- ¿Has
visto debajo de la cama? –preguntó Rafael, quién permanecía de
pie a un costado de su cama.
- Creo
que no –dijo
Sibila, sentada en el borde de la misma.– ¿Por qué lo dices?
- Agáchate a mirar y lo sabrás –dijo su
amigo, con una desinteresada mirada.
Sibila se recostó en el polvoriento suelo y levantó
el cubrecama. Encendió la linterna de su celular y apuntó directo hacia la
oscuridad, donde seis ojos brillaron y se cubrieron con unas largas y esqueléticas manos. Sibila
gritó y dejó caer su celular que siguió iluminando debajo de la cama. Al tratar
de ponerse de pie, la oscuridad de la cama se trasladó a la pieza, en donde chocó
con un duro techo que no existía justo sobre su cabeza. Avanzó de punta y codo entremedio
de la nada, sintiendo las pelusas y el espero polvo levantarse con cada
movimiento que daba. Tosió varias veces, tapándose la nariz y resguardándose con
el antebrazo, hasta que una potente luz la cegó. Sibila se cubrió de la luz con
ambas manos, que eran sólo un recuerdo de lo bellas y delicadas que fueron
alguna vez, antes de mirar debajo de la cama de Rafael. La abierta mano de su
amigo se asomó a través de la luz, donde escuchó a lo lejos el grito de su
nombre.
- ¡Sibila!
–gritó
Rafael a su amiga, quién yacía inconsciente en su cama.– ¿Ves? –dijo, Rafael a
la mujer que estaba sentada de rodillas en su cuarto.– Esta es la cuarta vez
que miras debajo de mi cama, pero es la primera de las “tú” que logra volver.
- Pero…
pero… –Sibila
se mordía las uñas sin apartar la vista de su doble, la que dormía sobre la
cama de su amigo.– Debajo de tu… O sea que yo entré… Yo soy… Abajo que cosa…
- Sibila, tranquila –Rafael bajó de la
cama y se sentó al lado de su amiga, recostándola en su regazo, quién temblaba
por el desconcierto y el asombro.– Unas cuantas Sibilas más y todo estará muy…
muy bien…