- Viene el Ka– le increpaba Eduardo a Sebastián. Ambos estaban en la fila esperando su turno para empacar.
- ¿El Ka?– Sebastián había oído algunos rumores respecto al Ka. Muchos decían que era un mito, otros decían que solo aparecía en las temidas aperturas del lunes, mientras que algunos sostenían que era un robot.
- Sipo', el original. ¿Cachai' como saber si es el original?
- Emm... No hüeón... ¿Por qué?– le preguntaba Sebastián a su compañero mientras observaba como este sacaba un plátano desde su bolsillo trasero; mismo bolsillo en donde usualmente estaban guardadas todas las monedas de 500 pesos y los billetes.
Eduardo arrojó el plátano lo mas fuerte que pudo en dirección al pasillo que tenían al frente, reventándolo. El aroma a banana aplastada mezclada con el dinero del bolsillo, hizo activar de inmediato los sensores del Ka, el cuál se arrojo al piso a lamer desesperadamente el preciado fruto. Extrañado, Sebastián observó a su compañero, quién con un gesto le dijo que no hiciera nada.
- Es un mono– le respondía en voz baja a Sebastián– Es un mono sediento de dinero.
- No si caché'... pero, ¿cuanta plata teniai' en el bolsillo?
- Seis y cientos treinta y nueve pesos– bajando aún mas la voz– todo le sirve... todo.
- ¿El Ka?– Sebastián había oído algunos rumores respecto al Ka. Muchos decían que era un mito, otros decían que solo aparecía en las temidas aperturas del lunes, mientras que algunos sostenían que era un robot.
- Sipo', el original. ¿Cachai' como saber si es el original?
- Emm... No hüeón... ¿Por qué?– le preguntaba Sebastián a su compañero mientras observaba como este sacaba un plátano desde su bolsillo trasero; mismo bolsillo en donde usualmente estaban guardadas todas las monedas de 500 pesos y los billetes.
Eduardo arrojó el plátano lo mas fuerte que pudo en dirección al pasillo que tenían al frente, reventándolo. El aroma a banana aplastada mezclada con el dinero del bolsillo, hizo activar de inmediato los sensores del Ka, el cuál se arrojo al piso a lamer desesperadamente el preciado fruto. Extrañado, Sebastián observó a su compañero, quién con un gesto le dijo que no hiciera nada.
- Es un mono– le respondía en voz baja a Sebastián– Es un mono sediento de dinero.
- No si caché'... pero, ¿cuanta plata teniai' en el bolsillo?
- Seis y cientos treinta y nueve pesos– bajando aún mas la voz– todo le sirve... todo.