- Pero si yo soi’ ma’ joven que vo’ po’ –dijo la mujer con altos índices de pasta base en su cuerpo-. ¿Cuántos años teni’ vo’? A ver po’.
- ¿Cuánto me echai’? –pregunté.
- Unos… 29 –para mi sorpresa, le acertó a la primera.
- ¿Y tú? –pregunté de vuelta.
- Tengo 25 po’ –dijo, sin antes hacer una pausa y cruzándose de brazos-. ¿Viste? No me digai’ na’ tía po’.
Cuando me abrieron la puerta del carrete, abracé con fuerza mi botellón de vino. “No te cambio ni cagando por la pasta, amigo. Ni cagando”, le susurré al cuello de la botella. Casi como si este tuviera orejas.