Un día parecido |
- ¿Qué hüeá estai' haciendo? –increpó Alberto, observando como tomaba el cuchillo. Mi cara tenía una sonrisa incontrolable; sentía la sangre que se agalopaba en mi cerebro y en las manos, con el pulso acelerado y la cocina girando alrededor, como si me pidiera que explotara; algo andaba mal.
- Estoy bien –le mentí, mirando el cuchillo que tenía en mi mano.– Es que... Quiero cortar...Yo quiero cortar.
- Estoy bien –le mentí, mirando el cuchillo que tenía en mi mano.– Es que... Quiero cortar...Yo quiero cortar.
- Ya pero, ¿Podrías alejar el cuchillo de mi cara? –con un rápido movimiento lo escondí detrás de mi espalda, simulando una sonrisa para que todo estuviera bien.
- ¡Yo puedo, hüeón! –grité con las manos en alto.– ¡Lo vi en el gourmet! –los gritos de Alberto no los pude oír, vociferando que no cometiera una estupidez, pero ya era muy tarde. Con un frenesí indescriptible, destrocé la cebolla a tal punto de que no servía para nada, ni menos para hacer el sofrito de la salsa.
Mi buen amigo Alberto arregló el desastre; nos mandamos un buen bajón con esos fideos con salsa aquella tarde. Aunque, siento que la carne tenía un extraño sabor, una extraña textura... Desconozco en donde la compré.
Mi buen amigo Alberto arregló el desastre; nos mandamos un buen bajón con esos fideos con salsa aquella tarde. Aunque, siento que la carne tenía un extraño sabor, una extraña textura... Desconozco en donde la compré.