viernes, 14 de octubre de 2016

@Micro 110, "Interrumpir"



Se fundían y deshacían, en cada instante repentino y eterno que los labios volvían a unirse. El tiempo parecía detenerse con cada roce de sus lenguas; el aroma del cigarro nocturno y el alcohol bebido infundían un palpable placer que se manifestaba en sus manos, recorriendo cada rincón y centímetro de sus desnudos cuerpos. La tenue luz de las calles daba la cuota justa de iluminación cuando él la tomaba por la cintura, bajando y subiendo por el centro de su cuerpo, saboreando a su prometida como si fuera la primera y última vez. Cada gemido que brotaba era como las flores en primavera, bañando de belleza cada una de sus extremidades, las que se retorcían de nerviosismo e incontrolables deseos por tenerlo más cerca aún. 
      - Hijo, has visto los calzones de tu mad… –el cuerpo de ambos amantes se paralizó al encenderse la luz de la pieza.– ¡Benjamín! ¡Qué estai’ haciendo, güeón!
      - El amor, padre. Hago el amor –aseguró tajantemente Benjamín, semi desnudo e intimidando a su padre con la mirada.
Benjamín no pudo terminar de hacer el amor esa noche ni en varios meses después de aquel incidente, gracias a su conservador y amargo padre.

sábado, 8 de octubre de 2016

@Micro 109,"Deseo"

Mientras el aroma a cigarro invadía la habitación, la espesa nicotina traía vagos recuerdos a Benjamín, quién miraba el techo con sus manos en la nuca.
De pronto, del living de su casa comenzó a sonar, “The Working Hour, de Tears for Fears”, algo extraño en vista de que él estaba sólo en casa. Se levantó muy despacio y con los pies descalzos, evitando realizar algún sonido. Al abrir la puerta de su pieza, luces de todos los colores le cegaban la vista, las que repletaban toda la sala y el pasillo; no parecían tener un origen y seguían moviéndose por todos lados, hasta que la vio.
La mujer estaba desnuda en medio de la sala, con sus palmas abiertas y girando sobre sí misma. Con cada uno de sus giros, las luces salían disparadas hacia los alrededores, brotando como bellas flores que caían en primavera, dejando una hermosa estela polvorienta y brillosa detrás de ellas. Benjamín se acercó a al mujer en un hipnótico trance, atraído magnéticamente hacia su majestuosa y mágica figura.
- Te puedo concebir un deseo –dijo la mujer casi sin mover sus pequeños y finos labios. – El que tú quieras… ¡Oye, mierda! ¡Suéltame las tetas! –Benjamín no pudo contenerse ante la abrumadora belleza de la mujer, quién anhelaba tocar los perfectos pechos que tenía, ignorando completamente lo que le decía. Como un mecanismo de defensa, las luces lo tomaron de inmediato por los hombros hasta levantarlo del suelo, dejándolo de brazos y piernas abiertas, anclado a la pared.
- Si vuelves a tocarme sin mi permiso, ¡No te concedo nada! –gritó furiosa la extraña mujer mágica, quién ahora se cubría sus partes privadas con las luces.
-  ¿Puedo pedir lo que sea? –preguntó Benjamín, aún pegado al techo.
- Si –respondió la mujer, volviendo a hablar con una coqueta voz.– Lo que quieras.
- Deseo poder tocarte todo un día entero.
- Mierda... –murmuró la mujer llevándose la mano a la cara.– Está bien… Malditos humanos.
Todas las luces se esfumaron y la sala quedó a oscuras, mientras que la canción terminaba de sonar para dar inicio a la siguiente: “A night like this, The Cure”.

El aroma a cigarro inundía la habitación, mientras que el espeso ambiente a nicotina traía vagos recuerdos a Benjamín, quién miraba el techo con las manos en su nuca, preguntándose que rayos había pasado. Al voltearse, la mujer de los pechos perfectos estaba allí, tumbada en su cama, esperando que cumpliera su deseo.

@Micro 108, "El hechizo"

Cuando llegamos a la playa, lo primero que noté fue la entrada del acantilado. Descendí del vehículo y le pagué lo acordado al chófer, cerrando la puerta y quedando a la deriva, allí sobre la arena que pareció jamás será tocada por el agua. Los roqueríos eran de todo tipo de formas y tamaños, con las aves que sobrevolaban en búsqueda de invisibles presas para mis ojos.
Escalé las primeras rocas que separaban la tierra del mar, incrustándose en mis descuidados pies los restos de conchas y piedrecillas de la orilla. Al tocar la espumosa y helada agua que azotaba las rocas, presentí la pesada mirada de alguien o algo, desde la entrada del acantilado sobre el mar.
Luego de haber alcanzado la cima del risco sobre las inquietas aguas, observé mis manos al sentir el ardor de las heridas producto de la escalada. Apreté los puños pasando por alto aquel malestar y cerré los ojos, dejando que mis pulmones se llenaran de aquella fría brisa que me recomponía a cada segundo.
Al pasar mis manos sobre las rocas de la oscura entrada, el calor que emanaban me hizo retirarlas de inmediato. Allí dentro era un horno, que sin explicación tenía una temperatura totalmente opuesta al viento de la costa, el que parecía jamás alcanzar la profunda cueva.
Tal como lo esperé, los escalones descendían hacia una eterna oscuridad. El paso del tiempo hacía que se despedazaran con cada una de mis pisadas, al comenzar el descenso hacia lo que busqué. Bajé suficientes metros hasta que el calor comenzaba a ser insoportable, y tuve que tomar una decisión: salir y dejar la tarea una vez más incumplida, o seguir hasta el final sin importar si sobrevivía.
Al pisar el agua que apareció súbitamente al finalizar el último peldaño, me percaté que las rocas ya no estaban hirviendo, y un viento inusual me refrescaba en el fondo del acantilado.
Restregué mis ojos para observar aquel mar de color turquesa, el que parecía ir cambiando de tonos cada vez que abría y cerraba mis párpados. “Este es el lugar”, pensé mientras abrí la mochila en búsqueda del antiguo libro con el que completaría mi objetivo.
Abriéndolo con sumo cuidado en la página que había marcado, las viejas palabras aún eran visibles incluso en esa profunda oscuridad en la que me sumergí, donde dichas letras brillaban del mismo color que el agua, también variando de color al igual que esta. Comencé a recitar el conjuro en voz baja, mirando hacia aquel océano subterráneo en donde las leyes físicas parecían no tener cabida. Lo hice varias veces hasta que la familiar mirada estuvo allí, justo al frente de mí.
El largo y húmedo cabello blanco caía sobre los desnutridos pechos, mientras que aquella mirada me generaba un miedo que debía ignorar, como si fueran más oscuros que la misma penumbra, haciéndome recordar que aquella bruja alguna vez fue una mujer. La quedé mirando un largo rato hasta que comencé a leer el conjuro una vez más, en voz alta.
-    ¡Noooooooooooooo…! –El rugido de la bruja resonó en toda la caverna y en mis oídos, haciendo vibrar con ello un sinnúmero de olas que azotaron la salida de los escalones, impidiendo que pudiera terminar con el hechizo.
-        ¡Tu poder se termina hoy, hermana! –Grité a la mujer que alguna vez quise, mientras que ella se deslizaba hacía mi por sobre el agua.
-     ¡¿Terminado?! –Su cara esta vez se deformó completamente, y su cuerpo comenzó a evaporarse en un calor abrasador, haciendo que el agua adquiriera diversos tonos rojos, los mismos que ahora tenía puestos en su piel y en las letras del conjuro, que desprendían un fulgor como si supieran lo que ocurriría.– ¡Jamás terminar!
La bruja levantó ambos brazos, formando dos enormes torbellinos de agua de un intenso color rojo, que poco a poco fueron convirtiéndose en dos columnas gigantes de fuego danzantes, repletas de llantos, lamentos y gritos de odio; eran de todos los asesinados por ella. Grité el conjuro, suprimiendo el dolor de mi piel quemada por la magia que me incineraba.
Exhalé un último gran aliento antes de sentir el dolor. Más allá de la carne, de mi piel quemada y los huesos que se asomaban en mis brazos y dedos, mi hermana era el verdadero sufrimiento que sentía en aquel instante.     Busqué la salida desesperado, aún con mi hermana en los brazos y con la vida apunto de irse de ella, mientras que el sitio comenzó a temblar bajo mis pies y a desmoronarse con un enorme estruendo, levantando el polvo de siglos junto con las rocas que se deslizaban cuesta abajo. El calor se intensificaba y el peso de mi hermana se duplicaba, como si una extraña fuerza no deseaba que me la llevara.
-        De… Deja… Déjame –murmuró a duras penas.
-        Al menos esta vez… Déjame llevarte a casa –respondí al salir de la entrada mientras que todo colapsaba a nuestras espaldas. Salté con ella en mis brazos, en una estrepitosa caída al mar.

El frío del agua petrificó mi cuerpo, donde mis pulmones sintieron la gran bocanada de helado líquido que me impidió nadar más. Luché por salir a flote, pero algo me arrastraba desde el pie. Mis ojos sufrieron al abrirlos bajo el salado mar, pero necesitaba corroborar mi temor: el demonio había vuelto por mi hermana. 

domingo, 2 de octubre de 2016

@Micro 107, "Lóbulo Temporal"


Cuando Guillermo llegó a la casa de su amigo se percató de una gran diferencia: la casa no estaba. El día anterior habían estado platicando allí mismo, acompañados de unas cervezas y amigas, hasta que se despidieron a eso de la media noche y cada uno de los invitados emprendió rumbo a sus casas. Pero Joel, el dueño de casa y su gran amigo, permaneció allí porque al día siguiente trabajaba temprano.
La tarde de ese día, Guillermo decidió ir a buscarlo, luego de no verlo conectado en todo el día y tener el celular apagado. Pero mientras posaba sus manos en los barrotes de la reja, el cartel que yacía en el desértico terreno donde la noche anterior estaba la casa, lo desconcertaba aún más. “SE VENDE”, el cartel estaba clavado al suelo, sobre los cimientos de la casa, levantado gracias a un montón de escombros que servían de base para que no cayera. Guillermo no entendía lo que pudo haber pasado, ni mucho menos de un día para otro. Al preguntarles a los vecinos sobre qué es lo que podría haber pasado, solo obtuvo más dudas aún.

- ¡¿En serio?! –preguntó uno de los vecinos de Joel; uno que Guillermo jamás había visto.– Yo te puedo asegurar que en todos mis años aquí jamás supe de ningún Joel, ni menos que allí había una casa, o sea, yo vivo aquí mismo y…
- ¿Joel? –contestó otro vecino por el citófono.– Creo que se equivoca. En esa casa no vive nadie hace años.
- Ahí no vive nadie y nunca hubo nada –fue lo que le dijo otro vecino antes de cerrarle la puerta en la cara.

Guillermo conocía a la perfección la calle donde su amigo vivía, pero jamás supo que todos los vecinos anteriores se habían mudado y mucho menos negar la existencia del hogar que hace horas estaba allí, con Joel dentro. Decidió llamar al número que salía bajo el cartel, en búsqueda del paradero de su amigo.

- ¿Aló, buenas tardes? –preguntó Guillermo.
- Propiedades Ráben, ¿en qué le puedo ayudar?
- Buenas tardes, señorita. Quisiera preguntarle si usted sabe sobre el terreno que se está vendiendo aquí en…
- ¡Ah! ¡Llama por el terreno nuevo que queda…
- ¡No! –interrumpió Guillermo.– ¡Llamo para saber dónde está Joel! ¡El dueño de casa que ayer tenía una casa construida y vivía allí hace años!
- Mmh… –Guillermo escuchó que la operadora presionó el botón para silenciar la llamada, mientras que los murmullos detrás del auricular no pasaban desapercibidos.– Tengo entendido… Déjeme ver… ¡Ah, sí! Lamento informarle que ese terreno no está a la venta, señor. Ya está comprado.
- ¡¿Qué?! ¡Yo le estoy preguntando donde está el antiguo dueño de casa! ¡Que ayer vivía allí!
- Señor Guillermo… –un incómodo silencio apareció en la conversación. La mujer al otro lado de la línea dio un profundo suspiro antes de bajar la voz.– Le recomiendo que deje de buscar a su amigo… Parece que él se metió con la gente… Equivocada.
Al escuchar las últimas palabras de la mujer, su celular le dio una fuerte descarga eléctrica, haciendo que Guillermo soltara el aparato al suelo. Cuando este cayó, un pequeño fuego emergió de la trizada pantalla antes de desprender una leve columna de humo con un fuerte aroma a plástico quemado. Guillermo se quedó pasmado al ver la escena y recordar lo que dijo la mujer, “Con la gente equivocada”.

Guillermo guardó completo silencio respecto a lo que ocurrió esa tarde. Su celular quedó inservible y desistió de reclamar por ello. Cuando volvió a casa, sentía que algo quería contarles a sus padres o amigos. Presentía que algo tenía que hacer en redes sociales, algo debía buscar… Pero Guillermo jamás buscó otra vez a su amigo, quién yacía olvidado en el alterado inconsciente del joven, producto de una fuerte descarga eléctrica directo a su lóbulo lateral.

sábado, 1 de octubre de 2016

@Micro 106, "Código: Máscara Paloma"

Se acercaba la víspera de noche de brujas y Alonso aún no tenía el disfraz para la ocasión. “Original y Bizarro”, eran las bases para ganar el concurso en aquella fiesta, mientras que el cursor seguía con las mismas palabras, “Máscara de…”.

Alonso no sabía qué buscar para comenzar, hasta que la respuesta a sus plegarias vino desde el mismo patio de su casa. “Esas palomas de mierda… ¡Paloma!”, sus dedos teclearon rápidamente el nombre de la sucia ave mientras que el buscador se quedaba en blanco, sin arrojar ningún resultado a pesar de que el símbolo de cargar seguía en movimiento. Extrañado, Alonso reiteró la búsqueda en otras páginas pero el resultado seguía siendo el mismo: nada. “¿Cómo mierda no van a vender una máscara de paloma?”, fue lo que pensó segundos antes de que su computador se apagara. Alonso iba a comprobar la electricidad para ver si había sufrido algún desperfecto, cuando su celular comenzó a sonar.

-  Alojamiento –dijo Alonso al contestar.
- Buenas tardes, lo llamamos de la Agencia Nacional de Seguridad a raíz de tres palabras que usted acaba de ingresar a su computadora. Nos gustaría saber cuáles son sus intenciones respecto a esta búsqueda, Señor Alonso.
- ¿Disculpe? ¿Qué… ¿Cómo saben que estaba buscando… ¡¿Esto es por la paloma?!
- ¡Mierda! ¡El sujeto sabe! ¡Entren, rápido, ya!

La llamada se cortó y las ventanas de la casa de Alonso explotaron, desorientando al dueño quién solo atinó a lanzarse al suelo buscando refugio. Varios hombres armados de pies a cabeza, apuntando por el pasillo y gritando en inglés, irrumpieron en el apacible hogar mientras Alonso seguía tumbado en el suelo preguntando qué era lo que ocurría.

- Ten-Four, We got it, he is right here… –dijo uno de los soldados apuntando al desconcertado joven.
- ¡We have vision confirmed! –declaró otro mientras apuntaba a los rincones de la pieza buscando algo más.
- ¡Clear! –gritaban otros desde las piezas contiguas.
- ¡Qué pasa, sapos culiaos! ¡Gringos y la conchade…! –un dardo se clavó justo en el cuello de Alonso, donde el frío líquido lo sintió recorrer todo el cuerpo antes de desplomarse en el suelo en una confusa niebla de pensamientos.

Tenía una fuerte punzada en la cabeza y un picor en el cuello, pero le ignoró una vez que levantó la cabeza del escritorio y observó su pantalla, donde el cursor seguía en la página de búsquedas de máscaras, pero ya no había rastros de la palabra “paloma” ni allí y ni en la memoria de Alonso. “¡Máscara de guagua! ¡Eso era!”, exclamó el joven de felicidad mientras compraba el disfraz que le garantizaba el éxito, en aquella fiesta de noche de brujas que se avecinaba.