Dormía hasta que escuché las bisagras oxidadas chirrear cuando ella abrió la puerta: era el momento. Las luces estaban apagadas, pero no necesitaba verla para saber que estaba desnuda, que estaba caliente, que estaba lubricada y lista. Sus labios se posaron sobre los míos y aun ni se acostaba. Seguía sentado en la cama mientras abrazaba su cadera. El placer que me transmitía el tacto, tan solo rozándole la piel, despertaba todos mis sentidos. Me paré junto a ella mientras nos volvíamos a besar. Una caricia, un tirón de pelo, una suave mordida en los labios. Sus ojos cerrados consentían las mordidas: una señal para seguir por su clavícula y sus pezones. Desde la raíz le tiraba su cabellera corta, mis dientes mordían con la justa intensidad su moreno y suave cuello recién lavado. La levanté en brazos y la dejé sobre la cama, de inmediato abrió las piernas, atrayéndome hacia ella, provocándome, dejándome en un trance. Mi lengua y dedos hicieron que ella mordiera la almohada, que buscara de dónde agarrarse, que levantara en sorpresivas contracciones su pelvis; queriendo sacarme de ahí, pero sin hacerlo. No tardó en devolverme la mano, mirándome durante cada instante de placer que me daba.
Entró sin barreras, sin
inconvenientes, directo hacia el beso, el encuentro de ambas lenguas. Su
espalda se arqueaba con cada movimiento de mi cadera mientras sus manos tiraban
mi cabello hacía atrás. Buscaba la fricción de su clítoris contra mi vello
púbico. Mis manos masajeaban sus pechos libres y duros. Afirmaba su cintura con
mis manos, apretaba sus pliegues y la atraía hacia mi erección; ella la siente
hasta el fondo. Los dedos suben a su cuello otra vez, una mano le tapaba la
boca, silenciaba su orgasmo. Su aprobación era inmediata mientras buscaba sus
piernas para colocarlas sobre mis hombros. A ratos, entra solo la punta. A
ratos, entra todo. Cambio de ritmo, de nuevo lento, de nuevo rápido, de nuevo
suave, de nuevo fuerte. Junto sus piernas sobre mi hombro derecho. Su vientre y
clítoris se aprietan. La fricción vuelve a hacer lo suyo. Cambio. Me abalanzo
sobre ella. Mi pelvis choca contra la suya. Se afirma de mi espalda. Sus uñas
dejan el recuerdo. Murmuraba a su oído todo lo que ella quería oír. Entreabre
su boca para decir algo que no logro entender. Mis manos la ahorcan con
suavidad suficiente. Mis dedos encontraban su boca; los chupa con devoción.
Ahora la ahorco con seguridad. Ella sonríe hacia el cielo. Ella mueve su cadera
en movimientos cortos. Ella pone sus ojos blancos. Ella vuelve a sonreír y gemir.
Ella vuelve a tener otro. Ella era sol,
ella era luna, ella era diva, una estrella, una diosa.
No tardé en notar el plasma
azul fosforescente salir de su entrepierna: le había vuelto a romper los
circuitos. “¡Por la conchatumare oh!”, grité, mientras la ilusión volvía al
Modo Suspensión. Habían comenzado las 24 horas de diagnóstico y reparación del
modelo F-93822, otra vez.