La parcela estaba muy
alejada de la ciudad, lo suficiente como para que ella se concentrara en su
trabajo y en nada más. Hoy tenía que terminar un artículo a toda prisa para la
publicación de mañana en el diario local, su jefe le insistió en ello hasta el
cansancio, pero los trabajos anexos al “oficial”
le consumía más tiempo de lo debido. Ahora, ella terminaba el último relato del
“baúl de las ideas”, que era como le
decían sus compañeros en el periódico, donde se almacenaban un sinnúmero de
relatos de escritores independientes.
“La
sombra”, así le colocó Marión a la historia que había terminado. Inundada por
la cafeína y el sueño, la mujer observó el reloj que colgaba a un costado de la
puerta cuando comenzó a sonar las cinco largas campanadas de aquella hora, las
cinco de la mañana. “Mierda… Mejor me
fumo un cigarro y me acuesto”.
El basto espacio que
rodeaba a su solitaria casa era desolador, pero en cierta forma la reconfortaba
siempre que salía o
llegaba allí. Había que caminar unos minutos antes de salir del terreno, por el
largo camino de tierra que se perdía en la oscuridad de la noche, recordándole
siempre el momento que su padre vino por primera y última vez a su hogar.
-
Me temo que las posibilidades de
encontrarse con extraterrestres en este lugar son muy altas –dijo su padre,
observando con detenimiento todo el terreno que rodeaba la casa.
- Mierda, papá –dijo Marión cerrando la
puerta del auto de un portazo.– ¿No puedes ni siquiera felicitarme por haber
logrado esto?
- Te felicitaré cuando sobrevivas a lo que
pueda ocurrir aquí.
- Papá… –Marion hizo un suspiro moviendo
su cabeza en negación.– ¿Hasta cuándo pretendes que crea en eso?
-
Pues… Hasta que te ocurra, claro está.
Marión se limpió la
lágrima que brotaba silenciosamente por su mejilla, tratando de olvidar aquel
fugaz recuerdo cuando la luz que atraía los mosquitos se apagó. El repentino
suceso hizo que dejara caer su cigarro debajo de los tablones de la casa,
iluminando con esa pequeña luz el área bajo sus pies. Alguien le devolvió la
mirada con los ojos alumbrados por el cigarrillo.
Marión permaneció
inmóvil, obligándose a creer que todo era producto del cansancio. Lanzó un
falso gruñido de malestar y volvió a ingresar a su casa, directamente a su
pieza. Se metió bajo las sábanas con la misma ropa y apagó todas las luces; con
su celular prendido, comenzó a chatear con el único amigo del trabajo que
estaba conectado a esa hora.
- Mierda, Agustín. Hay alguien fuera de mi
casa y lo peor es que todo ocurrió tal cual lo escribí en la historia para
mañana… Porfa, ven a ayudarme, no sé qué hacer.
Las tablas dentro de
casa comenzaron a crujir. Eran los pasos de alguien acercándose a su pieza. Su
amigo seguía sin contestar el mensaje desesperado de Marión, quién estaba
temblando al recordar en lo que terminaba el cuento recién terminado. “La
sombra… La sombra”, pensaba temblando y sollozando.
- Marión, te dijimos explícitamente de que
estaba prohibido sacar esas endemoniadas ideas del baúl. ¿Por qué mierda lo
hiciste? Voy para allá.
La sombra estaba en la
pieza. Ella sentía la respiración, el aroma y la sensación del ser dentro de su
pieza. Temblando y con los ojos empapados, levantó las sábanas y miró a la
sombra a los ojos, antes de esfumarse en un oscuro y denso vapor dejando todo
en silencio una vez más.
Su amigo llegó minutos
después. El celular yacía solo en la cama, y con la respuesta que Marión jamás
le alcanzó a enviar: “Discúlpame… Tan solo quería ver a mi padre… Una vez más”.