya me estaba desesperando, y el viejo solo hacía contagiarme aun más el desconsuelo y la impotencia. La lluvia ya era mas fuerte aún y me estaba enfriando demasiado, por lo que me decidí a descender a la ventana que estaba mas cerca.- ¡Don Eustaquio! ¡Si nos quedamos llorando acá nos van a matar! ¡Tenemos que movernos! ¡Venga!
- ¡Oiga!– me gritaba el viejo reincorporándose– ¡Yo bajo primero! ¡Uste'... está joven aún!
- Pero cómo va a bajar uste' si...
- ¡Oye!– me dijo el viejo interrumpiéndome– No tengo nada que perder... ¿y tú?– Recordé a mi hija... la recordé en medio de todo el caos por primera vez y no supe qué contestarle– ¿Vé?... Ayúdeme a bajar mejor.
Me recosté en el mojado suelo mientras el viejo descendía aferrándose a mi brazo. Una vez apoyado en la cornisa, le pasé su arma para que rompiera el vidrio. No lo pudimos hacer de manera silenciosa; los perros nos miraron de inmediato, dejando de lado los restos de la milicia ya inerte. Al viejo lo perdí de vista observando esto.- Mijo, ¿y donde cresta me voy a arreglar esto? Fué nomás mijo... hay que sobrevivir.
- Ya pero, no aquí po' Don Eustaquio. Tenemos que movernos. Esos palos no van a detener a esos perros mucho rato– los ladridos ya eran mucho mas fuertes y aún se escuchaban algunos balazos y gritos de las personas que quedaban del edificio.
- Mire mijo. Ahí nos salvamos– me decía el viejo apuntando hacia la calle principal. A lo lejos, se observaba un pelotón del ejército marchando con un tanque al frente, el cual repetía el mensaje una y otra vez por los parlantes adosados a la máquina, "Evacúen la zona, evacúen la zona. En menos de media hora será zona de cuarentena. Evacúen la zona"– ¿Cuarentena? ¿Y estos hüeones a que se refieren con cuarentena?– le pregunté al viejo.
- Que vienen a salvarnos po' mijo, no sea hüeón– el viejo me seguía apuntando a los militares, como si eso me pudiese tranquilizar.
Empecé a buscar por la orilla del edificio alguna forma de descender. "¡Tiene que haber alguna hüeá abierta para bajar!", pensaba mientras el viejo aleteaba los brazos para que los militares lo vieran. Cuando estos ya habían llegado casi al frente del edificio, se detuvieron. El mensaje dejó de sonar y estos se desplegaron detrás y por encima del tanque, avanzando lentamente. No había ningún ladrido, nadie gritaba, a excepción del viejo, "¡Está lleno de perros culiaos' y gatos acá!... ¡Acá arriba!".
Eran muchos animales, muchos. Las balas llovían y lo último que alcancé a ver fue al viejo echarse al suelo, junto con gatos y perros saltando desde las ventanas hacia los militares. La ráfaga de balas sonó varios minutos hasta que cesó. Me levanté mientras el viejo seguía en el suelo como esperando mi confirmación para levantarme. El ataque de los animales no había sido efectivo. La mayoría se reventó contra el suelo y se veían pocos heridos... hasta que comenzaron los aullidos.
De los edificios salieron cientos, cientos de gatos y perros. Como una horda, engulleron todo a su paso. El tanque quedó cubierto de estos mientras las balas eran ahogadas por los gritos de los militares. No hubo nada que hacer, y pude observar como se comían hasta el último de ellos. El viejo observó derrotado la escena, sentándose en la cornisa antes de empezar a llorar. "Evacúen la zona, evacúen la zona", se escuchaba en el aire. Ya me estaba desesperando, y el viejo solo hacía contagiarme aun más el desconsuelo y la impotencia. La lluvia ya era mas fuerte aún y me estaba enfriando demasiado, por lo que me decidí a descender a la ventana que estaba mas cerca.- ¡Don Eustaquio! ¡Si nos quedamos llorando acá nos van a matar! ¡Tenemos que movernos! ¡Venga!
- ¡Oiga!– me gritaba el viejo reincorporándose– ¡Yo bajo primero! ¡Uste'... está joven aún!
- Pero cómo va a bajar uste' si...
- ¡Oye!– me dijo el viejo interrumpiéndome– No tengo nada que perder... ¿y tú?– Recordé a mi hija... la recordé en medio de todo el caos por primera vez y no supe qué contestarle– ¿Vé?... Ayúdeme a bajar mejor.
-¡Oiga! ¡Viejo!...¡Viejo!...Por la chucha– con temor de caerme, pude apoyar mi pie en la cornisa. Casi apunto de caer, me logré afirmar del marco de la ventana, incrustándome unos trozos de vidrio en la mano. Desconozco de quién era el departamento, pero no se veía desordenado. El viejo estaba congelado observando la televisión. "Evacúen la zona, evacúen la zona", se escuchaba a mis espaldas desde la calle.