lunes, 22 de agosto de 2016

@Micro 96, "Aliviado pero Adolorido"


No había camas, así que en el hospital me dijeron que tenía que pasar este día en camilla. Llegó la medianoche y mis ganas de orinar eran insoportables. Los puntos de la apendicitis parecían como si fueran a estallar producto de mi hinchada vejiga, y yo no estaba en condiciones de ponerme de pie por mí mismo aún; la operación me había dejado en 1 de HP.
En ese turno nocturno habían dos bellas enfermeras en práctica, quiénes se encargaban del cuidado de los pacientes que estaban en esas incómodas camillas, incluido yo.
-     - Señorita… –dije con mi tono de voz apagándose.– ¿Puede venir?
-     - Dígame –respondió con una hermosa sonrisa.– ¿Qué le pasó?
-     - Es que sabe… –hice una pausa antes de sincerarme con ella.– Estoy que me meo’.
-     - ¡Ah! Pero no se preocupe –la enfermera llamó a su amiga, quién se puso al costado de mi camilla, también sonriente y contenta.– Nosotros lo ayudamos.
Puede que haya sido por los analgésicos, la reciente operación o los puntos, pero en mi cerebro concebí por un instante de que mi fantasía sexual se hiciera realidad allí mismo, en ese frío y lúgubre lugar bajo el hospital, donde ambas enfermeras me succionarían como quién saca gasolina de un automóvil, todo por el bien del paciente.
Una de ellas tomó un largo tubo transparente y comenzó a lubricarlo, mientras que la otra me agarró el cabeza de Darth Vader y lo dejó al descubierto, con la boquilla de pez abierta para recibir… Para recibir… “¡Conchatumare!”, fue poco el tiempo que tuve para darme cuenta de la horrible verdad: el reluciente y largo tubo de plástico entró por el cabeza de haba como una estocada directo a mi corazón.
La agudez del dolor era tal, que parecía dejar muy atrás el sufrimiento que sentí cuando me dio apendicitis, y lo peor no era eso. A pesar de tener a dos preciosuras “corriéndome mano”, el sagrado no se inmutó: permaneció en modo tortuga en todo momento hasta que sentí el común y terrenal alivio después de orinar. La “chata” donde caía la orina era oscura y eterna, donde comenzó a llenarse hasta el tope y las enfermeras seguían sonriéndome, como si todo estuviera bien.
-    - Estabai’ llenito parece, ¿ah? –ambas rieron sin perder los ojos de vista del procedimiento, quitando lenta y tranquilamente el extenso tubo que cruzó todo mi cuerpo hasta el fondo de la vejiga.
-     - Gra… Gracias –respondí, aliviado pero adolorido.