La inusual cama se movía de abajo hacia arriba, como si tuviese vida propia. Extrañado, Jorge se sentó en ella, observando sus movimientos.
- ¡Hey! ¡El que está sentado! ¡Acuéstate ahora!– la voz de la señora hizo que todas las miradas se concentraran en Jorge, quién avergonzado se recostó otra vez sobre la cama. "Mierda... ¿que habrá adentro?", pensaba mientras observaba el insípido techo blanco. La mujer en cuestión no dejaba de hablar; explicaba las propiedades mágicas de las camas a todos, incitándolos a participar de ellas.
En medio de su trance, Jorge escuchó un ligero susurro, "Ayú...da...me". Al terminar sus 20 minutos, Jorge se levantó mirando la cama extrañado.
En la noche de ese mismo día, se aventuró a ingresar al lugar para averiguar la verdad. No fue difícil hacerlo, no había nadie vigilando. "¿Será una trampa?", pero ya era demasiado tarde para arrepentirse. Ya en el sector de las camas, tomó un cortacartón y rajó la funda de la cama. Dos extraños seres redondos lo miraron aterrorizados.
- No... no...ya no queremos más... porfavor...– los pequeños seres tenían un extraño color verde, los cuales estaban sobre un enorme charco rojo de apestoso aroma.
- ¡Sabía que había alguna hüeá rara aquí! ¿Qué son ustedes?– les preguntó Jorge, aun con cierto temor.- ¿No eres de ellos? ¡Qué maravilla!– Los seres saltaron de alegría, aparentemente saludando a Jorge con una especie de abrazo. Le contaron de como la organización de camas los obligaban a succionar la sangre de las personas con el calor provocado. Algunos vomitaban dentro de las mismas camas producto de la sangre, mientras que otros tenían reducidas horas de trabajo si completaban una cuota de litros de sangre por día.
- ¿Nos sacarás de aquí?– la mirada de los seres hacia temblar a Jorge, aún estupefacto ante la cruda realidad de los pequeños.
- Si pero... tiene que ser rápido, no quiero que...– Jorge sintió un pinchazo en su cuello, el cuál lo hizo inmovilizar sus piernas, luego sus brazos, hasta que finalmente cayó al suelo. Solo sus sentidos lo acompañaban cuando una mujer lo miró desde lo alto, ignorando a los seres. "Por ceragem", fue lo último que escuchó antes de perder el conocimiento.
Jorge nunca tuvo dolor de espalda y aun desconoce porque decidió ingresar a ese lugar aquella fatídica mañana. Lo recuerda todos los días que debe succionar 30 litros de sangre de ancianos.
- ¡Hey! ¡El que está sentado! ¡Acuéstate ahora!– la voz de la señora hizo que todas las miradas se concentraran en Jorge, quién avergonzado se recostó otra vez sobre la cama. "Mierda... ¿que habrá adentro?", pensaba mientras observaba el insípido techo blanco. La mujer en cuestión no dejaba de hablar; explicaba las propiedades mágicas de las camas a todos, incitándolos a participar de ellas.
En medio de su trance, Jorge escuchó un ligero susurro, "Ayú...da...me". Al terminar sus 20 minutos, Jorge se levantó mirando la cama extrañado.
En la noche de ese mismo día, se aventuró a ingresar al lugar para averiguar la verdad. No fue difícil hacerlo, no había nadie vigilando. "¿Será una trampa?", pero ya era demasiado tarde para arrepentirse. Ya en el sector de las camas, tomó un cortacartón y rajó la funda de la cama. Dos extraños seres redondos lo miraron aterrorizados.
- No... no...ya no queremos más... porfavor...– los pequeños seres tenían un extraño color verde, los cuales estaban sobre un enorme charco rojo de apestoso aroma.
- ¡Sabía que había alguna hüeá rara aquí! ¿Qué son ustedes?– les preguntó Jorge, aun con cierto temor.- ¿No eres de ellos? ¡Qué maravilla!– Los seres saltaron de alegría, aparentemente saludando a Jorge con una especie de abrazo. Le contaron de como la organización de camas los obligaban a succionar la sangre de las personas con el calor provocado. Algunos vomitaban dentro de las mismas camas producto de la sangre, mientras que otros tenían reducidas horas de trabajo si completaban una cuota de litros de sangre por día.
- ¿Nos sacarás de aquí?– la mirada de los seres hacia temblar a Jorge, aún estupefacto ante la cruda realidad de los pequeños.
- Si pero... tiene que ser rápido, no quiero que...– Jorge sintió un pinchazo en su cuello, el cuál lo hizo inmovilizar sus piernas, luego sus brazos, hasta que finalmente cayó al suelo. Solo sus sentidos lo acompañaban cuando una mujer lo miró desde lo alto, ignorando a los seres. "Por ceragem", fue lo último que escuchó antes de perder el conocimiento.
Jorge nunca tuvo dolor de espalda y aun desconoce porque decidió ingresar a ese lugar aquella fatídica mañana. Lo recuerda todos los días que debe succionar 30 litros de sangre de ancianos.