Antes de entrar a ese turno |
La víspera navideña siempre hacia que las personas llegasen en masa al super. A última hora pero todos con la alegría y el estrés plasmados en sus caras y que, a pesar del sofocante calor que existe allí dentro mientras haces las compras, pareciera no importarles en lo absoluto. Excepto a una persona.
Mi sopeado nuesni, mi mojada espalda y mi pegajosa polera, todo eso se me olvidó al ver al demonio haciendo fila en una de las cajas. No lo podía creer, Papa Noél me había adelantado el regalo de navidad este año.
Me fui corriendo a la caja para decirle a mi compañero que se fuera. Él no tenía porqué sufrir de la avaricia del demonio, yo era el elegido para combatirlo esta vez y ahora, mas preparado que nunca.
A penas posó su bolsa de pan de 536 pesos sobre la banda magnética, lanzé un fuerte grito hacia el aire mientras desenrollaba el largo pergamino que tenía en mi bolsillo del pantalón.
Tanto la cajera como el demonio y el resto de los clientes en la fila miraban consternados como el empaque escribía algo indescifrable en el largo pergamino, mientras se escuchaba la palabra "¡Sello!" y sus extraños movimientos con las manos hacían todo parecer como un espectáculo de navidad. El gorrito que estaba usando el empaque de viejo pascuero se movía al son del viento que emergió desde el mismo pergamino, mientras que el demonio notó que estaba en problemas y comenzó su transformación final.
Las señoras gritaron, las guaguas lloraron y los señores echaban puteadas o aprovechaban de saquear. El demonio de los cabellos blancos se irguió como un monstruoso ser de 3 metros de alto, donde su blanco cabello horripilante parecían largas serpientes dispuestas a asesinarme. Mi meta era clara, había que mandar a este demonio tacaño y la conchadesuhermana al antro de mierda de donde había salido.
Una de sus serpientes me mordió de lleno en el brazo, pero la corté de inmediato con la pita de mi credencial. Su cabeza cayó al suelo, derritiéndose en una nube de fuego y cenizas. Para este entonces, el supermercado estaba vacio y la gente se agalopaba desde las entradas a ver la pelea.
Me faltaba muy poco para terminar el sellado cuando me vi forzado a correr. Caja tras caja fue destruyendo en su intento por alcanzarme, mientras esperaba no fallar ningún salto esquivando al monstruo ni tampoco equivocarme en el sello.
La caja 1 era el punto final de la batalla. Sus serpientes que lanzaban monedas de 10 pesos las lograba bloquear con la funda de las bolsas, mientras que el resto las golpeaba con el pasador de la caja (un tubo hueco para que corra la banda magnética de la caja).
- ¡Nunca te voy a dar propina! ¡Inútil y subversivo de mierda!– me vociferó con su tono tacaño endemoniado. Para su infortunio, sus insultos y miradas en menos me los pasé por la raja, hasta hoy.
- ¡Chupa el pico, viejo culiao'! ¡Sello!– sus gritos se hicieron mas pequeños y sus serpientes insignificantes. Su cuerpo fue envuelto en una esfera de energía que ni yo podía explicar, la cual se redujo a un tamaño de una bolita, con él dentro. El crujido de sus huesos y órganos me bastó para cantar victoria y echarme en el suelo, exhausto.
Se había acabado. El viejo había muerto y ya nadie perdería su tiempo en ir a empacarle, nunca más.
Ya han pasado 5 días desde que destruí al demonio. Esta mañana me desperté con un picor, ahí justo donde me mordió una de sus serpientes, espero que no sea nada grave.
Mi sopeado nuesni, mi mojada espalda y mi pegajosa polera, todo eso se me olvidó al ver al demonio haciendo fila en una de las cajas. No lo podía creer, Papa Noél me había adelantado el regalo de navidad este año.
Me fui corriendo a la caja para decirle a mi compañero que se fuera. Él no tenía porqué sufrir de la avaricia del demonio, yo era el elegido para combatirlo esta vez y ahora, mas preparado que nunca.
A penas posó su bolsa de pan de 536 pesos sobre la banda magnética, lanzé un fuerte grito hacia el aire mientras desenrollaba el largo pergamino que tenía en mi bolsillo del pantalón.
Tanto la cajera como el demonio y el resto de los clientes en la fila miraban consternados como el empaque escribía algo indescifrable en el largo pergamino, mientras se escuchaba la palabra "¡Sello!" y sus extraños movimientos con las manos hacían todo parecer como un espectáculo de navidad. El gorrito que estaba usando el empaque de viejo pascuero se movía al son del viento que emergió desde el mismo pergamino, mientras que el demonio notó que estaba en problemas y comenzó su transformación final.
Las señoras gritaron, las guaguas lloraron y los señores echaban puteadas o aprovechaban de saquear. El demonio de los cabellos blancos se irguió como un monstruoso ser de 3 metros de alto, donde su blanco cabello horripilante parecían largas serpientes dispuestas a asesinarme. Mi meta era clara, había que mandar a este demonio tacaño y la conchadesuhermana al antro de mierda de donde había salido.
Una de sus serpientes me mordió de lleno en el brazo, pero la corté de inmediato con la pita de mi credencial. Su cabeza cayó al suelo, derritiéndose en una nube de fuego y cenizas. Para este entonces, el supermercado estaba vacio y la gente se agalopaba desde las entradas a ver la pelea.
Me faltaba muy poco para terminar el sellado cuando me vi forzado a correr. Caja tras caja fue destruyendo en su intento por alcanzarme, mientras esperaba no fallar ningún salto esquivando al monstruo ni tampoco equivocarme en el sello.
La caja 1 era el punto final de la batalla. Sus serpientes que lanzaban monedas de 10 pesos las lograba bloquear con la funda de las bolsas, mientras que el resto las golpeaba con el pasador de la caja (un tubo hueco para que corra la banda magnética de la caja).
- ¡Nunca te voy a dar propina! ¡Inútil y subversivo de mierda!– me vociferó con su tono tacaño endemoniado. Para su infortunio, sus insultos y miradas en menos me los pasé por la raja, hasta hoy.
- ¡Chupa el pico, viejo culiao'! ¡Sello!– sus gritos se hicieron mas pequeños y sus serpientes insignificantes. Su cuerpo fue envuelto en una esfera de energía que ni yo podía explicar, la cual se redujo a un tamaño de una bolita, con él dentro. El crujido de sus huesos y órganos me bastó para cantar victoria y echarme en el suelo, exhausto.
Se había acabado. El viejo había muerto y ya nadie perdería su tiempo en ir a empacarle, nunca más.
Ya han pasado 5 días desde que destruí al demonio. Esta mañana me desperté con un picor, ahí justo donde me mordió una de sus serpientes, espero que no sea nada grave.