Y ahí se encontraban. Revolcándose en una profunda amalgama de sudor y quejidos. Cambiaban de poses, se daban palmasos, se introducían objetos; se sentían felices.
Llegado el momento del clímax, Ana explota en gritos. Karina la miraba asustada, sin saber que hacer mientras ella se retorcía de dolor apretando su pierna derecha con lágrimas en sus ojos.
- ¡Ah! ¡Conchadetumadre!... ¡Mi pierna, hüeona!– gritaba Ana con sus ojos apretados, aún llorando de dolor.
- ¡Te dije que comieras plátano Ana! ¡Por la chucha! ¡Ya, vengo altiro!– Karina fue corriendo a buscar el preciado potasio, en dirección a la casa de su pololo. Vivía en la casa del frente.