No había
camas, así que en el hospital me dijeron que tenía que pasar este día en
camilla. Llegó la medianoche y mis ganas de orinar eran insoportables. Los
puntos de la apendicitis parecían como si fueran a estallar producto de mi
hinchada vejiga, y yo no estaba en condiciones de ponerme de pie por mí mismo
aún; la operación me había dejado en 1 de HP.
En ese
turno nocturno habían dos bellas enfermeras en práctica, quiénes se encargaban
del cuidado de los pacientes que estaban en esas incómodas camillas, incluido
yo.
- - Señorita…
–dije
con mi tono de voz apagándose.– ¿Puede venir?
- - Dígame
–respondió con una hermosa sonrisa.– ¿Qué le pasó?
- - Es
que sabe… –hice una pausa antes de sincerarme con ella.– Estoy que me meo’.
- - ¡Ah!
Pero no se preocupe –la enfermera llamó a su amiga, quién se puso al costado de
mi camilla, también sonriente y contenta.– Nosotros lo ayudamos.
Puede que
haya sido por los analgésicos, la reciente operación o los puntos, pero en mi
cerebro concebí por un instante de que mi fantasía sexual se hiciera realidad
allí mismo, en ese frío y lúgubre lugar bajo el hospital, donde ambas
enfermeras me succionarían como quién saca gasolina de un automóvil, todo por
el bien del paciente.
Una de
ellas tomó un largo tubo transparente y comenzó a lubricarlo, mientras que la
otra me agarró el cabeza de Darth Vader y lo dejó al descubierto, con la
boquilla de pez abierta para recibir… Para recibir… “¡Conchatumare!”, fue poco el tiempo que tuve para darme cuenta de
la horrible verdad: el reluciente y largo tubo de plástico entró por el cabeza
de haba como una estocada directo a mi corazón.
La agudez
del dolor era tal, que parecía dejar muy atrás el sufrimiento que sentí cuando
me dio apendicitis, y lo peor no era eso. A pesar de tener a dos preciosuras “corriéndome mano”, el sagrado no se
inmutó: permaneció en modo tortuga en todo momento hasta que sentí el común y
terrenal alivio después de orinar. La “chata” donde caía la orina era oscura y
eterna, donde comenzó a llenarse hasta el tope y las enfermeras seguían
sonriéndome, como si todo estuviera bien.
- - Estabai’
llenito parece, ¿ah? –ambas
rieron sin perder los ojos de vista del procedimiento, quitando lenta y
tranquilamente el extenso tubo que cruzó todo mi cuerpo hasta el fondo de la
vejiga.
- - Gra…
Gracias –respondí, aliviado pero adolorido.