Se fundían y deshacían, en cada instante repentino y
eterno que los labios volvían a unirse. El tiempo parecía detenerse con cada
roce de sus lenguas; el aroma del cigarro nocturno y el alcohol bebido
infundían un palpable placer que se manifestaba en sus manos, recorriendo cada
rincón y centímetro de sus desnudos cuerpos. La tenue luz de las calles daba la
cuota justa de iluminación cuando él la tomaba por la cintura, bajando y
subiendo por el centro de su cuerpo, saboreando a su prometida como si fuera la
primera y última vez. Cada gemido que brotaba era como las flores en primavera,
bañando de belleza cada una de sus extremidades, las que se retorcían de
nerviosismo e incontrolables deseos por tenerlo más cerca aún.
- Hijo,
has visto los calzones de tu mad… –el cuerpo de ambos
amantes se paralizó al encenderse la luz de la pieza.– ¡Benjamín! ¡Qué estai’ haciendo, güeón!
- El
amor, padre. Hago el amor –aseguró tajantemente Benjamín, semi desnudo e
intimidando a su padre con la mirada.
Benjamín no pudo terminar de hacer el amor esa noche
ni en varios meses después de aquel incidente, gracias a su conservador y
amargo padre.