Lo primero que toqué fue
la tierra. Era cálida y arenosa, sentía su humedad impregnarse en mi incipiente
piel. Mis brazos fueron los que me levantaron poco a poco, abriendo cada una de
las partes de mi cuerpo, extendiéndolas por sobre el suelo. La tierra ya era
parte de mí y yo de ella. Cuando ya era lo bastante grande, otros seres se
convertirían en amigos junto con la agradable sensación de respirar y sentir
aquel tibio calor del imponente sol.
Luego llegaron ellos, los
humanos. Comencé a hacerme más pequeño, a sentirme más débil y cansado, mi
cuerpo comenzó a crujir noche y día. Mis amigos ya no estaban, y los oscuros
cielos y largas noches me debilitaban cada vez más. Lo último que toqué, fue el
cielo. Lo último antes de volver a caer en la cálida y arenosa tierra.