Había comenzado a llover cuando encendí la pequeña estufa. Quedaban los últimos troncos secos de la semana pero serían suficientes para esta noche por lo menos. Al estar la cocina y el pequeño living juntos, abrigaba lo justo y necesario mientras yo calentaba un poco de agua antes de ponerme a escribir.
Tres golpes en la puerta me parecieron muy extraños, sobretodo a esta hora en donde ya todos los vecinos se refugiaban por culpa de estas incesantes lluvias. Cuando fui a abrir, una muchacha estaba en los escalones, con las blancas manos en el suelo y sollozando.
- Qué… ¿Disculpe? –la observé mientras la levantaba por los brazos, estaba empapada y expelía un fuerte aroma de que no se duchaba en semanas.– ¡¿Camila?!
- Por fin… –levantó su mirada hacía mí, tomándome por los hombros y mostrando su desnutrida e irreconocible cara.– Te encontré.
La hice pasar de inmediato a un costado de la estufa. Ella temblaba cuando le pasé todas las toallas, le dije que se diera una ducha caliente, que no había problema. Le deje un poco de mi ropa y que cuando estuviera lista, se tomara un café conmigo.
Escuché el agua del baño correr, mientras le daba nerviosos sorbos a mi humeante tazón. “Camila…” su nombre me traía un montón de recuerdos, cuando ni siquiera vivía en esta ciudad. Habíamos estado juntos varios años, pero por diversas razones nos tuvimos que separar. Ella nunca lo quiso así y jamás me perdonó por ello, pero había decidido esfumarme de su vida por mi bien… Por nuestro bien. Ahora ella estaba aquí otra vez y todo vuelve a ser confuso y extraño una vez más.
- Gracias –levanté la mirada hacia ella, quién estaba bajo el umbral de la cocina, secándose el pelo y con una de mis poleras que tan ancha le quedaba.– De verdad.
- No es nada, Cami –le serví una taza hirviendo de café.– Eso te hará bien.
- Gracias –ella se sentó en silencio y le dio unos cuantos sorbos antes de que volvieran los tonos rojos a sus mejillas– Está muy rico.
- Cami… –no podía evitar sentir mi corazón palpitar. Quería abrazarla y no dejarla que se fuera más de mi vista, como lo habíamos prometido hace años.– ¿Cómo me encontraste?
- De verdad, discúlpame –bebió un poco más de café antes de seguir.– Sé que no querías que te siguiera. Que no me querías ver más. Pero yo… Yo no te puedo olvidar… –Camila se puso a sollozar con las manos tapándose la cara, mientras que yo seguía haciendo el papel del idiota frío y sin sentimientos, estando lo más lejos posible de consolarla.– No quiero a ningún otro más que a ti… Siempre fue así.
- Cami… –el café lo sentía frío en mis labios, ¿O eran mis preocupaciones por ella lo que nublaban mis sentidos?.– Ha pasado ya mucho tiempo. Me da mucho gusto verte… Pero no así. No con esa ropa destrozada ni con tu apariencia tan desnutrida… ¿Qué pasó, Cami?
- Dejé todo para buscarte… Todo. Dejé a mi madre, a mis hermanos, mis amigos, el trabajo… Todo –Camila comenzó a llorar sin ocultarlo, haciéndome notar cada una de sus palabras como reales.– Te he extrañado tanto…
Esa noche, subimos a mi pieza a dormir. La casa era pequeña por lo que el único lugar para descansar era mi cama. No quería dormir con ella, no tan pronto ni menos después de tanto tiempo. Tendí el saco de dormir a un costado mientras le decía que no se preocupara, que ella podía dormir en mi cama. Pasó media hora hasta que me volvió a hablar desde allí, envuelta en mis sábanas.
- Duerme conmigo –dijo ella.
- No debo, Cami –respondí, con las manos en mi nuca, evitando aflorar mis sentimientos por ella una vez más.
- Me saqué la mierda para encontrarte. Sacrifiqué todo… ¡Todo! Sé que me odias… Por todo. Lo único que quiero es estar contigo… Lo único…
La interrumpí con un beso, con uno de esos que no daba hace tiempo, con uno de esos que ruborizaban hasta el último cabello de mi cuerpo, hasta la última célula de mi piel. Con uno de esos besos que daba cuando amaba. La abracé por la cintura y la apreté contra mí. “Yo también te extrañé”, le dije antes de dormir.
Afuera, la lluvia seguía y ojalá, no dejara de caer.
Tres golpes en la puerta me parecieron muy extraños, sobretodo a esta hora en donde ya todos los vecinos se refugiaban por culpa de estas incesantes lluvias. Cuando fui a abrir, una muchacha estaba en los escalones, con las blancas manos en el suelo y sollozando.
- Qué… ¿Disculpe? –la observé mientras la levantaba por los brazos, estaba empapada y expelía un fuerte aroma de que no se duchaba en semanas.– ¡¿Camila?!
- Por fin… –levantó su mirada hacía mí, tomándome por los hombros y mostrando su desnutrida e irreconocible cara.– Te encontré.
La hice pasar de inmediato a un costado de la estufa. Ella temblaba cuando le pasé todas las toallas, le dije que se diera una ducha caliente, que no había problema. Le deje un poco de mi ropa y que cuando estuviera lista, se tomara un café conmigo.
Escuché el agua del baño correr, mientras le daba nerviosos sorbos a mi humeante tazón. “Camila…” su nombre me traía un montón de recuerdos, cuando ni siquiera vivía en esta ciudad. Habíamos estado juntos varios años, pero por diversas razones nos tuvimos que separar. Ella nunca lo quiso así y jamás me perdonó por ello, pero había decidido esfumarme de su vida por mi bien… Por nuestro bien. Ahora ella estaba aquí otra vez y todo vuelve a ser confuso y extraño una vez más.
- Gracias –levanté la mirada hacia ella, quién estaba bajo el umbral de la cocina, secándose el pelo y con una de mis poleras que tan ancha le quedaba.– De verdad.
- No es nada, Cami –le serví una taza hirviendo de café.– Eso te hará bien.
- Gracias –ella se sentó en silencio y le dio unos cuantos sorbos antes de que volvieran los tonos rojos a sus mejillas– Está muy rico.
- Cami… –no podía evitar sentir mi corazón palpitar. Quería abrazarla y no dejarla que se fuera más de mi vista, como lo habíamos prometido hace años.– ¿Cómo me encontraste?
- De verdad, discúlpame –bebió un poco más de café antes de seguir.– Sé que no querías que te siguiera. Que no me querías ver más. Pero yo… Yo no te puedo olvidar… –Camila se puso a sollozar con las manos tapándose la cara, mientras que yo seguía haciendo el papel del idiota frío y sin sentimientos, estando lo más lejos posible de consolarla.– No quiero a ningún otro más que a ti… Siempre fue así.
- Cami… –el café lo sentía frío en mis labios, ¿O eran mis preocupaciones por ella lo que nublaban mis sentidos?.– Ha pasado ya mucho tiempo. Me da mucho gusto verte… Pero no así. No con esa ropa destrozada ni con tu apariencia tan desnutrida… ¿Qué pasó, Cami?
- Dejé todo para buscarte… Todo. Dejé a mi madre, a mis hermanos, mis amigos, el trabajo… Todo –Camila comenzó a llorar sin ocultarlo, haciéndome notar cada una de sus palabras como reales.– Te he extrañado tanto…
Esa noche, subimos a mi pieza a dormir. La casa era pequeña por lo que el único lugar para descansar era mi cama. No quería dormir con ella, no tan pronto ni menos después de tanto tiempo. Tendí el saco de dormir a un costado mientras le decía que no se preocupara, que ella podía dormir en mi cama. Pasó media hora hasta que me volvió a hablar desde allí, envuelta en mis sábanas.
- Duerme conmigo –dijo ella.
- No debo, Cami –respondí, con las manos en mi nuca, evitando aflorar mis sentimientos por ella una vez más.
- Me saqué la mierda para encontrarte. Sacrifiqué todo… ¡Todo! Sé que me odias… Por todo. Lo único que quiero es estar contigo… Lo único…
La interrumpí con un beso, con uno de esos que no daba hace tiempo, con uno de esos que ruborizaban hasta el último cabello de mi cuerpo, hasta la última célula de mi piel. Con uno de esos besos que daba cuando amaba. La abracé por la cintura y la apreté contra mí. “Yo también te extrañé”, le dije antes de dormir.
Afuera, la lluvia seguía y ojalá, no dejara de caer.