Estaba de lo mas bien observando aquel pequeño automóvil. Si, ese auto de juguete en idioma asiático, donde le depositas 100 pesos y puedes jugar en él un par de minutos o, dejar que tu hijo deje de fastidiar un rato.
El niño en cuestión se veía muy feliz haciendo girar ese manubrio y tocando la bocina de plástico, mientras su madre lo observaba con impaciencia, quién parecía querer irse luego.
El niño en cuestión se veía muy feliz haciendo girar ese manubrio y tocando la bocina de plástico, mientras su madre lo observaba con impaciencia, quién parecía querer irse luego.
Me tocaba ir a empacar, cuando la señora dio un grito. Al auto le salieron puertas y techo, encerrando al niño dentro de él. Se despegó del suelo, elevándose por sobre el supermercado atravesando el techo. Todos estaban boquiabiertos al observar los intentos desesperados de la madre por que la ayudaran. En este pedestal de rocas y tierra que se alzaba de la nada, el auto se hizo mas pequeño hasta perderlo de vista en el cielo azul.
La señora salió corriendo gritando y llamando a alguien que pudiera ayudarla, mientras en el supermercado todo era felicidad. El personal vitoreaba esta buena nueva, el maldito auto había desaparecido junto con su música de tortura.